Estado de México

El espejismo del maíz mexiquense: entre los discursos y la crisis del campo

Durante décadas, el Estado de México fue uno de los principales productores de maíz del país, orgullo agrícola y símbolo de identidad nacional. Hoy, sin embargo, ese liderazgo se ha desvanecido. Los campos que antes alimentaban a miles de familias enfrentan abandono, falta de apoyos reales y una política agropecuaria más centrada en el discurso que en los resultados.

Pese a ello, el Gobierno estatal presume avances. En su Comunicado 2144, la Secretaría del Campo asegura que impulsa la producción mediante investigación, capacitación y conservación de semillas nativas. Según la dependencia, el Banco de Germoplasma resguarda más de 3 mil muestras de maíz, y se han capacitado cerca de 3 mil productores en temas como mejoramiento genético y agricultura orgánica.

En el papel, los números parecen alentadores: modernización de laboratorios, cursos gratuitos, concursos agroecológicos y la promoción del “Plan Maíz” como estrategia de soberanía alimentaria. Pero en los surcos del Estado de México, la realidad cuenta otra historia.

Los productores mexiquenses denuncian desde hace años que los apoyos llegan tarde o se diluyen entre trámites burocráticos. Muchos pequeños agricultores han abandonado la siembra por los altos costos de los insumos, la falta de infraestructura de riego y la nula rentabilidad frente a los granos importados. La crisis hídrica, los efectos del cambio climático y la ausencia de una política agrícola integral han reducido la superficie cultivable y hundido los rendimientos.

Hoy, el Estado de México ya no figura entre los primeros lugares de producción nacional. El maíz, más que una fuente de ingreso, se ha vuelto una lucha de resistencia para las comunidades rurales que intentan conservar sus variedades nativas y su forma de vida.

Mientras tanto, el gobierno estatal celebra la entrega de tractores y concursos con premios simbólicos. Son esfuerzos que, aunque valiosos, resultan insuficientes frente a una crisis estructural. La investigación científica y la conservación de semillas son pilares necesarios, pero sin una cadena de apoyo productivo y comercial real, la brecha entre el campo y la oficina seguirá ampliándose.

El maíz mexiquense necesita más que cifras en un boletín: requiere inversión sostenida, acceso al agua, precios justos y políticas que reconozcan que detrás de cada mazorca hay una familia que depende de ella.

Porque el maíz no se defiende solo en los laboratorios ni en los discursos oficiales, sino en la tierra que el Estado parece haber olvidado cultivar.

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