Ultimas Noticias

China ha hecho con la energía nuclear lo mismo que con los paneles solares: dominar toda la cadena de valor

La carrera por el control de la energía del siglo XXI ya tiene un ganador provisional. Mientras Europa tropieza con sus propios debates y Estados Unidos intenta reconstruir una industria nuclear que envejece, China pisa el acelerador. En abril, aprobó la construcción de diez reactores por valor de 200 mil millones de yuanes (24 mil millones de euros). Es solo un paso dentro de un proyecto mucho más amplio: el regreso del átomo como pilar de poder global.

Nuevas conquistas. China lleva años compitiendo por liderar todas las transiciones tecnológicas posibles: de las energías renovables al almacenamiento, y ahora también, la nuclear. En palabras del analista energético John Kemp, el país cuenta con 59 reactores operativos y más de 30 en construcción. Ninguna otra nación tiene un programa semejante. De hecho, la mitad de todos los reactores que se están levantando en el mundo están en territorio chino. Más allá de las habladurías sobre un “renacimiento nuclear”, solo China lo está convirtiendo en política de Estado.

Una apuesta por la nuclear. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), la seguridad y la fiabilidad del suministro se han vuelto prioridades críticas para Pekín tras años de expansión de la oferta eléctrica. Sin embargo, el impulso hacia la nuclear tiene una dimensión más de independencia tecnológica. Bajo la estrategia de Made in China, el país buscó dominar todos los eslabones de su cadena energética, y hoy produce el 100% de sus equipos nucleares en territorio nacional, según China Nuclear Energy Association (CNEA).

En paralelo, China promueve su tecnología en el exterior. Según la Corporación Nuclear Nacional China (CNNC), la exportación del reactor Hualong One es una prioridad nacional, con reactores en Pakistán, proyectos en Argentina y planes de expansión por Asia y África. La energía nuclear es tanto una herramienta de descarbonización como de diplomacia energética: una forma de asegurar el suministro, reducir emisiones y proyectar poder tecnológico.

La paradoja renovable. China encabeza la transición verde mundial, pero su matriz energética sigue marcada por el carbón. Según datos de Ember, el 38% de la electricidad del país proviene ya de fuentes bajas en carbono. Aun así, el 62% continúa dependiendo de combustibles fósiles, una proporción que revela lo lejos que está todavía su descarbonización total. Su desafío es monumental: dejar atrás el carbón sin apagar el país.

Por eso el átomo no sustituye a las renovables: las sostiene. La nuclear actúa como “energía firme”, la base que mantiene estable el sistema eléctrico cuando no hay sol ni viento. El carbón sigue siendo el gran punto de fricción —garantiza suministro y empleo, pero choca con la ambición de ser líder renovable—. En términos más geopolíticos, la energía renovable es una forma de soberanía. Cualquier país puede generar su propia electricidad. Pero China quiere algo más: el control total del sistema eléctrico.

El músculo del átomo. China construye reactores a un ritmo que nadie más alcanza: entre diez y once por año. Según el IAEA, el país cuenta ya con 58 reactores operativos y 27 en construcción, que suman más de 86 GW de capacidad. La nuclear representa el 4,47 % de su electricidad, una cuota pequeña pero en aumento.

De acuerdo con Global Energy Monitor, el parque operativo asciende a 58,1 GW, con previsiones de 63 GW a finales de 2025 y 71 GW en 2026, año en que China superará a Francia como segunda potencia nuclear. Las proyecciones de la China Nuclear Energy Association prevén más de 100 GW en operación hacia 2030 y cerca de 200 GW en 2040, el doble de la capacidad estadounidense actual. En 2024, la inversión nuclear alcanzó un máximo histórico de 146.900 millones de yuanes. 

Aunque su participación en el mix eléctrico ronda el 5%, la magnitud del sistema chino convierte ese porcentaje en un volumen equiparable a toda la producción nuclear de Francia.

Ambición tecnológica. Tras décadas de dependencia de diseños extranjeros como el AP1000 estadounidense, Pekín ha desarrollado sus propios modelos. El Hualong One, un reactor de tercera generación, ya opera en cuatro unidades nacionales y trece más están en construcción.

Y no se detiene ahí. China lidera también la cuarta generación de reactores, más seguros y eficientes. En 2023, entró en operación el HTR-PM, el primer reactor modular de alta temperatura del mundo, en Shidao Bay: el preludio de una nueva etapa donde la nuclear se vuelve flexible, escalable y comercialmente viable.

En paralelo, el proyecto Xinghuo-1 —un reactor híbrido de fusión-fisión— busca lograr un factor Q > 30, suficiente para generar más energía de la que consume. China espera tenerlo conectado a la red antes de 2035, lo que podría situarla décadas por delante del resto del mundo en la carrera por la fusión comercial.

Tanta ambición requiere combustible. China tiene reservas de uranio, pero no suficientes para su expansión. El año pasado produjo apenas 1.700 toneladas, el 4% mundial, e importó más de 22.000. Su solución: “pescar” uranio del mar. Investigadores del Frontiers Science Center for Rare Isotopes de la Universidad de Lanzhou han desarrollado un material llamado DAE-MOF, capaz de absorber uranio con 40 veces más eficiencia que los métodos previos.

El objetivo es tener plantas piloto hacia 2035 y producción a gran escala en 2050. El océano, con sus 4.500 millones de toneladas de uranio disuelto (mil veces más que las reservas terrestres), podría asegurar siglos de autonomía energética. Otro paso hacia la independencia total.

Previsiones. Si se cumplen los planes, China superará a Francia en 2026 y a Estados Unidos en 2030 en capacidad nuclear instalada. Para 2040, sus 200 GW operativos representarán cerca del 10% de su mix eléctrico, según la CNEA.

Al mismo tiempo, el país mantendrá su dominio en renovables: la IEA calcula que alcanzará 2.460 GW de energía limpia en 2030, el doble que en 2022. Y no se trata solo de energía. La expansión nuclear está reconfigurando la economía, la industria y la diplomacia. China se posiciona como proveedor global de tecnología nuclear civil para países de Asia, África y América Latina: una diplomacia energética que combina prestigio tecnológico, financiación estatal y normas de seguridad propias. Esa expansión no solo redefine su matriz eléctrica, sino también su influencia internacional: la energía se ha convertido en instrumento diplomático y marca de prestigio industrial.

El siglo de los electrones. China no ha dejado de quemar carbón, pero tampoco ha dejado de construir el futuro. En apenas dos décadas, ha pasado de ser el símbolo de la contaminación a convertirse en el laboratorio energético más ambicioso del planeta.  Sus granjas solares se extienden como mares metálicos; sus turbinas giran donde antes había fábricas de acero; y sus reactores se multiplican a un ritmo sin precedentes.

Mientras Europa discute y Estados Unidos intenta resucitar sus viejas centrales, China ya está vertiendo hormigón. El país que una vez oscureció el cielo con su carbón ahora apuesta por iluminar el siglo XXI. En esa luz nueva, el átomo chino no solo brilla: marca el rumbo del futuro energético global.

Imagen | Unsplash y Shubert Ciencia

Xataka | La cantidad de energía nuclear que genera cada país del mundo, expuesta en este revelador gráfico

source

Mostrar más
Botón volver arriba