Los mandos militares más poderosos de China están desapareciendo. Y todo apunta a dos frentes: el nuclear y la próxima guerra

La historia reciente del Partido Comunista Chino ha entrado en una fase en la que la disciplina interna, la vigilancia política y cierta desconfianza sistemática son ya parte estructural del sistema, y en la que Xi Jinping se ha erigido en protagonista absoluto no solo por acumulación institucional de títulos, sino por un uso incesante del mecanismo más temido de la política china: la purga.
El ascenso del miedo. Durante la última década larga, coincidiendo con su mandato, China ha vivido un ciclo continuo de decapitaciones políticas y militares que no solo no se han frenado, sino que han adquirido un nuevo carácter. Lo que en un inicio parecía un mecanismo de consolidación contra rivales y caciques heredados del pasado se ha transformado en un proceso permanente, impredecible y cada vez más profundo, capaz de engullir a figuras de la élite previamente consideradas inamovibles.
La ausencia visible de decenas de altos cargos en el último plenario del Comité Central (filtrada deliberadamente por las cámaras oficiales al mostrar filas enteras vacías) condensó de forma gráfica esta nueva normalidad: Xi gobierna a través del miedo, y nadie, ni siquiera sus propios protegidos, puede dar por segura su posición.
La purga como instrumento. El ciclo actual de purgas comenzó desde que Xi accedió al poder en 2012, pero ha alcanzado una escala inédita a partir de 2023. Su alcance abarca casi todos los niveles del Partido y, especialmente, de las fuerzas armadas. De los 376 miembros y suplentes del Comité Central elegidos en 2022, alrededor del 16% estuvo ausente del plenario de 2024, una proporción incompatible con la casualidad o la enfermedad.
Muchos de ellos ocupaban posiciones clave, incluidos generales que comandaban las unidades responsables de preparar una invasión de Taiwán o gestionar la lealtad interna de la tropa.

Un mecanismo que no se detiene. En paralelo, investigaciones por corrupción han alcanzado puntos neurálgicos del aparato militar: el segundo oficial al mando del Ejército Popular de Liberación cayó por supuestos delitos de enriquecimiento ilícito y por promover redes de fidelidad alternativas, y otros fueron expulsados por su papel en nombramientos que no gustaban al núcleo dirigente.
Incluso el propio ministro de Defensa y su predecesor desaparecieron de escena tras breves periodos en el cargo. Cada salida ha sido acompañada de un silencio oficial que, lejos de debilitar la imagen de poder de Xi, la refuerza. Su mensaje es inequívoco: ningún cargo tiene valor intrínseco, ninguna trayectoria ofrece protección, ninguna lealtad pasada garantiza indulgencia.
Lealtad como criterio. La narrativa oficial presenta estas purgas como una cruzada contra una corrupción endémica que habría debilitado la preparación bélica china y reducido la eficacia de los sistemas de armamento. Es cierto que existen indicios reales de irregularidades: errores graves en la construcción de silos de misiles, sobornos en ascensos, desvío de fondos y redes internas de patronazgo que afectaban a la Rocket Force, el cuerpo más crítico del arsenal nuclear.
Pero incluso cuando estas desviaciones existen, contaba el New York Times que la lógica de Xi va más allá del castigo ejemplar. Para él, la corrupción es tanto un problema operativo como ideológico. La percibe como una fisura por la que pueden filtrarse valores occidentales, tendencias profesionalizadoras que separen al ejército del Partido o redes de poder autónomas.

La obediencia. Su obsesión con el precedente soviético (la idea de que la URSS cayó porque el Partido perdió el control del Ejército) alimenta un enfoque de vigilancia permanente. Cada oficial purgado es presentado como un recordatorio de que la lealtad, entendida como obediencia total al liderazgo personal de Xi, es la única garantía de supervivencia política.
De ahí que, tras más de una década en el poder, cuando teóricamente ya no debería existir resistencia organizada en el Ejército, las purgas no solo continúen, sino que aumenten.
El terremoto en la Rocket Force. La sacudida más profunda ha sido la que afecta al brazo nuclear de China. Desde 2023, la Rocket Force ha perdido a gran parte de su cúpula, lo que ha provocado desconcierto entre analistas que consideraban esta fuerza el núcleo estratégico mejor protegido del país. La investigación sobre corrupción en la construcción de silos y en la gestión de enormes presupuestos ha coincidido con la expansión acelerada del arsenal nuclear chino, que aspira a duplicar el número de ojivas hacia 2030.
Para Xi, cualquier señal de corrupción en esta estructura, por pequeña que sea, constituye una amenaza existencial: si el arsenal no garantiza credibilidad disuasoria, la propia estrategia china frente a Estados Unidos se desestabiliza.

