En 1985 dos estudiantes demostraron lo fácil que era robar tesoros en México y desaparecer. La policía todavía busca a uno de ellos
En la historia de los grandes robos a museos, el que tuvo lugar a mediados de la década de 1980 en Ciudad de México se recordará para siempre. Además de la incautación de una serie de joyas y tesoros patrios de valor incalculable, el hurto, conocido en el país como “el robo del siglo”, dejó huella en la forma en que hasta entonces se aseguraba el valioso patrimonio cultural. Lo ocurrido cambió las medidas para siempre.
Una visita continuada. Hoy sabemos que en 1985 se repitió una escena durante al menos seis meses. Cada día, poco después de que abrieran las puertas del Museo Nacional de Antropología (MNA), aparecían dos estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) de 21 años, Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, y se paseaban por todo el recinto.
A ambos les unía la misma pasión, casi enfermiza, por la arqueología, pero lo que la seguridad del Museo no pudo adivinar es que sus visitas poco tenían que ver con los tesoros del pasado que allí se guardaban. Los dos jóvenes se pasaron seis meses visitando el recinto para conocer las rutinas de los guardias y seguridad del centro, y cuando creían saberlo todo, marcaron en rojo una fecha.
Preámbulos. La elección de la madrugada del 25 de diciembre de 1985 para acometer el crimen no fue baladí. Ambos estudiantes habían observado meticulosamente las rutinas del personal y notaron que la vigilancia se relajaba durante las festividades. La navidad, por tanto, debía ser el día perfecto.
En cuanto a sus motivaciones, a pesar de que ninguno de los dos tenía antecedentes criminales, su fascinación por la arqueología y el arte prehispánico había ido subiendo de nivel hasta el punto de considerar llevar a cabo un plan tan aparentemente absurdo como es el robo una de las mayores colecciones de piezas de arqueología de México.
El robo. Los dos jóvenes sabían que aquella noche la seguridad iba a ser mínima o, al menos, más baja de lo normal. Sobre la 01:00 de la madrugada, entraron al museo a través de los ductos de aire acondicionado, evadiendo así las cámaras de seguridad y los sistemas de alarma. Aquel día la seguridad, que normalmente se hacía cada dos horas para patrullar las 26 salas, era inexistente porque se habían reunido para celebrar la señalada fecha.
Así, y durante tres horas, irrumpieron en varias vitrinas y se hicieron con 124 piezas arqueológicas, artefactos que incluían parte de las culturas maya, mixteca y mexica. Entre los objetos robados: joyas de oro y piezas únicas, como la máscara zapoteca del Dios Murciélago o una vasija de obsidiana en forma de mono. Para que nos hagamos una idea, se estima que el valor de algunas de estas piezas alcanzaba los 20 millones de dólares en el mercado negro (1985), aunque, como explicó horas más tarde el museo, el mayor daño fue cultural e histórico.
La fuga. Tras el robo, los estudiantes huyeron en un Volkswagen viejo y escondieron las piezas en la casa de los padres de Perches, ubicada en Ciudad Satélite, en el área metropolitana de Ciudad de México. Este es uno de los puntos más destacables, ya que las piezas robadas se guardaron en una maleta y permanecieron allí durante casi cuatro años sin que los ladrones intentaran siquiera venderlas, temerosos por la amplia cobertura mediática y la intensa investigación policial que se formó.
Investigación. Lo cierto es que el robo desató un escándalo nacional e internacional. Las autoridades mexicanas se vieron obligadas a actuar rápidamente tras las críticas a una gestión a todas luces ineficaz. Para ello, desplegaron a más de 30 investigadores para resolver el caso, peinaron todas las zonas, pidieron ayuda internacional….
Pero a pesar de los esfuerzos, la investigación no logró avances significativos hasta 1989, casi cuatro años después del robo. Ocurrió cuando el narcotraficante Salvador Gutiérrez «El Cabo» fue arrestado en Guadalajara. Gutiérrez, buscando reducir su condena, ofreció información crucial sobre el paradero de Carlos Perches y el botín.
La conexión. Al parecer, en 1986 Perches viajó a Acapulco donde conoció a José Serrano, un narcotraficante de la época. El joven le confesó que había sido uno de los autores del «robo del siglo» y empezó a trabajar con él en la venta de droga. Más tarde, Serrano le presentó a otro narco, Gutiérrez, quien les habría ofrecido ayuda para vender las piezas arqueológicas (tenían un valor estimado que rondaba los 1.000 millones de dólares).
Como explicaba a Reforma el abogado Javier Coello Trejo, entonces subprocurador de Lucha contra el Narcotráfico, las autoridades colocaron escuchas en los reclusorios y se mantuvieron al tanto de todas las llamadas entre Gutiérrez y Perches. En una conversación, al parecer, negociaban la venta de joyas “del arte más grande de México”, lo que significó, por fin, luz al final del túnel para encontrar a Perches y capturarlo.
Detención y recuperación. La policía recuperó finalmente 111 de las 124 piezas robadas. Ocurrió el 10 de junio de 1989, tras una operación en Ciudad Satélite. Las piezas, entre ellas la famosa máscara zapoteca y la vasija de obsidiana, estaban en perfecto estado, aunque envueltas en papel higiénico y almacenadas en una bolsa deportiva en la casa de los padres de Perches.
Con todo, y a pesar de la recuperación, algunas piezas siguen en paradero desconocido: siete, presuntamente, se quedaron en manos de Sardina. ¿El resto? Al parecer, fueron canjeadas por Perches por cocaína, la único e insólita transacción que se realizó a cambio de las valiosas joyas del pasado.
Consecuencias. Perches fue arrestado a los 24 años y condenado a 22 de prisión. Por su parte, Sardina sigue en paradero desconocido. Quizás más importante, el robo expuso los evidentes “agujeros” en materia de seguridad de los museos mexicanos y llevó a la implementación de nuevas medidas, como la instalación de sistemas de alarmas, circuitos cerrados de televisión y el aumento de guardias en recintos culturales.
En definitiva, un hurto que resaltó la vulnerabilidad del patrimonio cultural en México hasta entonces.
Imagen | Hmaglione10, Dominio Público, INAH