El nuevo plan de paz en Ucrania se ha reducido a 19 aspectos. El problema es que el punto clave mide 900 km

El último movimiento diplomático entre Estados Unidos y Ucrania ha cristalizado en un borrador de paz reducido a 19 puntos que, según ambas delegaciones, constituye un avance real respecto al polémico documento inicial de 28 puntos. Ese primer borrador, escrito en buena parte con participación rusa, cruzaba múltiples líneas rojas ucranianas y encendió alarmas en toda Europa.
Tal y como están las cosas, la decisión final está en poco más de 900 km.
El nuevo giro. En Ginebra, tras horas de negociaciones tensas que estuvieron a punto de naufragar, el equipo dirigido por Andriy Yermak logró suavizar o reformular la mayor parte de los aspectos más problemáticos. El nuevo texto, descrito como un cuerpo “sólido” de convergencia, integra garantías de seguridad, compromisos económicos y protección de infraestructura en un marco que ya no es percibido como un ultimátum, aunque dista mucho de resolver el núcleo más explosivo: la cuestión territorial.
Ese punto (la posibilidad de ceder porciones del este) fue explícitamente “colocado entre corchetes” para que lo decidan los presidentes Trump y Zelensky, un gesto que reconoce tanto la gravedad política del asunto como la imposibilidad legal de resolverlo sin un referéndum nacional en Ucrania. La revisión del borrador elimina, además, elementos como la limitación de las Fuerzas Armadas ucranianas a 600.000 efectivos o una amnistía total por crímenes de guerra, pero preserva deliberadamente el escollo mayor. Así, aunque la Casa Blanca califica el proceso de “optimista”, el corazón del acuerdo está suspendido en un equilibrio incómodo: avanzar sin definir el punto más decisivo.
La batalla aérea. En paralelo a las negociaciones, una reflexión estratégica recorre el debate: ningún acuerdo sobrevivirá si Ucrania carece de garantías aéreas reales. Moscú ha demostrado que su forma más rápida y eficaz de romper un alto el fuego es violar el espacio aéreo con misiles, drones, bombarderos o cazas. Las ciudades ucranianas llevan tres años sometidas a ataques de largo alcance y coerción desde el cielo, y el país solo ha evitado un colapso total gracias a un mosaico improvisado de defensas antiaéreas occidentales.
Recordaban los analistas en Forbes que cualquier paz sostenible exige tres pilares: una red integrada de defensa que conecte radares, baterías Patriot, NASAMS, IRIS-T y aviación en un cuadro operativo común, una fuerza aérea ucraniana modernizada, numerosa y capaz de mantener patrullas continuas con F-16, Rafale o Gripen equipados con radares AESA, misiles de largo alcance y guerra electrónica avanzada, y una presencia visible de aliados operando desde o dentro de Ucrania, similar al Baltic Air Policing, para disuadir violaciones y reaccionar sin ambigüedad ante cualquier incursión.
Claridad. Además, se apuntaba que las reglas de enfrentamiento deberían ser explícitas: interceptación inmediata de aeronaves no autorizadas, derribo de cualquier vector que suponga amenaza y represalias automáticas contra puntos de lanzamiento si Moscú dispara misiles tras un acuerdo.
Sin esta arquitectura aérea, una paz firmada en papel se convertiría en un paréntesis frágil, expuesto a una Rusia que históricamente explora cada vacío y testa cada frontera. La estabilidad del futuro acuerdo depende tanto del texto diplomático como del poder de fuego que respalde sus líneas.

El punto que nadie quiere escribir. Lo ocurrido en Ginebra muestra que la diplomacia avanza, pero también que lo hace cojeando. Contaba el Financial Times que la reunión comenzó casi rota: los estadounidenses, molestos por filtraciones previas, llegaron crispados, y los ucranianos, desconfiados por el sesgo prorruso del borrador original. Hizo falta una conversación larga, casi terapéutica, entre Yermak y la delegación estadounidense para rebajar la tensión.
Tras ello, ambas partes revisaron punto por punto el borrador, eliminaron el tope de tropas, reescribieron la amnistía y ajustaron definiciones clave. Los europeos (Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y la UE) se incorporaron después para coordinar prioridades y sincronizar posturas. Las declaraciones posteriores reflejan una “atmósfera constructiva”, con Washington bajo la presión autoinfligida de presentar cuanto antes el documento a Rusia. Sea como fuere, ninguna corrección técnica puede resolver la ausencia esencial: la imposibilidad de decidir en esa sala sobre el territorio. Según los negociadores ucranianos, no tenían mandato para ceder un solo kilómetro, y la Constitución obliga a consultar a la población. El propio Kyslytsya admitió que lo pendiente exige “decisiones de liderazgo”, un eufemismo diplomático para admitir que lo inaceptable para Ucrania se ha postergado, no eliminado.

Los 900 km como juez. El borrador de paz puede haber cambiado, pero la realidad del frente cambia aún más rápido. Mientras los diplomáticos escribían, borraban y reescribían frases en Ginebra, Rusia intensificaba su ofensiva en múltiples sectores: avances al norte de Huliaipole, presión creciente hacia Siversk y un cerco que podría sellarse en Pokrovsk y Myrnohrad. La línea del frente, de unos 900 kilómetros, se ha convertido en el árbitro silencioso de la negociación: cuanto más retrocede Ucrania, más fuerza cree tener Rusia para exigir concesiones, y cuanto más resiste, más margen tiene Kyiv para rechazar cualquier cesión territorial.
La propuesta estadounidense y rusa filtrada partía de esa premisa: pedir a Ucrania que entregue zonas que aún controla antes de que las pierda. Zelensky, sin embargo, ha reiterado que Ucrania “defenderá su hogar” y que aceptar amputaciones territoriales socavaría no solo su legitimidad política, sino la posibilidad misma de una paz duradera.
Contrarreloj. El problema es que el tiempo en el frente corre contra Kyiv. Los avances rusos, aunque extremadamente costosos en hombres y material, están creando bolsas de vulnerabilidad y obligando a replegar reservas para tapar grietas.
Y lo que está en juego en esos 900 kilómetros no es solo terreno: es la capacidad de Ucrania de llegar a la mesa con una posición negociadora que no equivalga a rendición escalonada. Cada kilómetro perdido en el mapa altera el borrador en Ginebra más que cualquier párrafo.
Entre el papel y el campo de batalla. Lo que emerge de estos tres frentes (la diplomacia, el cielo y la línea de contacto) es un cuadro más o menos claro: el acuerdo de paz está más cerca en forma, pero no en fondo. El texto de 19 puntos representa un avance técnico indiscutible, pero depende de decisiones presidenciales enormemente costosas. Las garantías aéreas son la condición indispensable para que cualquier compromiso tenga sentido, y el frente, con su dinámica brutal e impredecible, será quien determine finalmente si Ucrania puede negociar desde la fuerza o desde la supervivencia.
El borrador, qué duda cabe, se ha vuelto más presentable, pero la cuestión clave no está ni mucho menos escrita: quién controla qué cuando llegue el día de la firma. Y esa respuesta no se decidirá en Ginebra, ni en Washington, ni siquiera en Moscú. Se está decidiendo ahora, minuto a minuto, en esos 900 kilómetros donde Ucrania intenta no perder el terreno que aún sostiene su capacidad de decir “no” a la partición de su territorio.
En el horizonte, posiblemente la idea más poderosa de todas: que todo esto sea el comienzo de una paz… que no sea el preludio de otra guerra.
Imagen | Ministry of Defense of Ukraine, 7th Army Training Command
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