El laboratorio se expande. Paradójicamente, esta purga masiva en la fuerza nuclear convive con un programa de construcción de túneles, silos y cámaras subterráneas en Lop Nur, el histórico centro de pruebas, que apunta a una mayor preparación técnica para ensayos de bajo rendimiento.
China mantiene que respeta la moratoria de pruebas, pero el ritmo de excavación, instalación eléctrica y perforaciones profundas sugiere que se está dotando de capacidades para un escenario en el que necesite validar diseños avanzados ante una posible reactivación de pruebas norteamericanas.
El impacto en el ejército. La caída de comandantes en todos los niveles ha dejado vacantes claves en los cinco teatros de operaciones y en las estructuras de mando de la Marina, la Fuerza Terrestre y los órganos de disciplina interna. La desaparición simultánea de tantos cuadros ha provocado dudas sobre el grado real de preparación para una guerra, especialmente en el Estrecho de Taiwán.
Desde mediados de 2024, la actividad militar china alrededor de la isla se ha reducido, con menos aviones cruzando la línea media del Estrecho y menos incursiones próximas a su espacio aéreo. Algunos analistas lo interpretan como un debilitamiento operativo debido al vacío de mando. Otros apuntan a cambios estratégicos impulsados por los generales supervivientes, que prefieren centrarse en entrenamiento sustantivo y maniobras de mayor alcance en el Pacífico.
Bola extra. Sin embargo, todos coinciden en que el clima de sospecha y miedo desalienta la iniciativa táctica, un elemento central para la guerra moderna. El riesgo es doble: una fuerza menos eficaz y, al mismo tiempo, la posibilidad de que nuevos ascensos masivos de mandos muy jóvenes, sin redes ni frenos, generen una cultura militar más agresiva y nacionalista.
La dimensión de las purgas. Contaba The Diplomat que las purgas también siembran una duda: la posibilidad de que estas ya no sean únicamente una herramienta de Xi, sino un escenario de lucha interna en el que diferentes facciones, especialmente las asociadas a Zhang Youxia, intentan reequilibrar el poder. Desde 2023, las purgas avanzaron en tres olas sucesivas que primero destruyeron la red de la Shaanxi Gang, posteriormente la Fujian Clique (el núcleo de oficiales más cercanos a Xi) y finalmente sectores enteros de la seguridad interna, la logística y la disciplina militar.
La amplitud y composición de los expulsados sugiere que la campaña ha dejado de ser un bisturí para convertirse en un instrumento de reacomodo sistémico. A la vez, Diplomat también recordaba señales sutiles desde la prensa militar, recuperando conceptos como “liderazgo colectivo” o “centralismo democrático”, contradicen implícitamente el ideario de control unipersonal defendido por Xi. Dicho de otra forma, aunque Xi sigue dominando la puesta en escena y controla aún los resortes principales, estos movimientos revelan tensiones internas que nunca antes habían sido visibles desde que alcanzó el poder.
Futuro incierto. La conclusión general que se desprende entre los analistas es paradójica: las purgas, lejos de ser un signo inequívoco de fuerza o debilidad, son un mecanismo ambiguo que simultáneamente consolida la autoridad de Xi y erosiona las bases estructurales que la sostienen. Por un lado, Xi ha demostrado que puede derribar a cualquier general, político o responsable de seguridad, independientemente de su rango o cercanía personal.
Por otro, las mismas purgas han destruido parte de las redes que le garantizaban control sobre el Ejército, han generado vacíos de mando peligrosos, han fomentado un clima de paranoia y han abierto la puerta a que otras facciones influyan en la reconfiguración del poder. China se adentra así en un periodo donde la militarización, la desconfianza interna y la fragilidad institucional apuntan a ser factores decisivos para su postura exterior, su relación con Estados Unidos y la posible evolución del conflicto de Taiwán.
En un sistema que presume de estabilidad, el movimiento interno recuerda que la política china sigue dependiendo de equilibrios volátiles: la fuerza absoluta de Xi convive con los primeros indicios de un reacomodo que podría marcar el inicio de una nueva etapa en la historia del Partido.
Imagen | Picryl, kremlin.ru, Foreign, Commonwealth & Development Office, rhk111
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