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Los arqueólogos siempre se han preguntado qué significan las cabezas cortadas y con clavos de los íberos. Ya tienen la respuesta

¿Qué significa una cabeza cercenada y exhibida en una muralla? ¿Y si el cráneo muestra además un enorme clavo de hierro atravesado en la frente? La pregunta quizás suene disparatada, pero lleva décadas intrigando a los arqueólogos que se dedican a estudiar a las comunidades que poblaron hace milenios el noreste de la península, donde han aparecido en yacimientos como el de Ullastret. Hay quien considera que las calaveras eran trofeos de guerra que se mostraban a modo de advertencia y exhibición de poder. Otros creen que son reliquias veneradas.

Ahora estamos más cerca de averiguarlo.

¿Qué ha pasado? Que los arqueólogos dedicados a estudiar las comunidades íberas de la Edad de Hierro han ahondado en un enigma que les intriga desde hace décadas: ¿Por qué diablos cercenaban cabezas? ¿Qué pretendían al cortar cráneos que luego exhibían al público? ¿A quiénes pertenecían y para qué se usaban? 

La cuestión se vuelve aún más misteriosa si tenemos en cuenta que los historiadores han comprobado que parte de estos cráneos decapitados parecían recibir «un tratamiento post mortem«, lo que incluía ciertas incisiones o el uso de aceite de cedro; y (quizás lo más fascinante) que algunas calaveras muestran enormes agujeros e incluso clavos de hierro atravesados en el hueso.

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¿Qué han estudiado exactamente? Lo que han hecho Rubén de la Fuente Seoane, arqueólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona, y sus colegas es centrar el foco en dos yacimientos del noreste de la península Ibérica, situados en lo que hoy es Cataluña: Puig Castellar y Ullastret. Para ser más precisos lo que han analizado son siete cráneos cortados localizados en ambos poblados fechados hacia el último milenio antes de nuestra era. Sus conclusiones las han plasmado en un artículo publicado en Journal of Archaeological Science: Reports.

Quizás no parezca una muestra muy amplia, pero las calaveras representa un fenómeno mucho más extendido. Como recodaba esta semana Fran Lidz en The New York Times, desde 1904 los arqueólogos han localizado «docenas» de cráneos de este tipo en el noreste peninsular que datan entre el 800 y 218 a.C. 

No hace falta irse muy lejos para verlos. Pueden observarse en el Museo de Arqueología de Cataluña (MAC), que ha ido ampliando su colección. Lo más curioso es que estos cráneos no solo se cercenaban, también se exhibían, colocados en pórticos, estacas… En ocasiones con enormes clavos de hierro atravesados.

Pero… ¿Por qué lo hacían? Esa es la pregunta que llevan tiempo haciéndose los arqueólogos. ¿Por qué? ¿Con qué fin se decapitaba, preparaban y exhibían los cráneos? «¿Quiénes eran estos individuos y para qué se utilizaron sus cabezas», se pregunta De la Fuente Seoane antes de recordar que «tradicionalmente» el debate ha pivotado en torno a dos grandes hipótesis. Hay quien sostiene que las calaveras eran trofeos de guerra pensados para intimidar a los enemigos y quienes (en una interpretación radicalmente distinta) los interpretaban como «reliquias veneradas» relacionadas con personajes que habían tenido influencia en la comunidad.

¿Y cuál es la respuesta? Fácil preguntarlo, no tanto responderlo. Como recuerda el artículo publicado por De la Fuente Seoane y sus colegas, algunos estudiosos se han fijado en la ubicación de los cráneos para intentar comprender su función. El problema es que eso parece complicar aún más la cuestión.

Hay cabezas que parecen haberse exhibido directamente en paredes. Otras se descubrieron en fosas o en el contexto de «espacios domésticos». ¿Cómo resolver entonces el enigma? El equipo de De la Fuente-Seoane optó por ampliar el foco y huir de explicaciones excluyentes. «Nuestro estudio muestra que puede ser un error tener que elegir solo una opción», explica a The New York Times.

