Hay un motivo por el que Mercadona está eliminando las pescaderías: a los millennials nos aterra pedir pescado
«Dame cuarto y mitad de almejas y ese jurel que tiene los ojos tan brillantitos».
Esa frase, que bien podía haber dicho mi madre o mi abuela (femenino no genérico), no la voy a pronunciar jamás. Ni yo, ni mi hermana ni seguramente nadie de mi generación. Somos millennials y no hacemos un diagnóstico tan concienzudo del estado de un pescado que probablemente sin etiqueta no sabríamos reconocer.
Mercadona lo sabe y ha movido ficha: desde este año ha cambiado su sistema de pescadería para dejar atrás, o al menos reducirlo a la mínima expresión, la exposición tradicional de pescado fresco de lonja a demanda del cliente para aumentar la presencia de sus productos envasados y listos para llevar.
La empresa explica que el consumo de pescado está en caída libre con al menos un 20% de descenso y que con este cambio buscan ofrecer una experiencia más sencilla, rápida y cómoda para el cliente, al evitarse colas y esperas. Aunque no lo especifica, este cambio también implica reducir la presencia de personal, agilizar las ventas, simplificar procesos de abastecimiento y logística y subir los precios unitarios del pescado: no cuesta lo mismo pedir una dorada que un par de filetes de dorada envasados.
Esta migración, iniciada en 2024 y que ya hicieron anteriormente con la carnicería, supone una adaptación a unos hábitos de consumo donde prevalece la compra del producto terminado frente al clásico expositor. Diferente, pero en la línea de su apuesta por platos listos para comer. Dejando al margen los evidentes beneficios del cambio para la cadena de supermercados de Juan Roig, hay una realidad: tiene razones de peso para que funcione.
Otro sistema de pescadería para nuevos clientes con otros hábitos
Las nuevas generaciones somos analfabetos del pescado y de la carne. Así, hemos perdido términos específicos de especies o partes (desde la ijada o el cogote en el pescado a la babilla de ternera) para algo mucho más genérico como «filetes para el horno». Pero tampoco es extraño: salvo alguna excepción, preferimos partes ya listas a lidiar con el animal entero. Cabe recordar ese vídeo viral de un joven asqueado y con náuseas por tener que limpiar un pollo.
No obstante, esto aplica más a la carne que al pescado, donde históricamente en la pescadería se despieza para después poder aprovechar esa merluza al completo: la cabeza para un caldo, la cola para el horno… En cualquier caso, la apariencia eviscerada, desespinada y perfectamente dispuesta en una bandeja se siente mucho más aséptica.
Entre una cosa y otra, no sabemos qué pedir: esta tiktoker cuenta cómo por «no saber cuánto pedir he acabado comprando 25 euros de merluza«. Otra directamente aparece mirando al mostrador de la carnicería con la misma cara de susto que las vacas miran al tren y la frase «Mi mayor miedo como semiadulta: no saber comprar en una carnicería».
En las respuestas, alguien cuenta que no sabía que el salmón se vendía por piezas: «Pedí un salmón pensando que era un kilo, me entregó el salmón entero (64 €). Como me dio vergüenza no le dije nada y me lo llevé«. Y otro más habla de pedir en la charcutería 50 gramos de queso y marcharse con toda la vergüenza y su única loncha en el paquete.
Desde luego, se dan todos los ingredientes para que desaparezca la atención personalizada a granel en la pescadería, en tanto en cuanto que haya un profesional aconsejando sobre qué corte comprar en función de qué fueras a cocinar o qué especie está de temporada son escenarios cada vez menos frecuentes y que irán desapareciendo conforme las viejas generaciones vayan dejando paso a las nuevas en los supermercados. Mercadona ya se ha adelantado a su desembarco.
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Portada | Mercadona y Jeremiah Lazo






