La Paradoja de Fermi tiene una nueva solución: si no vemos a los aliens es por nuestras "limitaciones epistemológicas"

¿Y si los extraterrestres están por todas partes, pero somos cognitivamente incapaces de percibirlos? Un filósofo serbio ha propuesto una inquietante solución a la Paradoja de Fermi: la respuesta no está en el universo, sino en los límites de nuestro propio cerebro.
¿Dónde está todo el mundo? La Paradoja de Fermi es uno de los interrogantes más famosos de la ciencia moderna. El universo es inmenso y antiquísimo. Las luces que vemos en el cielo son miles de millones de galaxias y billones de planetas. Por mera estadística, la vida inteligente debería ser común.
Si esto es así, ¿por qué no hemos encontrado la más mínima evidencia de ella?, ¿por qué no vemos sus megaestructuras, no captamos sus señales ni hemos recibido visitas? «¿Dónde está todo el mundo?», se preguntó en 1950 el físico Enrico Fermi.
El Gran Filtro. No son pocas las mentes brillantes que se han atrevido con la Paradoja de Fermi. Muchas de las respuestas se clasifican bajo lo que ha acabado conociéndose como «El Gran Filtro»: algo que impide el desarrollo de una civilización de nivel superior en la escala de Kardashev.
Tal vez las civilizaciones avanzadas tienden a aniquilarse con guerras nucleares, o a perecer ante un letal cambio climático antes de poder colonizar la galaxia. Tal vez las condiciones que permitieron la vida aquí son una casualidad cósmica irrepetible. Estamos solos porque somos una rara avis.
Nos puede el ego. Todas estas soluciones tienen un problema de raíz: son profundamente antropocéntricas. Asumen que otras formas de vida inteligente se parecen a nosotros, que usan una tecnología que podemos detectar.
¿Y si el gran silencio del cosmos no fuera más que el resultado de buscar señales de radio cuando la vida inteligente que buscamos se comunica a través de dimensiones que ni siquiera podemos imaginar?
Somos tontos como los gusanos. Aquí es donde entra en juego la propuesta del filósofo serbio Vojin Rakić, publicada en el International Journal of Astrobiology. Rakić la denomina la «solución de las limitaciones epistemológicas humanas duraderas».
La clave está en el término «epistemológico», que en la teoría del conocimiento es cómo sabemos lo que sabemos y cuáles son los límites de nuestra percepción. La vida extraterrestre podría ser tan radicalmente diferente a nosotros que, sencillamente, nuestro cerebro no está equipado para reconocerla. Somos a los extraterrestres lo que los gusanos para nosotros.
¿Entonces? Pues si Rakić tiene razón, no hay mucho que hacer. Buscamos hombrecillos verdes en platillos volantes, pero la vida inteligente podría existir como una forma de conciencia no física, una red de energía interdimensional o una inteligencia basada en materia oscura.
Rakić usa analogías terrestres muy potentes. Sabemos que los pulpos son increíblemente inteligentes, pero su sistema nervioso es completamente ajeno al nuestro. Las redes de hongos demuestran una complejidad que nos pasa desapercibida. Y pocos habrían imaginado que un puñado de chips de silicio daría lugar a una IA. ¿Cómo explicarle a alguien de hace un par de siglos que hemos enseñado a hablar a las piedras?
El SETI ya está en ello. Esta idea, que podría parecer pura filosofía, está calando en la comunidad científica. El propio Instituto de la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) ha hecho un llamamiento para «abandonar la perspectiva antropocéntrica» en su labor exploratoria.
No se trata de dejar de buscar, sino de ampliar nuestra definición de vida y de inteligencia, pensando en que «otras mentes» podrían no tener nada que ver con la biología terrestre. Por ahora, nuestra mejor arma para dejar de ser tontos como gusanos es avanzar en nuestra propia ciencia y mejorar nuestra propia cognición.
Imagen | NSF/NSF NRAO/AUI/B.Foott





