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La crisis de la vivienda ha convertido el rearme de Alemania en un problema: literalmente, no hay donde meter a más soldados

El problema de la vivienda es un mal endémico que se reproduce en prácticamente todo el planeta. Lo que era más difícil de imaginar es hasta dónde llegan los tentáculos de la crisis. Alemania pensó hace varias décadas que las guerras eran cosa del pasado. Y ahora se ha encontrado con un problema al tan anunciado rearme de su ejército: literalmente, le faltan casas para meter a tanto recluta. 

El rearme y la vivienda. La ofensiva alemana para reconstruir una capacidad militar que desmontó durante décadas ha topado con un coste interno inmediato: no hay espacio para alojar a los soldados que Berlín quiere reincorporar. El caso de Heidelberg es ya un símbolo. 

Allí se estaba reconvirtiendo una antigua base estadounidense (abandonada tras el fin del servicio militar obligatorio y la retirada parcial de Washington) en un nuevo barrio para 10.000 residentes, en un país acosado por una carestía estructural de vivienda. La idea del Gobierno de reactivar esa misma base evidencia el giro de prioridades desde el urbanismo civil hacia la defensa, empujado por dos actores simultáneos: una Rusia abiertamente revisionista en el Este y un aliado estadounidense políticamente volátil

Tensión. Lo hemos contado antes. El rearme, además, ya no es doctrina en papel: Alemania quiere sumar 80.000 soldados en cinco años, sopesa reintroducir alguna forma de conscripción y ha decidido congelar la conversión civil de bases, reexaminar cuarteles bajo control estatal y reactivar suelo militar allí donde sea útil, incluso a costa de tensar con gobiernos locales y votantes.

Un ejército reducido. Durante años, Alemania delegó su seguridad en la OTAN y practicó la “diplomacia del talonario”. A saber: comercio, normas y chequera, pero sin músculo duro. Recordaba Bloomberg que el abandono del reclutamiento en 2011 dejó tras de sí un inventario de instalaciones sobrantes: 31 bases se cerraron y parte del suelo se vendió a ciudades con déficit de vivienda. Plus: la retirada parcial estadounidense multiplicó esos vacíos.

Esa liquidez territorial permitió paliar un mercado inmobiliario estrangulado en urbes medias como Heidelberg, encajonada entre colinas y con oferta escasa. La guerra en Ucrania ha revertido la ecuación: Berlín asume que el paraguas externo ya no es suficiente y que la penuria militar es estructural, no coyuntural.

La aritmética del espacio. Además, y como apuntan los analistas, la colisión es física y política: cada base re-militarizada es una barriada menos en un país con alquileres disparados y electores exhaustos. De hecho, los investigadores advierten de un conflicto interno inevitable porque dos bienes legítimos (defensa creíble y vivienda asequible) compiten por un recurso no ampliable: suelo.

El Gobierno ya suspendió la conversión civil de propiedades militares, aceleró obra castrense (+20% en 2024) y proyecta 270 nuevos cuarteles para 40.000 efectivos desde 2027. La modernización de infraestructura militar supera los 67.000 millones hasta los años 2040, y el Bundestag tramita un paquete de fast-track con flexibilidad de trámites y exenciones bajo umbral de 1 millón para ganar velocidad.

Ventana de negociación. Heidelberg aún confía en salvar su macroproyecto si Defensa considera inadecuada la base para uso militar o si se pacta una suerte de híbrido (cuartel + barrio) que permita compatibilizar seguridad y tejido urbano. 

El equipo municipal admite que extrañan la huella económica de las bases estadounidenses, pero subraya que la urbanización civil alivia el cuello de botella habitacional. Qué duda cabe, el choque actual destila la transición alemana desde la era del dividendo pacífico hacia una economía de defensa que exige rehacer lo desmontado: dinero, gente, suelo y consenso social para rearmar a contrarreloj.

Fractura del contrato social. Si se quiere, el impasse actual revela también una grieta temporal: Alemania urbanizó y planificó como si la geopolítica hubiera quedado abolida tras 1991 (fin de la URSS y final de la Guerra Fría), reasignando suelo militar a vivienda bajo la premisa de un entorno sin grandes guerras en Europa. Ese supuesto (que además ordenó presupuestos, mentalidades y planeamiento territorial durante tres décadas) colapsó el 24 de febrero de 2022

Hoy el país opera con instituciones, leyes urbanísticas y expectativas ciudadanas diseñadas para una era post-bélica que ya no existe, mientras se ve forzado a reinsertarse en un escenario con infraestructuras, densidades y usos del suelo heredados de la paz prolongada. El choque entre cuarteles y pisos no es solo físico: es el choque entre dos calendarios históricos que coexisten en el mismo territorio, el de la normalidad civil y el del retorno abrupto del riesgo estratégico.

Imagen | Markus Rauchenberger

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