Ucrania ha logrado la ilusión óptica definitiva: que los misiles hipersónicos rusos no alcancen el blanco creyendo que están en Perú

El Kinzhal, presentado por el Kremlin como un misil hipersónico “invencible” capaz de superar cualquier defensa occidental, ha experimentado una serie de mejoras técnicas destinadas a elevar aún más su letalidad y reducir las posibilidades de interceptación. De hecho, hasta hace tres meses era un auténtico dolor de muelas para las defensas ucranianas.
Hasta que se les ha ocurrido una idea… y una canción.
Evolución de un misil. Derivado del Iskander-M y lanzado desde plataformas aéreas como el MiG-31K o el Tu-22M3, el misil combina velocidades que pueden rozar Mach 10 con un perfil terminal profundamente maniobrado, capaz de ejecutar descensos abruptos, cambios laterales súbitos y trayectorias diseñadas para romper el enganche de radar de los Patriot ucranianos.
Su capacidad para ocultarse dentro de salvas mixtas, confundiéndose entre misiles más lentos, ha reducido drásticamente las tasas de interceptación: del 37% en agosto a apenas un 6% en septiembre. Esto ha hecho que, en teoría, misiles antes interceptables se conviertan en amenazas muy difíciles de detener, especialmente cuando son empleados en ataques masivos que combinan cientos de drones y decenas de misiles balísticos o de crucero.
La debilidad oculta. Sin embargo y pese a su velocidad y maniobrabilidad, el Kinzhal arrastra un talón de Aquiles técnico: depende del sistema de navegación por satélite GLONASS para corregir los errores naturales del sistema inercial, cuya precisión tiende a degradarse con el tiempo. A diferencia del INS, el enlace satelital puede ser manipulado, interferido o suplantado. Y aquí radica el avance ucraniano.
Aunque el misil incorpora antenas de recepción de patrón controlado (llevando su número de 4 a 8, 12 y ahora 16 elementos en un intento ruso de contrarrestar interferencias), estas defensas electrónicas han demostrado ser insuficientes ante sistemas diseñados específicamente para las condiciones del frente. La unidad ucraniana Night Watch ha demostrado que, pese a las mejoras rusas, los receptores Kometa siguen basados en tecnología heredada de la era soviética, incapaz de resistir un spoofing bien ejecutado. Esta combinación entre alta complejidad cinemática y vulnerabilidad electrónica crea una paradoja táctica: el misil más rápido y teóricamente más avanzado de Rusia puede ser desviado mediante señales digitales manipuladas si estas logran infiltrarse en su ciclo de navegación. Una suerte de ilusión óptica electrónica.

Música como arma de precisión. Ante la caída de la eficacia de los Patriot, Ucrania ha apostado por un arma completamente distinta: Lima, un sistema de guerra electrónica que no solo bloquea las comunicaciones satelitales del Kinzhal, sino que sustituye su flujo de navegación por datos falsos. Este sistema crea una amplia zona de negación electrónica en la que los misiles pierden su referencia espacial, pero lo hace con una precisión suficiente como para inducir errores muy controlados.
Su técnica de spoofing es más sofisticada que el simple jamming: no apaga la navegación, sino que la manipula. Lima envía una señal en formato binario que puede incluir cualquier contenido, pero los operadores han elegido incrustar el himno ucraniano “Our Father Is Bandera”, tanto por razones técnicas como simbólicas. Esta señal engañosa, una vez aceptada por los receptores del misil, permite hacerle creer que se encuentra miles de kilómetros al oeste, específicamente en Lima (Perú), obligándolo a corregir trayectoria de manera abrupta. A velocidades superiores a Mach 5, esos cambios generan tensiones estructurales que superan la resistencia del fuselaje, provocando que el misil se parta en vuelo o se estrelle sin detonar. De esta manera, Ucrania ha logrado desviar o destruir más de una veintena de Kinzhales en pocas semanas, un logro mucho más significativo dada su escasez y su coste para Rusia.
El desvío controlado. Los resultados del sistema Lima son visibles en los patrones de impacto: cráteres que aparecen a decenas o incluso cientos de kilómetros de los objetivos previstos, en ocasiones hasta 200 km fuera de trayectoria. El cambio en la precisión es drástico. Aunque Rusia asegura que el CEP del Kinzhal ronda los 10 metros, imágenes filtradas por analistas militares muestran misiles cayendo con errores de más de 140 metros incluso en ataques recientes.
Qué duda cabe, cuando un arma pensada para atravesar búnkeres subterráneos termina golpeando un descampado, la eficacia del spoofing queda demostrada. En muchos casos, el misil ni siquiera activa la carga explosiva porque la secuencia de impacto depende de parámetros que quedan alterados por la confusión generada en el sistema de guiado. Los operadores de Night Watch subrayan que Lima no actúa sobre un solo receptor, sino sobre todos simultáneamente, lo que anula la estrategia rusa de multiplicar antenas para “saltar” entre fuentes de señal. Cada receptor del misil, al entrar en la zona afectada, interpreta los datos falsos como válidos, lo que convierte el spoofing en una suerte de “trampa envolvente” imposible de esquivar.
Una evolución constante. Este enfrentamiento entre misil hipersónico y técnicas de spoofing ilustra el carácter de “gato y ratón” que define la guerra electrónica contemporánea. Rusia ajusta software, rediseña perfiles terminales y multiplica antenas, y Ucrania responde creando sistemas que sustituyen toda la constelación de datos satelitales por un flujo corrupto imposible de filtrar. De hecho, Estados Unidos y empresas occidentales ya trabajan en tecnologías capaces de detectar o neutralizar spoofing, mientras Rusia explora sistemas de guiado más resistentes.
Sin embargo, por ahora, la ventaja electrónica es ucraniana: el arma que Putin calificó como “invencible” y “capaz de superar cualquier defensa occidental” está cayendo en campos vacíos, rompiéndose en pleno vuelo o desviándose hasta quedar inofensiva. Al mismo tiempo, la técnica también afecta a otros misiles rusos que transitan por la zona de interferencia, ampliando el alcance defensivo sin necesidad de interceptar uno por uno. La lección estratégica es clara: en un conflicto donde la industria rusa produce apenas entre 10 y 15 Kinzhales al mes, perderlos por manipulación electrónica supone un golpe desproporcionado a la capacidad ofensiva del Kremlin.
Velocidad vs información. En definitiva, el enfrentamiento entre el Kinzhal y el sistema Lima EW es un recordatorio de que la superioridad militar ya no depende solo de velocidad, blindaje o potencia explosiva, sino de quién controla el flujo de información. El misil puede volar a Mach 10 y ser casi imposible de interceptar físicamente, pero si su sistema de guiado interpreta que ha sido “teletransportado” a Perú, toda su energía cinética se vuelve contra sí mismo.
Para Ucrania, este logro supone la apertura de una vía defensiva barata, adaptable y profundamente disruptiva. Para Rusia, evidencia que incluso sus sistemas más avanzados siguen anclados a subsistemas vulnerables. Y para el resto del mundo, muestra que el futuro de la guerra se decidirá tanto en la electrónica y el software como en el acero y los explosivos, con el spoofing como herramienta central en las contiendas de la próxima década.
Imagen | Kyiv City State Administration, Air Force Command of UA Armed Forces






