Rusia ha mostrado en vídeo cómo cazar drones con escopetas. Y también ha revelado lo que no quería que viéramos

Durante los años de invasión rusa en Ucrania habíamos visto muchas tácticas que copiaban técnicas y armamento del pasado. Por ejemplo, el uso del cañón Davis de la Primera Guerra Mundial, o la aplicación de escopetas ancladas en las alas de los aviones. De hecho, el uso de escopetas y fusiles del siglo pasado se ha convertido con el paso de los meses en un escenario normalizado ante la falta de artillería moderna. Rusia ahora ha mostrado en un vídeo cómo cazar drones.
Aunque también ha revelado sin darse cuenta otro detalle.
Escopetas en el frente. La batalla silenciosa que se libra cada día entre lanchas rusas y enjambres de drones FPV en el Dniéper ha revelado ahora uno de los giros tácticos más inesperados de la guerra: la resurrección de la escopeta como herramienta de supervivencia en un campo de batalla dominado por sensores, ondas de radio y municiones que cuestan apenas unos cientos de dólares.
La secuencia viral grabada desde el casco de un marine ruso ofrece un retrato engañosamente heroico de una tripulación que navega a toda velocidad entre canales estrechos mientras abate dron tras dron (hasta 13), aunque el análisis minucioso de cada fragmento muestra que la épica inicial se deshace en cuanto se examinan los detalles y se entiende lo que hay detrás: un combate fragmentado, grabado en días distintos, en el que las bajas probables quedan fuera de plano y donde la electrónica tiene tanto peso como los disparos.
El espejismo de la misión. Lo contaban analistas en Forbes. Lo que parece un único episodio continuo en realidad es un montaje de múltiples enfrentamientos, donde el cielo cambia de color entre toma y toma y donde los marines disparan tanto a amenazas reales como a amenazas invisibles, perdidas entre interferencias y ráfagas de viento. La barcaza navega mientras tres tiradores con escopetas semiautomáticas, un fusil automático y una ametralladora ligera intentan mantener a raya a drones que explotan al menor contacto.
Trece aparatos caen, pero la edición oculta tanto los fallos como los efectos colaterales. Dos explosiones a centímetros del casco dejan dudas sobre posibles heridos que nunca se muestran, mientras un detalle revelador (un marine que ya lleva un torniquete colocado preventivamente en el muslo) habla de expectativas muy concretas: la probabilidad de ser alcanzado no es una hipótesis, sino un hecho asumido.
Unidad de élite sostenida por la guerra electrónica. Frente a los ‘Mobiks’ enviados al sacrificio con semanas de instrucción y material precario, esta unidad destaca por el equipo moderno, por la disciplina de tiro y por el arsenal oculto que realmente explica parte de su supervivencia: una constelación de antenas de guerra electrónica montada sobre la lancha.
Esos inhibidores, con alcance de entre 50 y 100 metros, convierten muchos drones en proyectiles sin control que caen por pura gravedad. La escopeta solo remata lo que la electrónica ya ha debilitado. En un entorno donde las municiones FPV explotan incluso cuando el operador pierde la señal, la diferencia entre vivir o morir no depende únicamente de la puntería, sino de la capacidad de cegar al dron antes de que se acerque demasiado. Por eso las tomas muestran drones que se desploman lejos del alcance efectivo de los tiradores: no cayeron por un disparo certero, sino por interferencia.
Los límites de la escopeta. Que una escopeta pueda derribar un FPV a corta distancia es tan cierto como engañoso. La escena ha alimentado una narrativa de falsa confianza que los propios soldados desmienten fuera de cámara. Hay testimonios de equipos que abatieron cinco drones seguidos para caer ante el sexto cuando se quedaron sin munición, o patrullas que apuntaron y dispararon hasta el último cartucho antes de que un aparato entrara por la ventanilla y destruyera el vehículo.
Si se quiere también, la industria armamentística se ha adaptado: Benelli ya produce modelos específicos “anti-drone”, equipados con munición de tungsteno, y los donantes extranjeros han enviado centenares de escopetas semiautomáticas a las unidades ucranianas. Pero el principio táctico no cambia: una escopeta no compite con la producción masiva de drones. Es una herramienta desesperada para ganar segundos en un entorno donde cada dron cuesta menos que una caja de munición y donde ambos ejércitos los fabrican por millones.
Defensa desesperada. El vídeo termina con la lancha rescatando a otro grupo de marines: uno está herido, otros avanzan con dos armas en la mano, y la escena, lejos de glorificar la resistencia, subraya el verdadero mensaje táctico. La escopeta funciona, sí, pero solo cuando el número de drones es pequeño, cuando los tiradores están entrenados, o cuando hay inhibidores activos y cuando la suerte acompaña.
La historia completa, la que nunca se viraliza, recuerda que por cada lancha que vuelve, otra no lo hace. En la guerra del Dniéper, la escopeta no es un arma de supremacía aérea: es la chispa final que se dispara cuando todo lo demás ha fallado, una defensa de último recurso ante un enjambre barato y numeroso que está rediseñando la forma en que los ejércitos se mueven, atacan y sobreviven. Una escopeta puede dar tiempo, pero en un frente saturado de FPV, ese tiempo posiblemente no sea suficiente.
Imagen | RUSSIAN MOD
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