POR: EL HUSMEADOR

¡DESPIERTA, MÉXICO! LA GENERACIÓN Z ROMPE LAS CADENAS
- ¿REVOLUCIÓN JUVENIL O TRAMPA PARTIDISTA?
Imaginemos un país donde los jóvenes, hartos de promesas rotas y balas perdidas, levantan no solo pancartas, sino banderas piratas de One Piece como grito de guerra. El sábado 15 de noviembre, miles de voces de la Generación Z –esa cohorte nacida entre 1997 y 2012, con edades de 13 a 28 años– tomarán las calles de la Ciudad de México, Guadalajara, Morelia y otras plazas del país. Partirán del Ángel de la Independencia hacia el Zócalo, exigiendo un México sin corrupción, con seguridad real y oportunidades que no se evaporen en mañaneras. Pero esta marcha, que promete ser un tsunami de inconformidad, ya huele a pólvora política: ¿es el rugido auténtico de una generación traicionada o el enésimo montaje de la oposición para descarrilar a Claudia Sheinbaum?
En esta columna, diseccionamos las aristas sociales y políticas de un movimiento que podría cambiar el tablero… o desinflarse como un globo pinchado por la desinformación. Socialmente, la Generación Z no es un capricho de TikTok: representa cerca del 20% de la población mexicana, unos 25 millones de almas criadas en la era digital, testigos de crisis que sus padres solo leían en periódicos. Crecimos –sí, porque yo también soy de esa camada– con el internet como niñera y el cambio climático como sombra permanente. Pero en México, el cóctel es letal: una inseguridad que devora vidas a ritmo de 100 homicidios diarios, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública; un desempleo juvenil que ronda el 8% (INEGI, 2025), agravado por la precariedad laboral donde el 60% de los trabajos son informales; y una corrupción que, como un cáncer, carcome el 10% del PIB anual, de acuerdo con estimaciones de Transparencia Internacional. El detonante reciente: el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, el 1 de noviembre, frente a sus hijos, mientras denunciaba la inacción federal contra el crimen organizado. «México merece más», claman los convocantes, y no es retórica; es el eco de un hartazgo que se viraliza en redes sociales, donde el 70% de los jóvenes consume noticias (Pew Research, 2024). Esta marcha trasciende lo juvenil; une a madres buscadoras, estudiantes endeudados y trabajadores precarizados en una red de solidaridad digital que recuerda las protestas globales contra la corrupción en Nepal o Indonesia, donde la misma bandera de One Piece símbolo de rebeldía y libertad, derribó gobiernos. Políticamente, el panorama es un campo minado. Sheinbaum, en su mañanera del 3 de noviembre, la tildó de «marcha falsa», orquestada por bots y financiada por «los de siempre» –un guiño a “Mexicanos Contra la Corrupción” y empresarios como Claudio X. González–. Ricardo Monreal, zar de Morena en el Senado, urgió a los jóvenes a «actuar con prudencia» y evitar «mentiras impulsadas por dinero». No es paranoia: el gobierno ya blindó el Zócalo con vallas metálicas de tres metros y cientos de policías, un cerco que evoca los plantones de la CNTE o, peor, la Matanza de Tlatelolco en 1968. Del otro lado, la oposición –PRI, PAN y sus satélites– huele sangre y se cuelga del movimiento: el actor Joaquín Cosío retó públicamente a Sheinbaum a «marchar el 15», Vicente Fox la bendijo como «homenaje a un héroe», y hasta se rumorea la mano de Xóchitl Gálvez reviviendo su «Marea Rosa». El colectivo autodenominado «Generación Z México» se deslindó el 4 de noviembre: «No vamos el 15, fue cooptado por grupos que no nos representan», advirtieron, rechazando ideologías de izquierda o derecha. Iván Rejón, su administrador, optó por una marcha «oficial» el 8 de noviembre, más modesta, para no ser carne de cañón. Esta fractura expone el riesgo: ¿quién define la agenda? Si la oposición la politiza, podría alienar a los independientes; si el gobierno la reprime, avivará un incendio social mayor. Y aquí viene lo que enfrentarán estos jóvenes piratas: un cóctel de obstáculos que podría ahogar su grito antes de que resuene. Primero, la cooptación: influencers como Miguel de Samaniego (exvocero panista) y Alessandra Rojo de la Vega (panista confesa) ya calientan motores, transformando un clamor generacional en un mitin opositor. Segundo, la represión sutil: el blindaje del Palacio Nacional no es sólo logística; es un mensaje de «no pasarán», con Guardia Nacional lista para intervenir si hay «provocaciones» –recuerden Ayotzinapa o el 2 de octubre de 2019–. Tercero, la desinformación: bots y cuentas falsas inundan X y TikTok, acusando a los marchantes de «fachos» o «acarreados», diluyendo el mensaje en memes y fake news. Cuarto, la fatiga social: en un México polarizado, donde el 55% de los jóvenes se siente «desconectado de la política» (Latinobarómetro 2024), convocar masas sin líderes claros es un desafío hercúleo. Y no olvidemos la logística: cierres viales en Reforma afectarán a miles, y el llamado a no llevar menores de edad por seguridad –emitido por el propio movimiento– podría reducir la multitud. Finalmente, el vacío post-marcha: ¿qué sigue? Sin una agenda concreta más allá de la revocación de mandato (que requiere 2.7% del padrón electoral, unos 2 millones de firmas), podría evaporarse como las promesas de «abrazos, no balazos». En el fondo, esta marcha no es sobre Sheinbaum o Morena; es sobre un México que asfixia su futuro. La Generación Z, con su bandera de Luffy, nos recuerda que la libertad no se pide, se toma. Pero para que no sea otro capítulo fallido de la historia patria, urge unidad genuina: sin partidos, sin vallas, sin miedo. El 15 de noviembre, las calles decidirán si despertamos o seguimos soñando con piratas. ¿Y tú, lector? ¿Te sumas al Jolly Roger, o prefieres el silencio cómplice? México observa, y el reloj corre.






