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Salvemos la democracia

Por: El Husmeador

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido, ante todo, un luchador y líder social que tuvo que enfrentar al Estado mexicano que por décadas estuvo empeñado en que no ascendiera al poder. Finalmente, lo logró, creando y encabezando un movimiento que se mostró ante la sociedad fundamentalmente como de izquierda.

Pese a traer al Estado literalmente encima, ganó de manera contundente las elecciones federales, el Congreso y la mayoría de los estados. Bajo esta circunstancia comenzó a propagarse un ambiente autoritario y las principales preocupaciones para los mexicanos, bajo la administración de la 4T de López Obrador son la falta de crecimiento económico y la inseguridad; sin embargo, el verdadero riesgo es el retroceso democrático a que nos están llevando varias decisiones del actual Presidente.

Tardamos más de 30 años en transitar de un presidencialismo y partido único hacia una auténtica división de poderes y un federalismo, y en sólo 22 meses, López Obrador ha dado pasos para regresar al país de un solo hombre.

Su primera decisión fue nombrar delegados especiales en cada estado, debilitando a los gobernadores y fortaleciendo la figura presidencial. El dinero federal ya no pasa por los gobiernos estatales, todo se entrega en nombre de López Obrador.

Su segunda acción fue desconocer y romper cualquier diálogo con toda la sociedad civil organizada, para sustituirla por consultas a mano alzada, en mítines públicos de militantes de Morena que sólo sirven para legitimar la decisión del Presidente.

La tercera decisión fue desprestigiar y debilitar financieramente a los órganos autónomos, nombrando consejeros subordinados a él. Los órganos autónomos permitieron limitar las decisiones arbitrarias del gobierno y, al debilitarlos, estamos regresando a un autoritarismo que, en contra de lo que pretende López Obrador, va a caer en más corrupción. Ya controla la Comisión Reguladora de Energía, la CNDH, y el INAI. Va con todo para controlar el INE.

Hemos dado un paso atrás en la división de poderes, el funcionamiento del Congreso actual es una calca de cómo funcionaban las Cámaras antes de 1988.

No se puede culpar a López Obrador de haber obtenido mayoría en ambas cámaras, pero el trato despectivo que da a la oposición e incluso a los legisladores de su partido y los partidos aliados es insultante.

Por otro lado, está utilizado la información que tiene para nulificar a los diputados y senadores priístas que prefieren, por temor, no enfrentársele.

Hasta ahora ya debilitó al federalismo, a los organismos independientes, al Congreso e ignoró a la sociedad civil, le falta, para terminar su obra, controlar totalmente al Poder Judicial. Según él, el país es más democrático por haberse aprobado la revocación de mandato.

El presidente demuestra así que no le gusta la democracia. No entiende el papel de los periodistas en ella y no tolera la crítica. Su ADN político es autoritario y por eso usa con descaro los instrumentos del Estado para intimidar, calumniar y descalificar a los periodistas que no lo alaban.

En general, va contra quien no piense como él y se atreva a decirlo, sean periodistas, científicos, intelectuales, mujeres activistas o padres de niños con cáncer.

Su abuso del poder y la estructura que le brinda el cargo para el que fue electo no tiene límite si se trata de ensuciar a ciudadanos que simplemente ejercen la libertad de expresión.

Para López Obrador, la democracia está en la figura presidencial, igual que para acabar con la corrupción basta con su palabra.

Está concentrando cada día más poder en su persona y la única forma de pararlo y evitar que acabe con nuestra democracia es unirnos para impedir que vuelva a tener mayoría en la Cámara de Diputados en la elección del 2021.

La polarización es un método eficaz para la consolidación de los caudillos modernos. Los medios de comunicación y las redes sociales se han convertido en plataformas inflamables, en extraordinarios combustibles para alimentar a quienes veneran y a quienes odian o aman al líder.

Más allá de la pasión narcisista, un ejercicio de repolarización constante permite suprimir los debates y promover la idea de que solo hay un único núcleo, todopoderoso y omnipresente, en la sociedad.

Pero, al igual que el carisma, el poder no reside solamente en una persona o en un espacio. El poder es un vínculo, una relación.

A 22 meses de ser electo en un proceso ejemplar y transparente, bajo las reglas de la democracia y vigilado por millones de ciudadanos mexicanos y toda la infraestructura del entonces IFE, Instituto Federal Electoral, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ya ha demostrado que no le gustan algunas reglas del juego, que el sistema que le permitió llegar a la presidencia no es suficientemente bueno.

En el transcurso de estos meses, ha comenzado a asomarse lo que podría ser un nuevo Estado, con distintas maneras de participación, con otros procedimientos y con otras ceremonias.

En el centro de todo está AMLO, como un eje que polariza cada vez más al país. Su idea de democracia es otra cosa. Es un asunto personal.

Parece que el presidente López Obrador ha olvidado que ser adversario del gobierno es legítimo.

Para José Woldenberg, en democracia ser adversario del gobierno es legítimo y advierte que en los regímenes democráticos, la pluralidad de pensamiento se ve como algo natural y se busca la libertad de expresión a diferencia de los gobiernos totalitarios o dictatoriales, cuyo objetivo es que impere sólo una forma de ver el mundo.

De acuerdo con un análisis del Baker Institute for Public Policy, las características de lo que va de su administración, pueden socavar la democracia e incidir, precisamente, en un aumento a la corrupción en el país.

El estudio, titulado “Corruption and Democracy in Mexico: An Empirical Analysis” (Corrupción y Democracia en México: Un Análisis Empírico”, del investigador posdoctorado José Iván Rodríguez Sánchez, señala que pese a los avances en la creación de instituciones como un Congreso más fuerte o el Instituto Nacional Electoral, la democracia sigue siendo frágil y se han registrado pocos avances en la lucha contra la corrupción que, subraya, incluso ha aumentado.

Si la democracia cae y la corrupción aumenta, finaliza el análisis, “México estaría en una situación pierde-pierde, y López Obrador no alcanzará su meta de reducir la corrupción en absoluto. Al contrario, desviaría a México de ser una democracia, lo que generaría más corrupción”.

Para eso, es necesario desactivar el esquema polarizante. Hay que salir de la rentabilidad mediática y emocional que refuerza al líder como único foco de la acción y de la decisión política.

En un contexto de partidos políticos derrotados y sin legitimidad es aun más urgente promover y desarrollar nuevos movimientos y espacios de liderazgo y de trabajo, no dedicados al rechazo irracional del líder, sino articulados a las luchas concretas de la población.

El mejor enemigo del populismo es la política. El ejercicio real y plural de la política. Es el momento de demostrarle a AMLO que no es cierto, que realmente él solo se pertenece a sí mismo, salvemos la democracia que tanto nos costo.

Hay que recordarle constantemente que a partir del 1 de diciembre de 2018 tiene un nuevo trabajo y que la nación estará ahí para exigirle que lo haga bien.

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