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Opinión

EL HUSMEADOR

Una tormenta en el horizonte: Irán, el bombardeo de EE.UU. y el mundo en vilo

  • El estado actual en Irán: entre la rabia y la incertidumbre 
  • Consecuencias del bombardeo estadounidense: una caja de Pandora

El sábado 21 de junio de 2025, el mundo despertó con una noticia que hizo temblar los cimientos de la estabilidad global: Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, se unió a Israel en un ataque aéreo contra tres instalaciones nucleares iraníes en Fordo, Natanz e Isfahán. Este bombardeo, descrito por Trump como un “espectacular éxito militar”, ha desatado una ola de reacciones internacionales, temores de escalada y preguntas sobre el futuro de la paz en Oriente Medio y más allá. Desde las calles de Teherán hasta los mercados globales, el impacto de esta acción resuena como un trueno antes de la tormenta. Pero, ¿qué significa esto para Irán, para el mundo y para países como México? Intentemos desentrañar esta compleja madeja.

En Irán, la situación es tensa. Las imágenes satelitales muestran daños significativos en las instalaciones nucleares atacadas, aunque Teherán insiste en que no hay “contaminación radiactiva” y que su programa nuclear, que asegura es pacífico, sigue en pie. El presidente Masud Pezeshkian ha acusado a EE.UU. de querer “saquear” los recursos de los países islámicos, mientras el ministro de Exteriores, Abás Araqchí, advierte que los ataques tendrán “consecuencias eternas” y que Irán se reserva “todas las opciones” para responder. En las calles de la capital, miles se han manifestado contra la agresión extranjera, pero también hay un trasfondo de miedo: ¿hasta dónde llegará esta escalada?

El líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, ha sido señalado por Israel como un objetivo, con el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, llamándolo “el Hitler moderno”. Esta retórica beligerante no hace más que avivar las llamas en un país que, pese a su debilitada red de aliados regionales como Hezbolá y Hamás, aún conserva una capacidad militar significativa, incluyendo misiles balísticos y drones. Irán ya ha lanzado varias oleadas de ataques contra Israel, causando al menos 24 muertos y decenas de heridos, según las autoridades israelíes. La pregunta que todos se hacen es: ¿qué hará Irán ahora?

La decisión de EE.UU. de entrar en el conflicto, rompiendo con su postura inicial de apoyo defensivo a Israel, ha cambiado las reglas del juego. Los bombardeos, ejecutados con bombarderos B-2 y bombas antibúnker GBU-57A/B, han retrasado el programa nuclear iraní varios años, según expertos del Chatham House. Sin embargo, este “éxito” táctico podría tener un costo estratégico descomunal.

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En primer lugar, el ataque ha dinamitado cualquier posibilidad de retomar las negociaciones nucleares con Irán, que estaban en curso hasta que Israel lanzó su ofensiva el 13 de junio. Araqchí ha declarado que no negociará con EE.UU. mientras persistan los ataques, y la percepción en Teherán es que Washington actúa en connivencia con Israel para desestabilizar la región. Esto podría radicalizar aún más al régimen iraní, fortaleciendo a los sectores más beligerantes dentro de la Guardia Revolucionaria.

En segundo lugar, el bombardeo ha elevado el riesgo de una guerra regional. Irán ha amenazado con cerrar el Estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20% del petróleo mundial y una quinta parte del gas natural. Este paso estratégico, controlado parcialmente por Irán, es vital para la economía global. Un cierre prolongado dispararía los precios del crudo, que ya han subido un 18% desde el inicio del conflicto, y podría empujar la inflación a niveles insostenibles, afectando desde el precio de la gasolina hasta los costos de producción en todo el mundo.

Finalmente, la acción de EE.UU. ha erosionado la confianza en el derecho internacional. Al atacar un Estado soberano sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, Washington ha abierto, en palabras del embajador ruso, “una caja de Pandora” que podría inspirar otras intervenciones unilaterales en el futuro.

