Opinión

¡Aranceles del 50%: El Gobierno Mexicanos Golpea a los Consumidores para Salvar a las Fábricas Fantasmas!

Por: El Husmeador

¡Atención, México! En un movimiento que huele a proteccionismo desesperado y a concesiones geopolíticas disfrazadas de patriotismo, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha propuesto elevar los aranceles a hasta el 50% en autos chinos y una avalancha de productos asiáticos, desde autopartes hasta cosméticos y electrodomésticos. Anunciado por el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, este paquete, enviado al Congreso como parte del Paquete Económico 2026, busca «sustituir importaciones por producción nacional» en 19 sectores estratégicos, afectando 1,463 fracciones arancelarias y protegiendo supuestamente 325 mil empleos en estados como Nuevo León, Jalisco y el Estado de México. Pero, ¿qué pretende México realmente con esta política? ¿Salvar la industria local o ceder ante presiones de Estados Unidos en plena revisión del T-MEC? Y lo más importante: ¿quién gana en esta ruleta rusa comercial y quién termina pagando la cuenta?

Primero, desglosamos las pretensiones del gobierno. Bajo el manto del «Plan México», esta medida eleva los aranceles de un promedio de 16.1% actual a un 33.8%, llegando al tope del 50% en autos ligeros, autopartes, textiles, siderúrgicos y confecciones, y al 35% en motocicletas, electrodomésticos y calzado, pero solo para países sin tratados de libre comercio como China, Corea del Sur, India, Indonesia, Rusia, Tailandia y Turquía. El objetivo declarado es combatir el «dumping» —precios por debajo de referencia que inundan el mercado con autos chinos baratos, como los de BYD, Chirey o Changan, que ya captaron el 30% del segmento de autos ligeros—. Ebrard lo dijo claro: «La industria automotriz es el 23% de la manufactura nacional; hay que protegerla». Se espera recaudar hasta 3,760 millones de dólares extras para el presupuesto 2026, fomentando la sustitución de importaciones y evitando la pérdida de empleos en cadenas productivas clave. En teoría, esto impulsaría la manufactura local, generaría ingresos fiscales y alinearía a México con aliados como EE.UU., que ya impone aranceles del 40% a China y presiona para que México no sea un «puente» para triangulaciones chinas hacia su mercado. Pero vayamos a lo que pasará en la práctica. Si el Congreso aprueba esto antes del 15 de noviembre —y con la mayoría oficialista, es probable que entre en vigor en 2026—, los autos chinos podrían encarecerse hasta en 250 mil pesos por unidad, pasando de precios accesibles (como un BYD Dolphin a 400 mil pesos) a cifras prohibitivas de más de 1.2 millones en algunos modelos. Las autopartes subirán de 0-35% a 10-50%, encareciendo reparaciones y producción local. Esto frenará la «fiesta» de las marcas asiáticas, que han duplicado exportaciones a México en los últimos años, pero también podría generar represalias: China ya rechazó la medida como «coerción» y prometió «proteger sus intereses», lo que podría traducirse en aranceles recíprocos a productos mexicanos como aguacate o tequila. Además, expertos advierten de presiones inflacionarias: si las autopartes chinas son insumos clave para armadoras como GM o Kia (que importan de China), los precios de autos «nacionales» subirán, afectando la cadena de valor y exportaciones al T-MEC. En resumen, México busca equilibrar su balanza comercial, pero arriesga una guerra comercial que eleve la inflación y frene el crecimiento, en un contexto donde la OMC permite estos topes, pero la retaliación es impredecible. 

Ahora, el veredicto sobre ganadores y perdedores es claro y brutal. Los ganadores: La industria nacional en sectores protegidos, como la automotriz (Ford, Volkswagen, Nissan en México), textiles y siderúrgicos, que verán menos competencia desleal y podrían aumentar producción y empleos —esos 325 mil puestos en estados industriales no son un invento—. El gobierno recauda miles de millones, fortaleciendo el erario para programas sociales, y EE.UU. aplaude, ya que esto alivia sus presiones por «nearshoring» y evita que México sea un coladero chino. También gana el «Plan México» como narrativa de soberanía económica, alineada con la Cuarta Transformación. Los perdedores, en cambio, son los más vulnerables: los consumidores mexicanos, que pagaremos precios más altos por autos, motos, ropa, zapatos y hasta jabones —justo cuando la economía familiar ya aprieta—. Marcas chinas como MG, BYD y Chirey perderán mercado, con caídas en ventas y posibles retrasos en planes de inversión o ensamblaje local. Armadoras globales que dependen de insumos chinos (GM, Volvo, Kia) verán márgenes reducidos y cadenas de suministro disruptivas, potencialmente afectando empleos indirectos. Y China, por supuesto, que ve mermada su expansión en América Latina, respondiendo con barreras a nuestras exportaciones.  Al final, esta política beneficia a unos pocos industriales mientras castiga a la clase media y baja, que soñaban con autos eléctricos asequibles para combatir la contaminación. Esta no es solo una decisión económica; es un malabarismo geopolítico donde México baila al son de Washington para no perder el T-MEC, mientras finge independencia. ¿Vale la pena sacrificar el bolsillo de millones por salvar fábricas que no innovan lo suficiente? El tiempo dirá, pero con la inflación al acecho y China lista para contraatacar, esto podría ser un tiro en el pie.

¡Congresistas y la presidenta Sheinbaum, escuchen al pueblo! Antes de aprobar estos aranceles, convoquen consultas públicas transparentes con consumidores, industrias y expertos independientes. No impongan barreras que encarezcan la vida cotidiana sin alternativas reales de producción nacional competitiva. México merece un comercio justo, no un proteccionismo que nos aísle del mundo. ¡Exijamos equilibrio, o pagaremos caro el precio de la «soberanía»! 

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