La misión espacial rusa llegó a órbita. Lo que no sabemos es si volverá a ocurrir: alguien ha tenido un fallo histórico

La historia del Área 31 de Baikonur es también la historia de la carrera espacial rusa: una infraestructura nacida en los años 60, heredera directa de la era soviética, que ha sostenido durante décadas los lanzamientos tripulados más fiables del planeta. Sin embargo, un simple fallo en una plataforma de servicio ha puesto ahora en jaque ese legado, dejando a Rusia al borde de quedar temporalmente fuera de la órbita humana.
Un olvido como espejo. El lanzamiento aparentemente rutinario de la Soyuz MS-28 ocultaba una catástrofe silenciosa: una plataforma de servicio de más de veinte toneladas, esencial para preparar el cohete en el histórico Área 31 de Baikonur, no fue asegurada antes del despegue. El resultado fue devastador.
La colosal presión del motor arrancó la estructura y la arrojó al foso de llamas, destrozándola y dejando gravemente dañado el único complejo ruso aún capaz de lanzar misiones tripuladas y cargueros Progress hacia la Estación Espacial Internacional. Las imágenes posteriores mostraron un escenario propio de la era soviética en decadencia, mientras Roscosmos intentaba restar importancia a un fallo que pone en cuestión algo más profundo que un error de procedimiento: la capacidad real de Rusia para sostener su papel en la última gran cooperación espacial que aún la vincula a Occidente.
Baikonur como símbolo. El incidente estalla en el peor momento para Moscú. Tras años de infrafinanciación, fugas de talento y desvío de recursos hacia la guerra de Ucrania, sus capacidades civiles se han reducido a niveles que contrastan con la retórica oficial. Hasta hace poco, Rusia recortaba lanzamientos tripulados para ahorrar, ahora enfrenta la posibilidad de no tener ningún medio operativo durante meses o incluso años.
Lo que antes era simple rutina (poner a punto un cohete Soyuz) se ha convertido en un test político para el Kremlin: reparar el Área 31 exigirá inversiones y priorización, algo difícil cuando todos los recursos se absorben en el frente. La pregunta, dentro y fuera de Rusia, es si el gobierno está dispuesto a gastar lo necesario para mantener su asiento en la ISS o si prefiere dejar que la infraestructura se degrade mientras su narrativa asegura que “habrá repuestos” y que “todo está bajo control”.

Eñ Área 31
Dependencia invertida. La ironía histórica es clara. En 2011, Estados Unidos dependía por completo de la Soyuz tras retirar el transbordador espacial. Hoy, Rusia queda a merced de SpaceX, la única puerta operativa hacia la estación. Y no se trata solo de astronautas. Los cargueros Progress son críticos para mantener la órbita del laboratorio y para gestionar el sistema ruso de control de actitud, que desatura los giroscopios estadounidenses.
Su posible ausencia obligaría a improvisar maniobras con naves acopladas, consumir más propelente o incrementar la presión sobre Dragon y Cygnus, en un momento en que Boeing Starliner aún no está listo. La pérdida temporal del sitio de lanzamiento ruso convierte a SpaceX en el único sostén logístico total de la estación y deja a Rusia sin la herramienta mínima para reclamar un papel equivalente al de antaño.
El riesgo estructural. El golpe a Baikonur revela otra vulnerabilidad: la carencia de redundancia en la arquitectura espacial global. Rusia ya había cerrado el emblemático Sitio 1 para convertirlo en museo, dejando al Área 31 como única opción. Ahora ese único punto falla. Las alternativas dentro de Rusia no pueden configurarse rápidamente para manejar misiones tripuladas, y reconstruir o adaptar una infraestructura así lleva años.
El incidente, lejos de ser anecdótico, muestra el declive acelerado del ecosistema espacial ruso y cuestiona su capacidad para cumplir compromisos internacionales tan básicos como mantener viva la única estación espacial habitada. La comunidad espacial tendrá que observar si Moscú prioriza esta reparación o si, como temen algunos analistas, la guerra absorberá incluso este último vestigio de cooperación.
Futuro incierto. El accidente de la plataforma no solo daña un foso de llamas: erosiona la posición de Rusia en la ISS y fuerza a NASA a planificar un escenario en el que Rusia quede parcial o completamente fuera de los lanzamientos tripulados durante años. Esto reforzaría la dependencia de los sistemas estadounidenses y anticiparía un posible desenlace político: que la participación rusa se convierta en algo meramente nominal hasta 2030.
En un tiempo en que la estación afronta sus últimos años, la avería escenifica un equilibrio extremadamente frágil. Un solo fallo mecánico, provocado por un olvido humano, podría acelerar la separación de las trayectorias espaciales de Washington y Moscú y marcar el principio del fin de la última empresa científica que aún une a las dos potencias.
Imagen | NASA TV
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