Irán está en una encrucijada. Por un lado, la presión interna y externa exige una respuesta contundente. El Parlamento iraní ha recomendado cerrar el Estrecho de Ormuz, aunque la decisión final recae en Jamenei. Otros escenarios incluyen ataques con misiles contra bases estadounidenses en la región, ciberataques a infraestructuras críticas o el uso de proxies como los hutíes en Yemen para hostigar buques en el Mar Rojo. Sin embargo, una respuesta demasiado agresiva podría provocar una guerra total con EE.UU. e Israel, un escenario que Irán, con su economía bajo sanciones y sus aliados debilitados, difícilmente podría sostener.

Por otro lado, Irán podría optar por una respuesta simbólica, como ataques limitados contra objetivos militares israelíes, mientras busca apoyo diplomático en Moscú y Pekín. Araqchí ya está en Moscú para reunirse con Vladimir Putin, lo que sugiere que Teherán intentará alinear a Rusia y China en su contraofensiva diplomática. Sin embargo, la historia reciente muestra que Irán prefiere la paciencia estratégica: podría esperar meses o años para retaliar, como hizo tras el asesinato de Qasem Soleimani en 2020.

Rusia ha condenado enérgicamente los bombardeos estadounidenses, calificándolos de “irresponsables” y una violación del derecho internacional. El Ministerio de Exteriores ruso ha acusado a EE.UU. de socavar el régimen de no proliferación nuclear y ha pedido una resolución de alto el fuego en el Consejo de Seguridad, junto con China y Pakistán. Dimitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, ironizó que Trump, “que llegó como pacificador”, ha iniciado una nueva guerra. Sin embargo, Rusia no ha ofrecido apoyo militar directo a Irán, y su posición parece más enfocada en explotar el conflicto para desviar la atención de Ucrania y aumentar los precios del petróleo, que benefician su economía.

China, por su parte, también ha condenado los ataques, argumentando que violan la Carta de la ONU y exacerban las tensiones en Oriente Medio. Como principal comprador de petróleo iraní, Pekín tiene interés en evitar un colapso del régimen iraní, pero su enfoque es pragmático: busca equilibrar sus relaciones con Irán y sus rivales en el Golfo, como Arabia Saudita. China se ha ofrecido como mediador, pero su prioridad es proteger sus intereses comerciales, no involucrarse en un conflicto militar. Ambos países, aunque aliados de Irán, parecen reacios a escalar su apoyo más allá de la retórica y la diplomacia.

La Unión Europea, liderada por la alta representante Kaja Kallas, ha insistido en que la diplomacia es la única vía para resolver el conflicto. Kallas ha pedido a todas las partes “dar un paso atrás” y regresar a la mesa de negociaciones, subrayando que Irán no debe desarrollar armas nucleares. Sin embargo, la UE está dividida: mientras Francia y Alemania han expresado preocupación por los bombardeos, pero no los han condenado explícitamente, países como España han abogado por un embargo de armas a Israel y una solución negociada. António Costa, presidente del Consejo Europeo, ha reiterado que “la diplomacia sigue siendo la única manera de lograr la paz”.

El Reino Unido, bajo el primer ministro Keir Starmer, ha adoptado una postura más alineada con EE.UU., afirmando que los bombardeos buscan “mitigar” la amenaza nuclear iraní. Sin embargo, Starmer también ha instado a Irán a negociar, consciente de que una escalada prolongada podría desestabilizar los mercados energéticos europeos, que aún no se recuperan de la crisis derivada de la guerra en Ucrania. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha apoyado a Israel, llamando a Irán “la principal fuente de inestabilidad regional”, pero ha pedido una solución diplomática.

En resumen, Europa y el Reino Unido están atrapados entre su compromiso con la seguridad de Israel, su dependencia energética y su deseo de evitar una guerra regional. Su influencia, sin embargo, parece limitada frente a la determinación de EE.UU. e Israel.

