La Unión Europea ha tomado al fin la decisión que durante tantos años le ha aterrado: dejar de importar gas ruso

Bruselas ha anunciado la prohibición de importar gas ruso a finales de 2027. Así lo han confirmado en rueda de prensa la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y el comisario de Energía, Dan Jørgensen. Pero, más allá de las declaraciones, hay un elefante en la sala: la Unión Europea acaba de prometer algo que no sabe si podrá cumplir.
Un veto «permanente». Según el comunicado oficial de la Comisión Europea, el Parlamento y Consejo han alcanzado un acuerdo político para detener de manera permanente las importaciones de gas ruso —no solo por gasoducto, también de gas natural licuado— y con un calendario muy concreto:
- GNL en contratos de corto plazo: prohibido desde el 25 de abril de 2026.
- Gas por gasoducto en corto plazo: prohibido desde el 17 de junio de 2026.
- GNL en contratos de largo plazo: 1 de enero de 2027.
- Gas por gasoducto en largo plazo: 30 de septiembre de 2027 (o 1 de noviembre con prórroga si no se llega al nivel de almacenamiento).
Además, la UE prevé dejar de importar petróleo ruso en 2027, algo que confirma el Financial Times y que completaría el embargo parcial vigente desde 2022. Aun así, Hungría y Eslovaquia seguirán recibiendo crudo por el oleoducto Druzhba —recientemente bombardeado— mientras sus excepciones legales sigan vigentes.
El mensaje político es claro. La realidad, menos. Sobre el papel, es el portazo definitivo al gas ruso. Von der Leyen celebró que el veto permitirá «agotar el cofre de guerra de Putin», mientras Jørgensen proclamaba que «se acabaron el chantaje y las manipulaciones». El mensaje político es nítido: Europa quiere demostrar que ya no depende de Moscú para pasar el invierno.
Sin embargo, el consenso es frágil dentro de la UE. El veto al gas es oficial, pero no unánime. El ministro de asuntos exteriores y comercio de Hungría publicó en sus redes sociales que ya prepara un recurso ante el Tribunal de Justicia de la UE para tumbar la prohibición, mientras Eslovaquia pide ampliar plazos y proteger sus excepciones. El acuerdo político existe, pero la unidad operativa es frágil: sin coordinación real entre socios, un veto energético puede convertirse en un simple gesto declarativo.
La lectura real es menos triunfal. Según DW, el Gobierno de Moscú acusó a la UE de precipitar «su propio declive económico» al obligar al bloque a recurrir a alternativas más caras y a un mercado global de GNL donde ya compite con Asia por cada cargamento.
Bruselas, consciente del precedente del petróleo, ha blindado el veto con un armazón legal mucho más severa. Como explica Financial Times, las empresas que intenten esquivar la prohibición se enfrentarán a multas de hasta el 3,5% de su facturación global, sanciones fijas que pueden llegar a 40 millones de euros y un sistema obligatorio de certificados de origen para evitar que el gas ruso se cuele disfrazado en forma de mezclas opacas, triangulaciones o reexportaciones indirectas.
La verdad es aún más incómoda. Europa sigue necesitando gas para estabilizar su red eléctrica y cubrir picos de demanda cuando no sopla el viento o el sol desaparece. Según un informe de McKinsey & Company, Europa necesitaría un 75% más de flexibilidad antes de 2030 para funcionar sin ese respaldo fósil, mientras que el consumo mundial de gas crecerá un 26% hasta 2050, justo cuando debería caer un 75% para cumplir el Acuerdo de París.
A esto se suma el estrés estructural del sistema gasista europeo. Las principales regasificadoras holandesas —Gate y Eemshaven— operan al 90–100% de capacidad, justo cuando Europa encara el invierno con reservas al 83%, el nivel más bajo desde 2022. España, pese a su gran capacidad de regasificación, apenas puede enviar 7.000–8.500 millones de m³ al año hacia Francia: el cuello de botella está en las interconexiones. Y basta una ola de frío para desestabilizar precios, como advierte Bloomberg.
Una hoja de ruta acelerada. Bruselas insiste en que esta vez sí hay un plan. Cada Estado miembro deberá presentar antes de marzo de 2026 un plan nacional de diversificación que detalle cómo sustituirá los 35.000 millones de m³ de gas ruso que aún entraban en la UE el año pasado: nuevos proveedores, nuevas infraestructuras y nuevas rutas de GNL. Sobre el papel tiene sentido. En la práctica, supone reconstruir en dos años un sistema energético que tardó cuatro décadas en levantarse.
Mientras tanto, Europa se sostiene gracias a un salvavidas inesperado: Estados Unidos. Según Bloomberg, el continente ha resistido los últimos meses gracias a un boom del GNL estadounidense, con exportaciones a niveles récord. Este invierno Europa «probablemente estará bien», pero la abundancia real no llegará hasta la segunda mitad de 2026. Cualquier imprevisto —un frío extremo, un repunte de la demanda china, un fallo técnico— podría volver a tensar el sistema.
Y mientras, China juega otra partida. Europa mira sus depósitos. China excava más hondo. El gigante asiático aumentó su producción interna de gas un 5,8% en el primer semestre de 2025, lleva 20 años de crecimiento casi ininterrumpido, redujo sus importaciones de GNL un 22% y avanza con el gasoducto Power of Siberia 2, capaz de absorber 50.000 millones de m³ rusos al año.
La consecuencia es inevitable: si Europa deja de comprar, Rusia tiene a quién venderle.
El precedente que inquieta a Bruselas. Aquí está el miedo principal: las sanciones al petróleo demostraron que, cuando Europa cierra una puerta, el mercado abre una ventana. Como hemos contado en Xataka, tras el embargo parcial surgió una flota fantasma de petroleros, traders europeos trasladaron operaciones a Dubái, se mezcló crudo para ocultar su origen y aparecieron empresas pantalla en Emiratos que operaban fuera de jurisdicción europea.
El resultado fue evidente: el petróleo ruso nunca dejó de fluir, simplemente cambió de bandera, de ruta y de documentación. Y ese precedente es precisamente lo que temen ahora en Bruselas: que el gas siga la misma lógica de opacidad, triangulaciones y mercados paralelos.
Europa promete apagar el gas ruso. Sobre el papel, es una decisión histórica. En 2027, Europa dice que no quedará rastro del gas ruso en su sistema energético. En la práctica, el camino está lleno de grietas: infraestructuras saturadas, sanciones porosas, aliados que dudan, un invierno potencialmente frío y una transición energética que avanza más despacio que la geopolítica.
Europa se lanza al vacío confiando en tener red, pero esta sigue dependiendo del gas. Y la pregunta que sobrevuela Bruselas es inevitable: la UE quiere cortar el gas ruso en 2027. Pero cuando llegue el momento, ¿será capaz de hacerlo o se repetirá lo ocurrido con el petróleo, que nunca dejó de fluir del todo?
Xataka | Todo apunta a que deberíamos dejar de depender del gas. Pero el mundo planea seguir consumiendo







