Israel ha llegado a un acuerdo de paz en Gaza con EEUU. El problema es que EEUU no era la otra parte del conflicto

Trump, acompañado por Netanyahu, ha presentado un ambicioso plan de paz que busca poner fin a casi dos años de guerra en Gaza, liberando a los rehenes israelíes y abriendo un proceso de reconstrucción bajo supervisión internacional. Su esquema exige la rendición de Hamas, el desarme total y su exclusión política, ofreciendo a cambio la excarcelación de cerca de 2.000 prisioneros palestinos y la entrada masiva de ayuda humanitaria.
A su ultimátum le quedan horas para que el conflicto de un giro de 180 grados.
Un plan inesperado. A diferencia de propuestas previas que se limitaban a treguas parciales, la de ahora pretende un cese definitivo de las hostilidades, con un plazo de apenas 72 horas (ahora unas 48) para que Hamas entregue a todos los cautivos.
Israel mantendría tropas en un corredor de seguridad dentro de Gaza y en zonas de amortiguamiento, pero se comprometería a un repliegue parcial, mientras se instala un comité tecnocrático palestino bajo la tutela de un “Board of Peace” presidido por Trump y con Tony Blair en un papel destacado. El proyecto, elaborado en consultas con Israel, Qatar, Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, ha sido calificado por la Casa Blanca como la vía más realista para cerrar la guerra y redibujar el futuro de la Franja.
Las concesiones a Netanyahu. Netanyahu logró, en gran medida, imponer sus condiciones: Hamas quedaría fuera de cualquier administración futura, la Autoridad Palestina solo tendría un papel hipotético sujeto a reformas drásticas, y la creación de un Estado palestino quedaría diferida a un horizonte indefinido.
Si se quiere, para el primer ministro israelí, acorralado internacionalmente tras reconocimientos europeos de un Estado palestino y tras el boicot en Naciones Unidas, fue una especie de rara victoria diplomática: junto a Trump pudo mostrar que aún controla los tiempos y que Washington respalda su estrategia de “victoria total”.

La derecha. Sin embargo, esta misma postura abre grietas dentro de Israel, donde la derecha radical acusa al gobierno de claudicar al aceptar un plan con concesiones simbólicas a la causa palestina y con la introducción de fuerzas extranjeras en Gaza.
Smotrich y Ben-Gvir han advertido que podrían derribar la coalición si el acuerdo se convierte en una paz definitiva que congele la ofensiva militar, lo que augura turbulencias políticas que Netanyahu intenta esquivar con maniobras de procedimiento, como evitar llevar todo el plan al voto del gabinete de seguridad.
La presión sobre Hamas. Para Hamas, la propuesta es letal en términos políticos: supondría el final de su dominio en Gaza tras casi dos décadas, el desarme de sus brigadas y la entrega de sus últimos rehenes sin garantías de influencia futura. Aun así, el grupo enfrenta una presión inédita: Turquía, Qatar y Egipto han manifestado apoyo al plan y advierten que el tiempo de Hamas se agota.
Muchos analistas apuntan a que la dirección de la milicia busca un “aterrizaje digno” que salve a parte de sus cuadros y evite la aniquilación total, pero cualquier aceptación del acuerdo supondría cruzar las líneas rojas que siempre ha proclamado, sobre todo el mantenimiento de su brazo armado. En ese contexto, Trump lanzó ese ultimátum público: “tres o cuatro días” para responder, acompañado de la amenaza de que Hamas “pagará en el infierno” si rechaza la oferta. La disyuntiva para los líderes islamistas es clara: ceder y sobrevivir políticamente en el exilio o resistir y arriesgarse a que Israel reanude una ofensiva aún más devastadora.

Los mediadores árabes. En este caso, los países árabes han pasado de la retórica a la implicación directa. Arabia Saudí, Emiratos, Egipto, Jordania y Qatar han transmitido a Washington y a Israel una lista de condiciones: no a la anexión de Gaza, no al desplazamiento forzoso de palestinos, no a nuevos asentamientos, y sí a un horizonte de autodeterminación palestina.
Aunque el plan de Trump no satisface plenamente estas demandas, ha incorporado concesiones como la mención a una posible “ruta creíble hacia la autodeterminación palestina” si la Autoridad Palestina acomete reformas. La paradoja es que la propia Autoridad, debilitada y desprestigiada, ha respaldado el plan con entusiasmo, aceptando revisar sus libros de texto, eliminar pagos a presos y abrirse a escrutinio internacional con tal de no quedar excluida. Para los Estados árabes, la prioridad es cerrar el frente bélico, contener la deriva humanitaria y mantener vivas las perspectivas de la solución de dos Estados, aunque sea en un marco retórico.