El conflicto ya está sacudiendo los mercados globales. El precio del petróleo, que ronda los 77 dólares por barril, podría alcanzar los 100 dólares si Irán cierra el Estrecho de Ormuz, según analistas. Esto dispararía la inflación, obligando a bancos centrales como la Reserva Federal y el Banco Central Europeo a mantener o aumentar las tasas de interés, lo que frenaría el crecimiento económico. El gas natural, otro recurso clave que pasa por Ormuz, también se ha encarecido, afectando a industrias y hogares en todo el mundo.

Las bolsas, que reabrirán este lunes, se preparan para una semana de volatilidad. Las cadenas de suministro, ya tensionadas por conflictos previos, podrían colapsar si el comercio marítimo en el Golfo Pérsico se interrumpe. Países dependientes del petróleo importado, como Japón y Corea del Sur, serían especialmente vulnerables, pero el impacto se sentiría en todas partes, desde el costo de los alimentos hasta los precios de la energía.

Para países como México, que no son actores directos en el conflicto pero sufrirán sus consecuencias, la situación exige pragmatismo y preparación, sin embargo hay áreas de oportunidad que son todo un reto para el nuevo gobierno de la 4T, aquí van las mas visibles:

  • Diversificar fuentes energéticas: México debe acelerar su transición hacia energías renovables y reducir su dependencia del petróleo importado. Invertir en infraestructura para gas natural licuado (GNL) de fuentes alternativas, como EE.UU. o Qatar, puede mitigar el impacto de un cierre del Estrecho de Ormuz.
  • Fortalecer reservas estratégicas: Aumentar las reservas de petróleo y alimentos para amortiguar los picos de precios. Esto requiere coordinación entre Pemex, la Secretaría de Energía y la Secretaría de Economía y la iniciativa privada.
  • Proteger la economía local: Ante la probable inflación global, el Banco de México debería mantener una política monetaria prudente, pero sin asfixiar el crecimiento. Programas sociales focalizados pueden ayudar a las familias más vulnerables a enfrentar el alza en los costos de vida.
  • Aprovechar oportunidades comerciales: Si el conflicto reconfigura las cadenas de suministro, México puede posicionarse como un hub manufacturero para EE.UU. y Canadá, aprovechando el T-MEC. Esto requiere mejorar la infraestructura y sobre todo la certeza jurídica y la seguridad.
  • Diplomacia activa: México debe condenar las violaciones al derecho internacional, pero mantener una postura neutral para no alienar a ninguna potencia. Apoyar iniciativas de paz en la ONU y fortalecer la cooperación con América Latina puede darle mayor voz en el escenario global.
  • Preparar planes de contingencia: Las embajadas mexicanas en la región deben actualizar sus planes de evacuación para ciudadanos en zonas de conflicto. Además, el gobierno debe monitorear los flujos migratorios que podrían surgir si la situación se agrava.

El bombardeo de EE.UU. a Irán no es solo un episodio más en el polvorín de Oriente Medio; es un punto de inflexión que podría redefinir el orden global. Para Irán, es una prueba de supervivencia; para Rusia y China, una oportunidad para desafiar a Occidente; para Europa, un dilema entre la diplomacia y la realpolitik; y para el mundo, un recordatorio de lo frágil que es la paz. En México y otros países de America Latina, la prioridad debe ser proteger a sus ciudadanos y aprovechar las grietas del sistema para fortalecer su posición.

Como dijo António Guterres, secretario general de la ONU, este conflicto podría tener “consecuencias catastróficas” si se sale de control. En un mundo donde las bombas caen más rápido que las palabras, la esperanza radica en que la diplomacia, aunque maltrecha, aún tenga una última oportunidad. Porque, al final, no son solo las instalaciones nucleares las que están en juego: es el futuro de todos nosotros.

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