La propuesta radical de Portugal para frenar la turistificación: un cable submarino que se conecta con EEUU
Si las capitales de los países son la pista angular sobre la que giran sus economías, en Portugal no hay mucho debate, aunque sí cierto hartazgo. Hace años, Lisboa se propuso ser una capital turística, y este verano se ha constatado que se ha convertido en el mayor infierno turistificado de Europa con el precio de la vivienda disparado mientras el centro urbano perdía a buena parte de su población.
Pero Portugal tiene un plan sencillo aunque difícil de ejecutar: cambiar cables submarinos por turistas.
El nuevo horizonte. Sines, un municipio costero aparentemente modesto, vuelve a situarse en el centro de las ambiciones estratégicas de Portugal. Tras décadas en las que el turismo se convirtió en el principal motor económico del país (llegando a representar casi una cuarta parte del PIB) el gobierno portugués busca ahora reequilibrar su modelo productivo atraído por una oportunidad que mezcla geografía y tecnología.
¿Cómo? Sines es el punto donde aterrizan y despegan cables submarinos que conectan Europa con América y África, y que pronto enlazarán también con Estados Unidos a través de una línea de Google hacia Carolina del Sur.
Portugal como centro de datos. Esta combinación de conectividad global, espacio disponible e infraestructura energética ha impulsado el desarrollo de proyectos como un megacentro de datos de 8.500 millones de euros, una fábrica de baterías de 2.000 millones y la ampliación del puerto de aguas profundas gestionado por la Autoridad Portuaria de Singapur, inversiones equivalentes al 4,6% del PIB del país que podrían generar más de 5.000 empleos.
Para Lisboa, Sines no es un experimento, sino el eslabón que podría transformar la economía portuguesa en una plataforma logística y tecnológica atlántica.

El cable de Google que conectará EEUU con Portugal y resto de Europa
Ambiciones interrumpidas. Sin embargo, el municipio arrastra un legado de promesas que no se cumplieron. En los años 70, el régimen autoritario intentó convertirla en el polo industrial del país, construyendo un puerto comercial, una refinería y una central energética con la expectativa de procesar combustibles procedentes del imperio colonial portugués.
Tras la Revolución de 1974 y la pérdida de las colonias, el proyecto se desinfló: el puerto quedó infrautilizado, la refinería sobrevivió con dificultades y la central eléctrica terminó cerrando en 2021 por el abaratamiento de las renovables. La región creció esperando un auge que nunca se consolidó y muchos de los recién llegados terminaron marchándose. Ese recuerdo pesa hoy en la memoria de sus habitantes, que observan esta nueva ola de inversiones con mezcla de ilusión y cautela.
Presión. Contaba Bloomberg que la llegada de miles de trabajadores vinculados a la construcción de los nuevos centros de datos, fábricas y ampliaciones portuarias está tensando el tejido urbano de una ciudad que sigue siendo pequeña y con servicios limitados. La oferta de vivienda es insuficiente, algunos trabajadores duermen en coches y los proyectos residenciales avanzan con lentitud por falta de financiación.
Los servicios básicos (escuelas, centros de salud, infraestructuras municipales) muestran signos de saturación. Ese desajuste entre inversión y soporte vital alimenta la duda fundamental: si Sines será esta vez una ciudad que retiene riqueza o si, como en el pasado, la actividad llegará, se completarán las obras y el valor generado volverá a marcharse hacia otras regiones y empresas.

Start Campus de Sines
Nudo logístico. Como decíamos, el puerto de Sines ocupa una posición estratégica entre Europa, África y América, y su ampliación busca pasar de ser un punto de transbordo entre buques a convertirse en un puerto que introduce mercancías hacia el interior peninsular. Pero esa transición requiere conexiones rápidas con España y el centro de Europa, y el corredor viario hacia la frontera está incompleto y no existe una conexión ferroviaria de pasajeros, mientras que el transporte de mercancías es lento.
¿Solución? El gobierno estudia mejoras que recortarían hasta tres horas las rutas logísticas hacia España, lo que permitiría competir con puertos como Valencia o Algeciras. La infraestructura de transporte es, por tanto, el verdadero punto de inflexión: sin ella, Sines seguirá siendo un puerto periférico, pero con ella, podría convertirse en una de las piezas centrales del comercio atlántico europeo.
Tecnología, energía y capital. Los nuevos proyectos en Sines están marcados por la inversión internacional. El centro de datos Start Campus opera con energía renovable y ha asegurado 1,2 gigavatios (una capacidad comparable al consumo de Lisboa) reutilizando sistemas de refrigeración de la antigua central térmica mediante agua de mar.
La planta de baterías de CALB, parcialmente controlada por capital chino, recibirá hasta 350 millones de euros en apoyo público y aspira a producir baterías para 200.000 vehículos eléctricos al año en 2028. La combinación de energía limpia disponible, agua de mar para refrigeración, espacio físico y acceso directo a cables submarinos convierte a Sines en un nodo privilegiado en un mundo donde la infraestructura digital pesa tanto como la industrial.
La gran oportunidad. Para muchos habitantes, esta transformación puede ser la oportunidad que nunca llegó, pero para otros, es un nuevo ciclo en el que las grandes compañías ocuparán el protagonismo y la comunidad local quedará al margen. La diferencia entre uno y otro resultado dependerá de tres palancas: vivienda accesible, infraestructuras que conecten Sines con el resto del país y capacidad del Estado para capturar y redistribuir el valor generado.
Así, lo que está en juego no es solo el futuro de una ciudad costera, sino el modelo económico portugués en su conjunto: si consigue que el municipio pase de ser un paisaje turístico y un puerto de paso a convertirse en un nodo tecnológico y logístico europeo, el país podría dejar atrás décadas de dependencia del turismo como monocultivo económico
Por contra, si no lo hace, Sines volverá a ser un símbolo de promesas incumplidas.