Riesgos internos en Israel. Lo decíamos antes, el acuerdo amenaza con fracturar la coalición israelí. Mientras la oposición centrista lo respalda como base realista para recuperar rehenes y detener la guerra, los partidos ultranacionalistas lo perciben como una cesión inadmisible. El temor de Smotrich y Ben-Gvir es que aceptar fuerzas internacionales y una administración palestina, aunque sea tecnocrática, erosione el control israelí y deje abierta la puerta a un futuro Estado palestino.
Netanyahu trata de mantener el delicado equilibrio: presentar el acuerdo como un triunfo en Washington y ante la comunidad internacional, pero tranquilizar a su base derechista asegurando que Israel conservará presencia militar en Gaza y que nunca permitirá un Estado palestino soberano. Este doble discurso refleja la fragilidad de su gobierno, cada vez más dependiente de mantener la narrativa de seguridad frente a las exigencias externas.
La decepción de Trump. No deja de ser llamativo también el cambio de tono del propio Trump hacia Israel. En privado y en declaraciones recientes, el presidente estadounidense ha mostrado un inusual enfado con Netanyahu por ataques unilaterales que han puesto en riesgo la mediación de Washington, como el bombardeo en Doha contra líderes de Hamas cuando se discutía un alto el fuego.
Trump se siente decepcionado por lo que considera una falta de reciprocidad: mientras él ha sostenido a Israel en la arena internacional, Netanyahu ha actuado de manera que debilita la estrategia diplomática norteamericana. Este desencanto, aplicable también al “amigo ruso” en la guerra de Ucrania, explica el giro del plan, que ya no es solo un cheque en blanco para Israel, sino un marco con compromisos y plazos, en el que incluso se menciona, aunque sea de forma vaga, la perspectiva de un Estado palestino.
Gaza bajo administración internacional. Así las cosas, el plan también abre la puerta a un escenario que hasta hace poco parecía poco menos que una fantasía: la internacionalización de Gaza como territorio desmilitarizado bajo supervisión externa. La propuesta contempla la creación de una fuerza multinacional (probablemente compuesta por tropas árabes o musulmanas) encargada de estabilizar el enclave, entrenar a una policía palestina y asegurar el desarme de Hamas.
La idea recuerda a misiones internacionales en Kosovo o Darfur, en las que fuerzas de paz actuaron como garantes de seguridad y transición política. Informes en The New York Times subrayan que en Washington y en varias capitales europeas ya se estudia la viabilidad de un modelo de administración tutelada que evite tanto la vuelta de Hamas como la ocupación directa de Israel. Aunque altamente controvertida, la opción refleja la falta de confianza en que las partes locales puedan sostener por sí mismas una paz duradera y marca un cambio radical respecto a las fórmulas tradicionales aplicadas al conflicto palestino-israelí.
Incertidumbre. Posiblemente sea la palabra que mejor explica las próximas 48 horas. El plan de Trump enfrenta enormes incógnitas: ¿aceptará Hamas un desarme total?, ¿podrá Netanyahu mantener su coalición intacta?, ¿cederán los países árabes a financiar y aportar tropas a una misión de estabilización? A pesar de los respaldos internacionales (de Francia a Alemania, de Turquía a Arabia Saudí), la implementación dependerá de que los actores sobre el terreno se sometan a un esquema que limita sus aspiraciones tradicionales.
Si fracasa, el riesgo es volver a la guerra total, con Gaza arrasada, Israel aislado y el equilibrio regional aún más erosionado. Pero si prospera, podría abrir una nueva etapa: un Gaza tutelado por la comunidad internacional, sin Hamas como actor central, y con una tenue promesa de futuro palestino en un marco que, sorprendentemente, ha nacido de la combinación improbable de Trump, Blair y un Netanyahu contra las cuerdas.
Imagen | Jaber Jehad Badwan, Ashraf Amra, Picryl, Ashraf Amra, IDF Spokesperson’s Unit