En Tokio los profesores están sufriendo una sobrecarga de trabajo y estrés. Y hay un sospechoso: "padres monstruo"
La imagen resultaba tan rematadamente desconcertante que no tardó en viralizarse. Hace unas semanas la Universidad de Granada fue noticia porque un vicedecanato de la Facultad de Ciencias de la Educación colgó un cartel en el que recordaba que los profesores «no atienden a padres», e insistía: «Todo el alumnado matriculado es mayor de edad». Algo parecido hizo la Universidad de Oviedo, que también colgó un cartel similar señalando que sus estudiantes son ya mayorcitos y el reglamento limita la información que el centro pueda dar a sus progenitores.
El fenómeno no es sin embargo exclusivo de España. En Japón los padres sobreprotectores se ha convertido en un problema tan grave que ha obligado a las autoridades a mover ficha en las escuelas. El objetivo: proteger a los docentes.
Nuevas directrices. Que un organismo como el Consejo Metropolitano de Educación de Tokio publique directrices sobre cómo deben actuar las escuelas en determinadas circunstancias no es ninguna novedad. Sí lo es que esas pautas no se centren en la carga lectiva, los horarios, las actividades extraescolares ni nada que tenga que ver con la educación de los jóvenes o la organización del claustro.
El objetivo de las nuevas recomendaciones del Consejo se centran en otra cosa. Básicamente en cómo deben actuar los profesores cuando se encuentren con lo que en Japón han empezado a llamar ya (y no sin razón) ‘padres monstruo’, padres y madres sobreprotectores que no dudan en enzarzarse con los maestros, pedir cuentas y tener largas discusiones sobre todo tipo de cuestiones.

¿Pero tan grave es el problema? Eso parece. Y hay un par de estudios que ayudan a entenderlo. Una encuesta publicada en abril con unos 12.000 docentes de escuelas públicas de Tokio reveló que el 22% aseguraba haber recibido un trato «socialmente cuestionable» por parte de gente ajena al centro, sobre todo padres. Un informe anterior, de hace justo un año, elaborado por la Asociación Japonesa de Ayuda Mutua de Profesores de Escuelas Públicas, identificó además que el trato con los padres de los alumnos era una fuente de estrés para los docentes.
Conectado con el karoshi. No es solo que los padres aumenten la ansiedad de los profesores. Como recuerda This Week in Asia, cada profesor suele llevar varias clases con decenas de alumnos (unos 30), con lo que al final las reuniones y charlas telefónicos con los padres acaban convirtiéndose en una carga de trabajo extra que alarga la jornada del claustro. En ocasiones varias horas todas las semanas.
Un informe reciente sobre karoshi, la conocida como «muerte por exceso de trabajo», refleja que durante los últimos tres años el sector de la educación ha sido uno de los que tiene mayor porcentaje de personal que trabaja más de 60 horas semanales. Solo los supera el transporte, la logística y la hostelería.
«Peticiones irracionales». ¿Por qué se quejan los ‘padres monstruo’? ¿Qué les lleva a presentarse cada dos por tres en los despachos de los maestros de sus hijos, enviarles mensajes o mantenerlos durante horas al teléfono? The Japan Times habla de «peticiones irracionales» relacionadas con alumnos que se niegan a ir a clase o han recibido reprimendas, pero otros medios citan casos más extraños.
This Week in Asia refiere quejas de padres molestos porque los cerezos no hubiesen florecido a tiempo para las ceremonias de ingreso de sus hijos, del sabor de los menús escolares o de las picaduras de los insectos. «Hay dos tipos de padres, los que son exigentes pero amables, que a veces nos ofrecen regalos, y los que parecen estar siempre descontentos, pase lo que pase», comenta un profesor.
De insectos y novias. Tsuji, profesora de sociología de la cultura en la Universidad Chuo de Tokio, reconoce su temor a que el fenómeno esté yendo más allá de las escuelas y llegue a las facultades. «Estos jóvenes están en la universidad y aun así sus padres insisten en decirle a sus profesores qué deben hacer», relata. «La universidad ha recibido quejas de padres sobre la calidad de la comida y una madre llamó exigiendo saber por qué su hijo no había hecho amigos nuevos».
Ella misma tuvo que atender hace no mucho a una madre preocupada por que su hijo universitario no encontraba novia. «No supe qué responderle», confiesa.
Otro docente relata el calvario que suponen las excursiones escolares. «Los padres llaman o envían mensajes a los profesores a medianoche o incluso más tarde para preguntar qué necesita llevar su hijo, dónde reunirse, a qué hora deben llegar, qué van a ver y así sucesivamente». Lo más curioso, lamenta, es que toda esa información se entrega a todos los alumnos con antelación suficiente.
Poniendo orden. Con ese telón de fondo, la Junta de Educación de Tokio ha dictado una serie de directrices para los centros metropolitanos. ¿El objetivo? Que sus docentes sepan cómo actuar en cada caso. Sus pautas son claras y sencillas: las reuniones con los padres no durarán más 30 minutos a la semana, máximo una hora en casos especiales para evitar que interrumpan el resto de su trabajo.
En esos encuentros habrá además al menos dos docentes y si los progenitores insisten en reunirse con el centro el caso pasará de los docentes a la dirección.
De la cuarta reunión en adelante entrarán en juego otros profesionales para abordar el asunto, como psicólogos o incluso abogados. Por supuesto, las charlas se grabarán y en caso necesario (si un padre pierde las formas) se recurrirá a una empresa de seguridad o incluso se pedirá la intervención de la policía.
¿Por qué? La gran pregunta. ¿Qué explica el fenómeno de los ‘padres monstruo’? Aunque en Tokio el foco se ha centrado en las escuelas, no tanto en las facultades, el telón de fondo no es distinto al de las polémicas que han surgido aquí en Oviedo o Granada: padres protectores y la mermada autoridad de los docentes.
«Este problema ha ido en aumento en los últimos años», confiesa Tsuji, quien recuerda que en plena crisis de natalidad en Japón los padres se vuelcan en el bienestar y los éxitos académicos de los hijos que tienen. A eso se añaden cambios culturales y sociales entre los que se incluye que los nuevos progenitores parten de generaciones formadas que se sienten más autorizadas para tartar con docentes.
Imágenes | Egor Myznik (Unsplash) y Stephanie Hau (Unsplash)
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