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Rusia se ha encontrado con una sorpresa inesperada: no solo sus drones vienen de China, también el último ejército de Ucrania

En el mes de octubre se produjo una anomalía para las tropas ucranianas. Los drones de reconocimiento comenzaron a divisar figuras desconocidas entre los soldados de Moscú. Se sabía que había norcoreanos, pero un nuevo frente comenzaba a aumentar con el paso de los días: cubanos. Ahora, en un giro de los acontecimientos imprevisible, a Kiev se está uniendo un grupo de la más inesperado: chinos.

Por qué hay chinos. La historia la contaba en un extenso reportaje el diario The Guardian. Aunque el contingente es todavía pequeño, hablan de unas pocas decenas, la existencia misma de chinos combatiendo del lado ucraniano es políticamente significativa porque contradice el relato de que Pekín, como bloque social, respalda en masa la invasión de Rusia. 

La mayoría de estos voluntarios no partió como combatiente desde el principio, sino como observadores o voluntarios humanitarios: llegaron, vieron daños directos contra civiles y concluyeron que limitarse a donar o compadecerse no bastaba. Casos como el de Tim, que quedó marcado tras ver los cuerpos en el hospital infantil de Kiev, y dio el salto al combate desde la idea simple de que su inacción habría sido peor que el riesgo. En su relato no hay épica: hay sensación de urgencia moral y de punto de no retorno una vez se ve la violencia en primera persona.

Desencanto como motor. Explicaba el medio británico que estas decisiones no nacen solo de la guerra, sino de una trayectoria previa de desgaste personal dentro de China: desempleo estructural, sensación de estancamiento vital, deterioro de libertades y cierre del espacio cívico tras la pandemia

Tanto Tim como Fan, otro de los combatientes, expresan lo mismo con distintos lenguajes: quedarse era seguir atado a una vida que para ellos no avanzaba y que, según cuentan, no se podía cuestionar públicamente. La guerra, paradójicamente, les ofrece lo que les faltaba: capacidad de actuar, transformación real del propio destino y un entorno donde, aunque haya enorme riesgo físico, también hay margen de decisión personal. Al menos para ellos, es más racional arriesgar la vida en un frente extranjero que seguir “congelados” en su país sin opción de cambio.

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Opinión pública. Una investigación de Tao Wang, de la Universidad Metropolitana de Manchester, concluyó que el 80% de los chinos encuestados tenían opiniones prorrusas durante el primer año de la guerra y que “los medios controlados por el gobierno lograron influir en la opinión pública a favor de Rusia” a medida que esta avanzaba.

Los voluntarios describían un ecosistema donde la narrativa pro-Kremlin parecía la única que circulaba sin coste, mientras que simpatizar con Ucrania era visto como “desviación” y podía traer consecuencias sociales o legales. Por eso disentir parece una rara avis: no porque no exista, sino porque, según el estudio, no es seguro expresarlo. 

Asimetría prudencial. Plus: el camino operativo no es simétrico. Hay cantidad de contenidos pro-mercenarios para Rusia que circulan en redes chinas sin freno (vídeo encima), mientras que encontrar instrucciones para alistarse en Ucrania requiere saltarse la censura, usar VPN y, como en el caso de Fan, llegar a preguntar a una IA dónde empezar.

Además, el Guardian indicaba que el riesgo al volver es real: familiares interrogados, posibles cargos ambiguos, vigilancia. Dicho de otra forma, el Estado tolera (y a veces facilita) la participación prorrusa, pero obliga a la clandestinidad a quien decide lo contrario. Esa diferencia de coste explica por qué el grupo pronuclear con Ucrania es pequeño, aunque no invalida su relevancia como síntoma.

Valor militar limitado. Qué duda cabe, militarmente, estas pocas decenas no cambian el equilibrio de la contienda. Simbólicamente, se enfrentan a parte del discurso oficial. Demuestran que la legitimidad de la alianza Pekín-Moscú no es socialmente homogénea, o no lo es siempre, y que existe también una capa que la rechaza cuando tiene espacio para actuar.

Para Ucrania, su valor reside posiblemente en probar que incluso desde China hay ciudadanos que consideran injustificable la invasión y lo suficiente como para arriesgar la vida para detenerla.

Qué buscan. Cuando el Guardian les preguntaba por qué arriesgarse por un país extranjero, las respuestas no fueron geopolíticas sino vitales: la idea de construir una vida en otro entorno, dar un futuro distinto a sus hijos y/o demostrar que su identidad como chinos no está atada automáticamente al Estado ni a su política exterior. 

En el caso de Tim, es también un mensaje hacia los prejuicios: no se debe dar por sentado nada sobre ninguna sociedad, y mucho menos solo porque el Estado vaya en una dirección contraria. Así, el gesto de estos reclutas improbables en la guerra de Ucrania vuelve a demostrar que los bandos son invisibles. Si los cubanos acudían a Ucrania por una cuestión puramente económica, los chinos parecen que lo hacen por una cuestión mucho más vital.

Imagen | LAC Chad Sharman, IToldYa

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