Una idea muy peligrosa está tomando fuerza en los pasillos de Europa: pagarle con la misma moneda a Rusia

Las repetidas incursiones aéreas rusas en territorio de la OTAN han desencadenado una escalada diplomática y militar que sitúa a la Alianza Atlántica ante uno de sus mayores dilemas desde el inicio de la guerra en Ucrania. Primero fueron drones, y luego varios cazas MiG-31 junto a un avión de reconocimiento Il-20M en el Báltico sin plan de vuelo. La percepción, cada vez más extendida en Europa, es muy peligrosa: el Kremlin busca testar la disposición aliada a responder con firmeza.
El debate interno. Recordaban en Politico que los incidentes han provocado consultas urgentes bajo el Artículo 4 del Tratado del Atlántico Norte, un mecanismo raramente invocado y que refleja la seriedad de la situación. Estonios, polacos y checos han reclamado respuestas más duras, incluyendo la posibilidad de derribar aeronaves rusas en futuras violaciones.
El presidente checo Petr Pavel, antiguo alto mando militar de la OTAN, afirmó que Moscú debe afrontar “consecuencias militares”. En Tallin, el ministro de Exteriores Margus Tsahkna insistió en que defender el cielo de Estonia equivale a defender el de toda la Alianza. En cambio, figuras como el ministro de Defensa alemán Boris Pistorius y la primera ministra italiana Giorgia Meloni alertan del riesgo de caer en la “trampa de la escalada” tendida por Putin, consciente de que un derribo podría interpretarse como casus belli.
Mensajes paralelos. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, adoptó un tono inusualmente contundente al declarar que “cada centímetro del territorio” debe ser protegido y que, tras advertencias claras, la opción de abatir un avión intruso “está sobre la mesa”. Sus palabras resonaron con las de Trump, que en la Asamblea General de la ONU afirmó que los aliados “sí” deberían disparar contra aviones rusos si entran en su espacio aéreo.
El respaldo del presidente estadounidense fue celebrado en Varsovia, donde el ministro Radosław Sikorski respondió con un lacónico “Roger that”. La coincidencia de discursos entre Bruselas y Washington (aunque Von der Leyen no tenga autoridad militar directa) transmite a Moscú que existe un consenso emergente en favor de endurecer las reglas del juego.
Un pulso de 12 minutos. El caso más simbólico fue el protagonizado por tres MiG-31 rusos interceptados por dos F-35 italianos en Estonia. Durante más de diez minutos, los cazas rusos permanecieron dentro del espacio aéreo de la OTAN, una duración inédita. Los italianos realizaron las maniobras de interceptación estándar y, sorprendentemente, los pilotos rusos respondieron con un gesto amistoso, saludando desde la cabina.
Aunque el encuentro concluyó sin disparos, en Tallin y en Bruselas se abrió un debate inmediato: ¿por qué no se actuó con la misma contundencia que Turquía en 2015, cuando derribó un avión ruso en apenas 17 segundos tras una violación fronteriza? La diferencia ilustra la cautela actual de la OTAN, atrapada entre la necesidad de mostrar determinación y el miedo a un incidente que desate una escalada incontrolable.

La ambigüedad híbrida. Las autoridades rusas han negado violaciones deliberadas y atribuyen los incidentes a errores, pero al mismo tiempo sugieren que responden a ataques ucranianos en Crimea, lo que equivale a acusar a la OTAN de complicidad directa. Diplomáticos europeos que se reunieron con el Kremlin aseguran que la delegación rusa tomó notas exhaustivas, lo que refuerza la impresión de que Moscú utiliza estas incursiones como herramientas de presión calculada.
Expertos como el presidente lituano Gitanas Nausėda señalan que Rusia “está probando nuestra preparación y nuestra solidaridad”. En este sentido, las incursiones aéreas forman parte de un repertorio híbrido que incluye espionaje, ciberataques, campañas de desinformación y maniobras simbólicas en las fronteras bálticas, como globos y boyas desplazadas en ríos fronterizos.
El dilema estratégico. La OTAN ha reforzado la vigilancia con la operación Eastern Sentry y mantiene cazas Eurofighter, F-16 y F-35 desplegados en la región, pero carece aún de reglas de enfrentamiento claras y homogéneas. La decisión última de disparar recae en los gobiernos nacionales que aportan los aviones, lo que genera un mosaico de interpretaciones y posibles “caveats” que podrían dejar a países como Estonia en situación vulnerable.
Mientras tanto, Tallin ha decidido incrementar su gasto militar hasta un promedio del 5,4% del PIB anual hasta 2029, cifra récord en la Alianza, aunque sin adquirir cazas propios, lo que mantiene la dependencia de la cobertura aérea aliada.
Al borde de la línea roja. En resumen, el cruce de discursos refleja una paradoja: mientras aumentan las voces a favor de derribos como respuesta inmediata a violaciones del espacio aéreo, otros líderes recuerdan que Putin podría estar buscando precisamente ese incidente para legitimar una narrativa de victimización y sembrar divisiones internas en la OTAN.
Si se quiere, la situación recuerda que la defensa del cielo europeo ya no es un mero ejercicio de intercepciones rutinarias, sino un frente crítico de la guerra híbrida en curso. En juego, además, no está solo la seguridad de Estonia o Polonia, sino la credibilidad de la Alianza como garante de que cada centímetro de su territorio, en palabras de la propia Von der Leyen, seguirá siendo inviolable.
Imagen | Fedor Leukhin, Andrey Korchag