Los humanos hemos 'roto' al oso: por qué los ejemplares del siglo XXI ya no se parecen en nada a los de hace mil años
En las últimas décadas, la imagen del oso inmutable de la naturaleza salvaje ha dado paso a una realidad distinta. La ciencia está viendo ahora como los osos están cambiando su fisionomía, su ADN y su forma de interactuar con el mundo para poder sobrevivir a dos grandes presiones: la persecución de los humanos y el cambio climático.
El experimento italiano. El caso más sorprendente es el del oso pardo apenínico en Italia. Durante siglos, este animal ha vivido en una isla biológica rodeado por la civilización que ha conseguido cambiar al animal tanto de manera física como genética. Esto es algo que ha recogido la propia ciencia y que se ha dejado ver en el peso del animal, ya que este animal pesa una media de entre 140 y 210 kilos, mientras que sus parientes más cercanos pesan 350 kilos habitualmente.
Y esto no fue una selección consciente, porque durante generaciones los humanos eliminaron sistemáticamente a los ejemplares más grandes, audaces y conflictivos. Los que quedaban en el ecosistema eran los ejemplares más pequeños y también los más dóciles que se comenzaron a reproducir.
Selección de los tímidos. Esta realidad conecta con las teorías de Alejandro Martínez-Abraín sobre las poblaciones «shy-selected» o seleccionadas por su timidez. Según este concepto, la caza histórica no solo redujo el número de depredadores, sino que actuó como un filtro psicológico. Hemos podado la personalidad de la especie, eliminando a los valientes y dejando atrás una estirpe de animales cuya principal característica es la evitación extrema del ser humano con el objetivo de que no nos den problemas.
También en el Cantábrico. Mientras el carácter del oso cambia en Italia, si nos venimos para España es fácil ver como estamos rompiendo el calendario de nuestras propias especies. En el norte peninsular el cambio climático ha comenzado a desmantelar la hibernación, uno de los procesos biológicos más sagrados de la especie.
Datos recopilados desde mediados de los años noventa muestran una tendencia clara: las hembras están abandonando sus oseras cada vez más temprano debido al aumento de las temperaturas primaverales. De esta manera, lo que antes ara un despertar regulado por la biología y la disponibilidad de alimento a finales de abril o mayo, ahora es una salida incierta condicionada por inviernos más cortos.
El coste biológico oculto. Al salir antes de la madriguera, las madres con crías se enfrentan a un monte que aún no ha despertado del todo porque no ha llegado la primavera. De esta manera, los oseznos, vulnerables y con un sistema inmunológico en desarrollo, se ven expuestos a patógenos y también al ataque de machos adultos que también se activan antes de hora.
De esta manera, el cambio climático no solo está calentando el aire, está forzando al oso a vivir en un desfase temporal con su propio ecosistema. Algo que también se suma a la escasez de recursos que puede comprometer su supervivencia.
En el Ártico. Aquí la situación ha alcanzado un nivel de complejidad genómica casi de ciencia ficción, puesto que la subpoblación de osos polares del sureste de Groenlandia se ha convertido en el laboratorio vivo de la adaptación al calentamiento global.
Estos animales viven en un entorno que ya no tiene el hielo marino necesario para cazar focas durante gran parte del año, pero han encontrado una solución de emergencia: utilizar el hielo glacial que se desprende de los fiordos.
En su interior. La adaptación más profunda que están sufriendo está dentro de sus células, ya que los investigadores apuntan a que han identificado más de 1.500 fragmentos concretos que están activos específicamente en esta población. Estos elementos parecen estar alterando el metabolismo de las grasas, puesto que no pueden depender de la grasa de las focas como hasta ahora. Es por ello que tienen que buscar otras fuentes de grasa como los huevos, las aves o los renos.
Para ello su perfil genético está cambiando para permitirles procesar fuentes de energía terrestres, una transformación metabólica que podría ser la última línea de defensa de la especie frente a un Ártico sin hielo. Que es lo que se está consiguiendo con el aumento de la temperatura de la Tierra.
Una nueva convivencia. Esta metamorfosis global plantea un dilema de gestión para el siglo XXI, ya que con el abandono de las zonas rurales y el auge del turismo de naturaleza los encuentros entre humanos y osos son más frecuentes que nunca. Pero esto es un problema, puesto que aunque se han quedado los ‘tímidos’ en la naturaleza, la falta de miedo que tienen puede revertir la tendencia de seguridad que tenemos ante ellos.
Es por ello que la clave del futuro no está solo en proteger al animal, sino en gestionar su comportamiento. El objetivo es alcanzar lo que llaman «cero osos habituados» lo que implica el uso de medidas más agresivas: desde el uso de petardos y balas de goma para reforzar el miedo al humano, hasta una gestión quirúrgica de los residuos para evitar que los osos vean en los pueblos una despensa fácil.
Gran plasticidad. Esta es una gran característica de los osos como hemos podido ver, ya que han reducido su tamaño en Italia, salen antes de la hibernación en España y es más omnívoro en el Ártico. Pero este «rediseño» es también un recordatorio de nuestra omnipotencia: incluso cuando intentamos salvar a las especies, terminamos alterando su esencia misma para que puedan sobrevivir en un planeta que hemos hecho a nuestra imagen y semejanza.
Imágenes | Mark Basarab
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