¿Qué significa eso? Que la práctica de las cabezas cortadas entre los íberos del noreste peninsular podría ser más rica, diversa y compleja de lo que pensábamos. Para empezar los arqueólogos constataron que los cráneos no parecen haber sido seleccionados al azar. También se aprecia cierto tratamiento post mortem de las piezas, con prácticas que sugieren que la existencia de expertos en preparar los cráneos, lo que revelaría a su vez que no era una práctica ocasional.

«Nuestros resultados revelan que los individuos de Puig Castellar y Ullastret no habrían sido seleccionados al azar. Habría una tendencia homogénea hacia los hombres en el ritual, pero los patrones de movilidad y localización sugieren una mayor diversidad, cosa que podría implicar diferencias sociales y culturales entre los individuos de las dos comunidades», comenta. Es decir, los expertos sugieren que la práctica de las cabezas cortadas pudo responder a «varios criterios».

¿Mismo ritual, varios significados? Exacto. «En Puig Castellar las cabezas cercenadas en espacios públicos podrían demostrar poder, venerar a miembros destacados de la comunidad o intimidar a enemigos. En Ullastrer la ubicación de las cabezas en zonas expuestas sugiere que se trataba de habitantes importantes, venerados a nivel local», recoge el artículo. El ritual era por lo tanto rico y más diverso de lo que muchos creían. «No respondía a una misma expresión simbólica entre las comunidades ibéricas del nordeste, variaba según el asentamiento«.

«En algunos casos parece que se utilizaron principalmente individuos foráneos como símbolos de poder e intimidación, mientras que en otros poblados se podría haber priorizado la veneración de individuos vinculados a la comunidad», señalan desde la UAB. «La práctica de las cabezas se aplicaba de manera diferenciada en cada yacimiento, lo que parece descartar una expresión simbólica homogénea».

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¿Cómo concluyeron eso? Los investigadores decidieron estudiar el origen de cada cráneo y hacerse un pregunta: ¿Pertenecían a la población autóctona o son restos de gente de otras comunidades? Quizás parezca una cuestión menor, pero resulta crucial para la premisa con la que trabajó el equipo: si las calaveras eran trofeos de guerra probablemente no tenían un origen local, mientras que si se usaban para venerar a ancestros de la comunidad seguramente sí lo tendrían. 

Para salir de dudas los expertos recurrieron al análisis de isótopos estables de estroncio y oxígeno del esmalte dental de los siete cráneos recuperados en Puig y Ullastrer. Sus datos se completaron con otros arqueozoológicos y «un muestreo detallado» de sedimento y vegetación recogidos en los yacimientos.

¿Descubrieron algo? Sí. Con esas pistas el equipo determinó qué individuos tenían un origen local y cuáles no. «En Puig Castellar los valores isotópicos de tres de los cuatro individuos difieren de forma significa del referencial de estroncio local, cosa que sugiere que probablemente no eran locales. En Ullastrer hemos encontrado una mezcla de orígenes locales y no locales», aclara De la Fuente.

En el primer poblado (Puig Castellar) los cráneos se expusieron en zonas como la muralla, lo que lleva a los arqueólogos a pensar que servían para demostrar poder y dominio. En Ullastrer las dos calaveras de origen locales se exhibían en paredes o puertas de viviendas, como si hubiesen pertenecido a alguien venerado. Un tercer cráneo (de origen ajeno a la comunidad, según los análisis) apareció sin embargo en una fosa fuera de las murallas, sugiriendo un valor de trofeo bélico.

¿Por qué es importante? Por varias razones. Más allá de lo que nos revela sobre el ritual de las cabezas cortadas, los investigadores reivindican que el restudio muestra «por primera vez una evidencia directa de los patrones de movilidad humana en la Edad de Hierro en el nordeste peninsular».

No es una cuestión menor si se tiene en cuenta que los arqueólogos no tienen precisamente muchos registros antropológicos de tipo funerario para analizar las comunidades iberas. Sus miembros practicaban la cremación, así que los cráneos cortados suponen «una oportunidad excepcional». Ahora gracias al estudio liderado por la UAB podemos entender mejor para qué servían.

Imágenes | Museo Arqueológico Nacional

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