OpenAI ya no es “demasiado grande para quebrar”: es mucho más. Y eso aterra a Wall Street
La primera frase de este titular no es de cosecha propia, sino de Axios en su estupendo retrato de la dependencia tecnológica respecto a OpenAI. Altman está recibiendo presión desde varios frentes:
- Google comiéndole terreno desde Gemini 3.
- Las demandas que se acumulan.
- Y más de un billón de dólares en compromisos de inversión que dependen del éxito de la empresa.
Por qué es importante. ChatGPT nació como el producto de una startup, pero ahora es el eje que vertebra toda una industria. Si fracasa cuadrando las cuentas no arrastraría solo a OpenAI, sino a decenas de empresas, inversores y proyectos de muchos ceros que han apostado por la permanencia del actual paradigma de la IA.
Entre líneas. La situación es, en sí misma, una paradoja:
- OpenAI introdujo la IA generativa en el imaginario colectivo y convenció a Wall Street de que esta revolución era real e inminente.
- Ahora esa misma posición dominante la convierte en un punto único de fallo sistémico.
Como explica Paul Kedrosky, investigador del MIT, subestimar su rol individual sería «un grave malentendido de lo que está ocurriendo en el mercado».
El contexto. La empresa se enfrenta a costes al alza, una guerra brutal por el talento y tantas dudas sobre su estrategia de consumo que el porno empieza a ser una opción.
Altman ha reenfocado las prioridades hacia mejorar ChatGPT y los modelos que lo alimentan, según dijo The Wall Street Journal tras la llegada de Gemini 3. Pero el problema va más allá de lo técnico: se trata de una red de acuerdos entrelazados entre pocas empresas gigantes, donde la debilidad de una amenaza con paralizar al resto.
Sí, pero. Un fracaso técnico parece muy poco probable. OpenAI sigue progresando con ChatGPT pese a que la competencia aprieta. El riesgo real es financiero y psicológico:
- Microsoft y Meta compran chips a lo bruto por miedo a quedarse atrás. Si OpenAI flaquea, ese FOMO por comprar chips se evapora.
- Los chips de NVIDIA funcionan como garantía para miles de millones en préstamos. Si cae la demanda, cae el valor del colateral. Y si esos préstamos se pudren, los prestamistas quedan con activos depreciados.
- La confianza lo es todo. OpenAI y ChatGPT popularizaron la IA entre usuarios e inversores. Esa posición sentimental amplifica cualquier percepción de debilidad.
La amenaza. El debate sobre si OpenAI es «demasiado grande para quebrar» cobra fuerza. La directora financiera, Sarah Friar, sugirió el mes pasado con cierta torpeza la posibilidad de un respaldo federal, alimentando el debate.
Ser «demasiado grande para quebrar» (el famoso too big to fail) implica que el gobierno intervendría porque las consecuencias económicas y políticas serían inasumibles.
Al otro lado. Altman se encargó de rechazar tajantemente cualquier respaldo gubernamental. «Si la fastidiamos y no podemos arreglarlo, deberíamos quebrar. Otras empresas continuarán haciendo buen trabajo y atendiendo a clientes. Así funciona el capitalismo», dijo en X hace unas semanas.
Entre bambalinas. El liderazgo de OpenAI es en parte narrativo y en parte técnico. Fueron quienes introdujeron la idea de IA generativa a las masas, tienen un papel en la IA similar al de Google en las búsquedas o el correo, y esa penetración cultural hace que cualquier derrape pueda ser magnificado.
Lo que está en juego no es solo el futuro de una empresa valorada en medio billón y subiendo. Es la credibilidad de toda la narrativa sobre la IA. Si OpenAI tropieza, los inversores podrían concluir que sobreestimaron la velocidad de adopción y la rentabilidad del sector. Ese reajuste de expectativas tendría consecuencias inmediatas en valoraciones, flujos de capital y proyectos en desarrollo.
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