En 2005 EEUU probó lo fuerte que era su portaaviones con un diminuto submarino sueco. Todavía se puede escuchar la bofetada que se llevó

Hace exactamente 20 años se produjo una escena fascinante que demostró que la fuerza bruta o las dimensiones monstruosas no son tan fundamentales como se creía cuando se trata de una guerra naval. Poco tiempo antes de aquel relato verídico, Estados Unidos había anunciado a los cuatro vientos su portaaviones nuclear más moderno, pesado y grandilocuente de la historia.
Así que dieron el paso más lógico: ponerlo a prueba.
El ejercicio que salió regular. En 2005, durante unas maniobras frente a la costa de California, la Marina de Estados Unidos permitió algo inusual: enfrentarse repetidamente a un submarino convencional extranjero, pequeño y relativamente barato, para mejorar su doctrina antisubmarina. El elegido fue el HMS Gotland, un submarino diésel-eléctrico sueco de apenas 1.600 toneladas. El objetivo era entrenar al grupo de combate del portaaviones USS Ronald Reagan, uno de los buques más poderosos del mundo, equipado con escoltas, helicópteros antisubmarinos y sensores avanzados.
Lo que siguió fue inesperado: una y otra vez, durante dos años de simulaciones, el Gotland logró infiltrarse en la formación, posicionarse para disparar y “hundir” al portaaviones sin ser detectado. El resultado causó preocupación en Washington, interés en Moscú y Pekín, y una reevaluación profunda del papel de los submarinos diésel modernos en la guerra naval contemporánea.
El Gotland y la ventaja silenciosa. El éxito del Gotland se basaba en su sistema de Propulsión Independiente del Aire (AIP), concretamente un motor Stirling capaz de generar energía sin necesidad de tomar aire del exterior. Esto permitía a la nave permanecer sumergida durante hasta dos semanas, manteniendo una velocidad constante y extremadamente silenciosa, algo que las versiones diésel anteriores no podían lograr.
Mientras que los submarinos nucleares requieren sistemas de refrigeración que generan vibraciones y ruido detectables, el Gotland podía desplazarse casi sin dejar rastro acústico. Su casco estaba recubierto de materiales que disminuían la reflexión del sonar, su torre incluía materiales absorbentes de radar y la maquinaria interna estaba montada sobre amortiguadores de goma para silenciar vibraciones. Además, contaba con 27 electroimanes capaces de reducir su firma magnética ante sensores especializados.

El HS Gotland
Movilidad y sigilo. La maniobrabilidad del Gotland también resultó determinante. Su diseño con timones en forma de X y sistemas de control automatizados permitía cambios bruscos de rumbo y profundidad con gran precisión, lo que lo hacía apto para operar en aguas costeras poco profundas, donde los submarinos nucleares son más vulnerables.
En el contexto de las maniobras contra el USS Ronald Reagan, el Gotland demostró que podía acercarse a gran profundidad, obtener posición de tiro y retirarse antes de que los sensores estadounidenses detectaran siquiera alteraciones en el entorno. Pese a que en un combate real el portaaviones podría sobrevivir a varios impactos, el hecho esencial es que habría quedado fuera de combate, lo que cambiaría el resultado estratégico de cualquier operación naval.

El US Ronald Reagan
Amenaza económica y doctrinal. El Gotland costaba cerca de 100 millones de dólares, lo que equivale aproximadamente al costo de dos aviones embarcados F/A-18. El USS Ronald Reagan, en cambio, costó más de 6.000 millones, sin contar su escolta ni su ala aérea. En términos de coste-efectividad, un submarino relativamente asequible demostró que podía neutralizar un activo que representa el núcleo de la proyección naval estadounidense. Esta revelación resonó especialmente en China y Rusia, que desde entonces han acelerado el desarrollo de submarinos AIP.
Hoy, China opera múltiples variantes de submarinos equipados con Stirling y Rusia trabaja en versiones actualizadas del proyecto Lada, mientras países como Japón, Alemania, Francia, Israel, India y Corea del Sur también desarrollan o adquieren submarinos de este tipo. El desafío no es solo técnico, sino también estratégico: un número reducido de submarinos de este tipo puede dificultar el uso de portaaviones cerca de litorales hostiles, alterando la manera en que las potencias despliegan su fuerza.
El ”no” al diésel de EEUU. A pesar del impacto del ejercicio, la Marina estadounidense decidió no volver a operar submarinos diésel. Su razonamiento se basa en logística y alcance estratégico: Estados Unidos despliega submarinos a miles de kilómetros de sus bases, y necesita unidades que puedan operar durante meses, perseguir objetivos a gran distancia y sostener velocidades elevadas sin necesidad de recargar baterías.
Los submarinos diésel-AIP son ideales para defender aguas territoriales o zonas costeras, pero menos adecuados para operaciones oceánicas prolongadas. Por eso, la Marina estadounidense ha preferido invertir en submarinos nucleares y, más recientemente, en sistemas submarinos no tripulados que podrían complementar o sustituir misiones de escolta y patrulla.
Lo que el Gotland reveló. La historia del HMS Gotland demuestra que la supremacía naval no está garantizada por el tamaño ni por el coste de las plataformas de combate, sino por la adaptación tecnológica y la comprensión del entorno estratégico. Los portaaviones siguen siendo herramientas formidables para proyectar poder, pero su vulnerabilidad ante submarinos AIP silenciosos obliga a replantear doctrinas, invertir en detección avanzada y reconsiderar el tipo de fuerzas usadas en entornos cercanos a costas enemigas.
La lección clave no fue el hundimiento simbólico de un portaaviones, sino la constatación de que la guerra naval del siglo XXI puede dar la vuelta a jerarquías que parecían inamovibles. Aquellos días se demostró que, en el océano, el silencio vale más que el acero, y un pequeño submarino puede cambiar el equilibrio de una flota entera.
Imagen | Wikimedia, U.S. Navy








