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10.000 kilómetros de setos y un cinturón protector: el ambicioso plan para salvar al Mar Menor de la desaparición

El 12 de octubre de 2021, la mayor albufera salada de España amaneció con miles de peces y crustáceos muertos en sus playas. Según Javier Gilabert, del Comité Científico del Mar Menor, fue «la peor situación del Mar Menor en toda su historia».

Y, aunque es fácil encontrar antecedentes en las décadas de desgobierno, el hecho de coincidir con la aprobación del Plan de Gestión Integral del Mar Menor y la Franja Litoral (una normativa largamente exigida por la UE) le dio una dimensión simbólica que mandaba un mensaje claro: la laguna era una bomba a punto de explotar.

Ahora los mayores expertos del país se han reunido para desactivarla.

El gran laboratorio de la transición ecológica real. Desde hace al menos 30 años, todas las administraciones públicas han fracaso estrepitosamente en lo que es el tema central de la comarca: conseguir que protección medioambiental y desarrollo económico sean compatibles. Es decir, mucho más que Doñana o las macrogranjas en el medio rural, el Mar Menor es el gran laboratorio de la verdadera transición ecológica que tendrá que transitar país y, lamentablemente, estamos fracasando.

Por eso, estos días, la Universidad Politécnica de Cartagena ha acogido un congreso (‘La ciencia al servicio de la recuperación del sistema socioecológico del Mar Menor’), organizado por la Oficina Técnica del Mar Menor del Ministerio para la Transición Ecológica con la idea de analizar todos los factores que han terminado por degradar la albufera.

«La actividad con más impacto sobre el medio natural». En número agregados, según explicaba José María Rey Benayas, catedrático de Ecología de la Universidad de Alcalá, el impacto de la agricultura es enorme. Sin embargo, no tiene por qué ser así. O, al menos, se pueden buscar modelos que respeten la biodiversidad sin perjudicar a los productores. El asunto es que, como han demostrado estos últimas décadas, implementarlo no es sencillo.

Alberto Sánchez tiene un magnífico (y muy detallado) resumen del congreso en La Verdad. Sin embargo, el primer paso ha estado siempre bastante claro: no sirve de nada quedarse en el Mar Menor. Si queremos solucionar el problema, hay que mirar mucho más allá y iniciar una reordenación integral de toda la comarca.

Un problema al que hay que sumar el cambio climático. Hay dos fenómenos que se están conjugando progresivamente para incrementar los problemas en torno a la albufera. El primero es la «simplificación del terreno». Décadas de intervención humana sobre el suelo agrícola han convertido toda la cuenca en una «canalización directa» de los cultivos al Mar Menor.

Esto no sería un problema si las lluvias torrenciales no recogieran todos los fertilizantes de esos campos y los depositaran en la laguna. Sin embargo,

¿Qué podemos hacer? No hay que llevarse a engaño: aún necesitamos mucha investigación (porque aún sabemos terriblemente poco de cómo se mueven las aguas en el subsuelo de la zona); pero también una serie de medidas que ordenen la agricultura en toda la cuenca y recuperan toda la red de drenaje que rodeaba y protegía la albufera. Sin embargo, en los último diez años las lluvias intensas en la cuenca han ido creciendo de forma «muy importante».

En este sentido, como explicaba Alberto Sánchez, las propuestas que se barajan requieren «renaturalizar las parcelas en los dos primeros kilómetros del litoral  quitando el regadío», «dedicar el 20% de paisaje agrícola a vegetación natural o seminatural» o «elaborar una red de setos de hasta 10.000 kilómetros lineales que ‘permita el control’ sobre los arrastres» (uno de los principales problemas del Mar Menor).

¿Lo haremos? ¿Conseguiremos salvar el Mar Menor? Si tomamos como referencia los últimos años, la respuesta no puede ser otra que ‘no’. Pese a todos los esfuerzos (y las nuevas normativas) la situación de la albufera sigue siendo crítica. Hay algunos motivos para ser optimistas, claro. Aunque las protestas agrarias de los últimos meses han paralizado muchas medidas, las nuevas normativas europeas podrían ayudar a proteger la zona.

Pero el factor clave para creer en el futuro del mar Menor es que, desde 2021, la correlación de fuerzas ha cambiado un poco. Tradicionalmente, había zonas (las de mayor interés turístico) que se escapaban a las consecuencias más duras de la ‘eutrofización‘ de la laguna. Eso ha empezado a cambiar y, cada vez se hace más evidente, que la degradación de la comarca puede acabar por afectar también al desarrollo económico de la misma.

Imagen | massimo_b

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