"A los hombres les cuesta más pedir ayuda porque sienten que eso los hace débiles": el auge de los TCA masculinos
Toni Mejías, cantante del grupo Los Chikos del Maíz, subía cada noche al escenario cargando con un problema más grande que cualquier gira: contar calorías, esquivar comidas, obsesionarse con su reflejo. Mientras el público coreaba sus letras, él libraba una batalla interna que nadie veía. Durante mucho tiempo, ni siquiera él supo ponerle nombre. Hasta que lo hizo y entonces escribió Hambre, un libro en el que relata su experiencia con un trastorno alimentario que parecía no encajar con su identidad: hombre, rapero, fuerte. Pero lo estaba. Porque nadie está a salvo.
Su historia no es una excepción, sino el síntoma de un problema mucho más extendido y opaco. Cada vez más hombres caen en dinámicas alimentarias marcadas por el control, la culpa o la rigidez. Lo hacen en silencio, porque el hambre masculina casi nunca se reconoce. Y mucho menos se nombra.
Durante décadas, los trastornos alimenticios parecían ser un fenómeno exclusivo del género femenino. A finales de los años 90, los estudios apenas registraban entre un 5% y un 10% de casos masculinos en clínicas especializadas. Sin embargo, investigaciones más recientes han empezado a cuestionar esa cifra: al aplicar criterios diagnósticos sensibles a las preocupaciones más comunes en hombres —como la obsesión por la musculatura o el rendimiento físico—, se ha observado que la prevalencia real podría alcanzar el 7% y equipararse a la de las mujeres. Todo indica que el número de casos ha estado subestimado durante años por el estigma, la falta de conciencia y el sesgo clínico tradicional.
Además, como explica a este medio la nutricionista especializada en TCA, Nuria Esteve: «Muchas veces los síntomas en ellos se presentan de forma distinta, son más invisibles, y además hay mucho más estigma. Ellos no lo cuentan, no lo identifican como un problema, o llegan tarde a consulta”. Particularmente, en su consulta, muchos hombres no dicen “tengo ansiedad por comer” o “no puedo parar de pensar en mi cuerpo”, sino que acuden por otras razones: digestiones pesadas, falta de energía, recomposición corporal. Lo que está debajo tarda en salir.
A esto se suma el silencio masculino. “A los hombres les cuesta más pedir ayuda porque sienten que eso los hace débiles. Si no tienen referentes que hablen de esto, si no ven que otros lo han pasado, es mucho más difícil que reconozcan lo que les ocurre”, apunta para este medio la psicóloga especializada en TCA, Sara Bolo.
Durante décadas, el discurso clínico y social sobre los trastornos alimenticios ha estado centrado en mujeres jóvenes, delgadas y blancas. Lo masculino quedó fuera del mapa. “La cultura nos ha dicho que el sufrimiento emocional es femenino. Que los hombres no deben tener complejos ni llorar. Que si controlan su cuerpo, su dieta, su rutina, están siendo disciplinados. No enfermos”, añade Bolo.
Se forma la tormenta perfecta
Con el auge de las redes sociales, se ha consolidado un nuevo culto al cuerpo masculino, impulsado por influencers del fitness y una industria multimillonaria de suplementos. El gimnasio se ha convertido no solo en un espacio de entrenamiento, sino en un escenario identitario donde demostrar control, esfuerzo y masculinidad. Productos como la proteína en polvo, los preentrenos o la creatina —cuya popularidad ha crecido de forma exponencial— se presentan como herramientas esenciales para alcanzar un físico idealizado, muchas veces inalcanzable.
Este fenómeno conocido como protein chic convierte el músculo en una marca de éxito y autoestima, empujando a muchos hombres jóvenes a adoptar rutinas estrictas, obsesivas y medicalizadas sin supervisión profesional. “Muchos llegan a consulta con dietas hiperproteicas, muy bajas en carbohidratos, o usando suplementos sin supervisión. Quieren ganar masa muscular o perder grasa de forma rápida, pero acaban cayendo en la restricción calórica, el sobreentrenamiento o la culpa constante”, detalla Esteve.
