EEUU ha encontrado algo en el Fujian de China: si la guerra va de catapultas electromagnéticas, Pekín tiene un problema

A mediados de septiembre se produjo una escena tensa en China. Ocurrió en la cubierta de su flamante portaaviones Fujian, y en la fiabilidad de aquella prueba estaban puestas todas las esperanzas de su Armada: Si durante décadas los despegues estuvieron dominados por el vapor, su nuevo “monstruo” lo iba a hacer con electricidad. Su catapulta electromagnética confirmaba que iban muy en serio.
Aunque ahora Estados Unidos tiene algo que decir.
Limitación estructural. La noticia la han dado dos antiguos oficiales de portaaviones de la US Navy, quienes concluyen, tras analizar imágenes del Fujian, que la configuración de cubierta del nuevo portaaviones chino obliga a secuenciar despegues y apontajes en vez de solaparlos, lo que reduce su ritmo operativo a aproximadamente el 60% del de un Nimitz de hace nada menos que medio siglo.
La explicación. Tal y como cuentan, el ángulo de apontaje de solo 6° frente a los 9° de los buques estadounidenses, la mayor longitud de la zona de toma (que invade el área donde se estacionan los aviones en punta antes de la catapulta) y la posición de las dos catapultas delanteras interceptando el sistema de aterrizaje convierten la cubierta en un plano con puntos de conflicto cinético, donde mover un avión recuperado puede bloquear momentáneamente la catapulta e interrumpir la salida siguiente.
Ante ese riesgo de colisiones en un entorno extremadamente denso y rápido, la única mitigación realista, según los oficiales, es bajar el tempo, lo que equivale a una degradación directa de la capacidad de generación de salidas.
Salto tecnológico. El Fujian, como decíamos, supone el primer portaaviones chino con catapultas electromagnéticas, permitiendo lanzar aparatos con más combustible y armamento, aumentando radio y masa de golpe. De hecho, solo el Gerald R. Ford estadounidense comparte esta característica. Es un salto radical respecto a Liaoning y Shandong, que siguen con salto de esquí y limitan peso al despegue.
Pero el salto material no implica salto doctrinal inmediato: la cultura operacional de cubierta (ciclos, secuencias, disciplina de flujo humano y mecánico bajo clima hostil) solo se consigue mediante años de operación y “con una curva de sangre”, como recuerdan los veteranos. Sin esa experiencia acumulada, el hardware introduce capacidad potencial que la práctica todavía no sabe explotar sin penalización de ritmo (o de riesgo).

Ventaja cuantitativa. Lo hemos contado antes: China lanza buques a ritmo acelerado, construyendo la mayor marina del mundo en número total, pero su déficit en portaaviones no es contable sino más bien generacional: once frente a dos en servicio, y décadas de know-how frente a una primera cohorte que apenas entra en fase de adiestramiento real.
El Fujian es el primer competidor volumétrico del Nimitz, pero según los mandos estadounidenses, nace con una topología de cubierta que compromete su cadencia, mientras Washington opera diez Nimitz con doctrina madura y cierra el ciclo con la clase Ford. Que el Nimitz, botado en 1975, en su último despliegue pueda aún superar al Fujian en ritmo de salidas, ilustra esa distancia entre tonelaje y competencia.
El «eslabón intermedio”. Los oficiales, además, interpretan el Fujian como una plataforma puente: primero introducir la catapulta, para luego despejar restricciones en generaciones siguientes. La próxima unidad (el Type 004) ajustará, a priori, errores y moverá geometrías para desatar el potencial que el Fujian contiene pero no libera por su disposición.
China ya muestra la pauta industrial de corregir en producción: fallar, aprender y lanzar una iteración en pocos años, algo coherente con su patrón naval en otras clases de buques. En ese sentido, no sería del todo correcto decir que el Fujian fracasa: más bien cumple la función de enseñanza y aprendizaje para que el sucesor nazca sin esos cuellos.
Del vapor a la electricidad. Las catapultas de vapor dominaron la aviación embarcada desde los años cincuenta: usan presión de vapor para impulsar un pistón que arrastra el avión. Son enormes, pero ineficientes energéticamente, con control grueso de la aceleración y altos requisitos de mantenimiento.
La llegada de EMALS (Electro-Magnetic Aircraft Launch System), primero en la clase Ford y ahora en el Fujian, sustituye la hidráulica térmica por fuerza de inducción controlable digitalmente: la aceleración puede modularse, reduciendo la fatiga estructural del avión, permitiendo lanzar aparatos más pesados con menos carrera y recuperando energía más rápidamente entre salidas.
El ”pero”. Ocurre que la ventaja electromagnética es condicional: para traducirse en potencia real exige una arquitectura de cubierta, doctrina, ritmos y disciplina de secuencia capaces de capitalizar el nuevo margen. Dicho de otra forma, el sistema de primera generación en manos de una flota sin “kilómetros de cubierta” hereda la potencia física pero lejos de la eficacia operacional que décadas de vapor enseñaron a exprimir.
La clave es el tiempo. En definitiva, la tesis de fondo de los veteranos marines no es que el Fujian sea un error sin solución, sino que su limitación revela la naturaleza real de la guerra naval de aviación: no es ingeniería pura sino ingeniería amortizada con el hábito, y donde el enemigo no es el diseño sino la cronología.
Aunque lo parezca, la potencia de combate de un portaaviones no es su desplazamiento ni sus sistemas, sino los ciclos por hora y la confianza psicológica acumulada para sostenerlos de noche, bajo tormentas, con bajo combustible y/o margen cero. Esa casuística, que define el rendimiento letal, no se puede comprar.
Y, según los oficiales, China aún opera en el estadio en el que solo a través de años de cubierta podrá convertir el salto físico del Fujian en salida sostenida de potencia aérea.
Imagen | Ministry of National Defense The People´s Republic of China/ LI GANG/XINHUA, Ministerio de Defensa Nacional







