Opinión

Por: El Husmeador

¡México¡: El Patio Trasero de Putin! Espías Rusos Desenmascarados y el Desdén de AMLO que Amenaza con Romper la Alianza con EU

Mientras millones de turistas rusos desembarcan en las playas de Cancún y las calles bulliciosas de la capital mexicana, entre ellos se cuelan no solo vacacionistas con vodka en mano, sino agentes de la KGB moderna, espías del Kremlin disfrazados de diplomáticos. No es una novela de espías de John le Carré; es la cruda realidad que destapa hoy The New York Times en una investigación que sacude los cimientos de la relación México-Estados Unidos. Y el detonante: un gobierno que, desde la era de  Andrés Manuel López Obrador (AMLO), recibió alertas directas de Washington, las ignoró con una sonrisa soberbia y dejó que estos lobos rusos merodearan libremente en nuestro territorio. ¿Las consecuencias? Un abismo de desconfianza con el Tío Sam que podría costarnos caro: desde aranceles en el T-MEC hasta una frontera sellada como nunca antes. Todo comienza en marzo de 2022, en el fragor de la invasión rusa a Ucrania. El general de la Fuerza Aérea de EU, Glen VanHerck, declara ante el Senado estadounidense que México se ha convertido en el «mayor foco» de la inteligencia militar rusa en América Latina, con agentes del GRU (la agencia de inteligencia militar de Moscú) operando a sus anchas para vigilar a su eterno enemigo: Estados Unidos. La respuesta de AMLO, en su mañanera habitual, fue un portazo diplomático: «No tenemos información sobre eso. México es un país libre, independiente y soberano». Palabras que resonaron como un eco de su doctrina de no intervención, pero que, según nueve funcionarios actuales y exfuncionarios de ambos países, eran una mentira piadosa. Porque sí había información. Mucha. Y directa. La CIA, esa sombra omnipresente de Langley, compiló una lista explosiva: más de dos docenas de espías rusos infiltrados en la embajada de Moscú en la Ciudad de México, posando como agregados culturales o consejeros comerciales. Expedientes detallados, con historiales de operaciones en Europa del Este, donde habían sido expulsados por países como Polonia y los bálticos. Washington suplicó, presionó y hasta envió a sus diplomáticos de mayor rango incluyendo al secretario de Estado Antony Blinken en visitas discretas para que México los declarara persona non grata y los echara del país. ¿La reacción? Burocracia mexicana al estilo: «Nunca recibimos esa lista», decían en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), mientras el canciller Marcelo Ebrard minimizaba las preocupaciones como «exageraciones yankis». 

AMLO, informado personalmente en al menos tres ocasiones, optó por el silencio cómplice. Ni una expulsión. Ni un gesto. 

Avancemos al presente. Claudia Sheinbaum, la presidenta que prometió continuidad con «mejoras», heredó este polvorín y, hasta la fecha, no ha movido un dedo. Los espías siguen allí, reunidos con sus jefes en cafés de Polanco o en yates anclados en la Riviera Maya, entregando inteligencia sensible sobre movimientos militares en Texas o flujos de datos en Silicon Valley. ¿Por qué México? Porque somos el puente perfecto: frontera porosa, millones de vuelos transfronterizos y una contrainteligencia saturada por cárteles y no por amenazas globales. Rusia lo sabe y lo explota. Sus agentes se mimetizan con el turismo ¡imaginen un espía ruso pidiendo margaritas en un all-inclusive mientras pasa un USB con secretos nucleares!  y usan redes locales para sembrar desinformación en TikTok y X, avivando el antiamericanismo que tanto le gusta a Morena. Pero el verdadero escándalo no es solo la negligencia; es el costo geopolítico que pagaremos todos, en México, Estados Unidos, herido en su orgullo y en su seguridad nacional, ha respondido con frialdad calculada. Este verano, la embajada en México nombró su primer «observador de Rusia», un puesto que huele a paranoia justificada. Francia y el Reino Unido, alarmados por las campañas rusas que pintan a la OTAN como el villano imperialista, ya han elevado quejas formales a la SRE. Y con Donald Trump de regreso en la Casa Blanca —ese halcón que revive la Doctrina Monroe como si fuera 1823—, el panorama se oscurece. ¿Consecuencias? Prepárense: una cooperación migratoria que se enfría, dejando a miles de centroamericanos varados en la frontera; inteligencia compartida sobre fentanilo que se seca, permitiendo que los narcos rusos (sí, también hay vínculos) inunden nuestras calles; y, lo peor, presiones económicas que podrían traducirse en revisiones al T-MEC, con aranceles que golpearían a la industria automotriz y agrícola mexicana. México no es solo un vecino; es el patio trasero de EU. Permitir que Putin lo convierta en su playground de espías es como invitar al oso ruso a la cena familiar y pretender que no muerde. Esta no es una historia de conspiraciones locas; es un llamado de atención brutal. AMLO y su legado de «soberanía a ultranza» nos dejaron expuestos, y Sheinbaum tiene la pelota en su cancha. ¿Expulsaremos a estos intrusos antes de que Washington pierda la paciencia? ¿O seguiremos fingiendo que el águila rusa no planea sobre el águila azteca? La historia juzgará, pero el mercado —y el Capitolio— no esperará. México merece algo mejor que ser el peón en el ajedrez de Moscú. Es hora de actuar, o el precio lo pagaremos en dólares, en seguridad y en soberanía real.

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