Esto no sería un problema si no se cruzara una línea: “La del impacto negativo en la salud mental, en la relación con la comida, en la vida social”, matiza la nutricionista. Cuando la comida se convierte en un cálculo, en un castigo, en un obstáculo para compartir con otros, ya no estamos hablando de autocuidado, sino de disfunción.
En medio de todo esto, emergen otras formas de ser hombre. Íconos como Pedro Pascal han sido señalados como ejemplos de una masculinidad más afectiva, vulnerable, real. Y sin embargo, aún cuesta romper con el mandato del hombre fuerte, autónomo, que no necesita ayuda.
“Hay chicos que te dicen que solo pueden comer si luego van a entrenar. O que sienten culpa si un día se saltan el gimnasio. Eso no se ve como un síntoma, sino como fuerza de voluntad”, explica Bolo. “Pero en realidad están atrapados en un sistema rígido que les impide vivir con libertad”.
La imposibilidad de nombrar las emociones, de decir «esto me duele», «esto me asusta», «esto me sobrepasa», es una de las razones por las que el TCA avanza en silencio entre muchos varones. La comida se convierte en el único territorio donde se siente algún control.
En hombres, los TCA suelen presentarse de forma diferente: más centrados en el aumento de masa muscular, la reducción de grasa o la mejora del rendimiento físico. “Hay mucha rigidez en las normas alimentarias, uso abusivo de suplementos, miedo a romper la rutina. Pero pocas veces te dicen que tienen ansiedad o miedo. No hay lenguaje emocional”, advierte Esteve.
Frases como “tengo que comer más proteína para no perder músculo” o “me siento culpable porque comí eso y no entrené” son pistas clave. También lo es el aislamiento social: rechazar planes, evitar comidas grupales, o esconder el malestar. “Muchas veces el TCA está disfrazado de disciplina, y eso lo hace más difícil de detectar. Detrás suele haber emociones reprimidas: tristeza, culpa, miedo al fracaso, inseguridad, baja autoestima. El cuerpo se convierte en campo de batalla”, detalla Bolo.
Y encima hay más realidades complejas que apenas se menciona y que atraviesa con fuerza esta problemática: la de los hombres trans. “Muchos socializaron como mujeres, y su cuerpo fue interpretado desde fuera como algo que no les pertenecía”, afirma la psicóloga. El desarrollo de caracteres sexuales secundarios femeninos, como pechos o caderas, puede generar rechazo y llevar a la restricción extrema como forma de control. “En estos casos, la dismorfia de género se entrelaza con el TCA, y es fundamental abordarlo con una mirada interseccional, sin simplificarlo todo en ‘problemas con la comida’”.
Reconstruir desde dentro
El abordaje de los TCA en hombres requiere más que pautas alimentarias. Necesita una mirada que integre nutrición, salud mental y contexto emocional. “Hay que reconstruir la relación con la comida desde la flexibilidad, la individualización y la emoción”, afirma Esteve.
Bolo trabaja desde terapias contextuales como la de aceptación y compromiso (ACT), combinando exposición progresiva a alimentos temidos, trabajo con valores y regulación emocional. “El objetivo no es solo que coman más, sino que aprendan a reconocer lo que sienten, a estar con el malestar y a dejar de evitar”.
Pero el verdadero cambio empieza antes de la consulta. “Necesitamos una educación nutricional que no idealice cuerpos imposibles ni fomente normas rígidas, y que promueva la salud integral, no solo la estética”, propone Esteve. Por su parte, Bolo insiste también en la necesidad de formar a profesionales sanitarios en detección de síntomas en varones, promover campañas con referentes masculinos y crear espacios donde los hombres puedan hablar sin juicio: “No podemos seguir educando a los niños para que repriman sus emociones. Luego, cuando llegan los síntomas, no saben ni cómo nombrarlos”.
“Darse cuenta de que algo no va bien ya es un acto de valentía”, recuerda Bolo. “La obsesión con el cuerpo, la comida o el entrenamiento puede estar tapando algo más profundo. Pedir ayuda no te hace débil, te hace responsable contigo mismo”.
Porque sí, los hombres también dejan de comer. O comen demasiado. O viven pendientes de lo que entra en su cuerpo como si de ello dependiera su valor. Y aunque lo sufran en silencio, no están solos. Es hora de decirlo. Y sobre todo, es hora de escucharlos.