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La nueva edición de 'Operación Triunfo' está siendo criticada por elitismo: es exactamente lo que buscaban sus creadores

La nueva edición de 'Operación Triunfo' está siendo criticada por elitismo: es exactamente lo que buscaban sus creadores

“Estudio teatro musical en Londres, he estado viviendo dos años en Suecia y cuatro años en la India, donde, además, acudí a un colegio americano” o “Viví tres años en Indonesia y ahora estudio un doble grado de comunicación audiovisual y periodismo” son las cartas de presentación de algunos de los concursantes de Operación Triunfo 2025. Como era de esperar, las redes no han tardado en desenfundar sus memes y hacer mofa de estas introducciones, acusando de paso a la edición de cierto elitismo. La verdad, cierta sátira sí que encaja en una edición en la que el concursante promedio tiene 19 años y poco menos que ha dado la vuelta al mundo y aprendido cinco idiomas. 

Lo que resulta bastante irónico es que sea en su mayoría la generación Z la que caricaturice este modelo de concursante, porque esta edición, más que nunca, ha puesto a los post-millennials frente al espejo, y no precisamente por el reto que les ha supuesto a los participantes leer un reloj de pared. Si juntamos el interés de Prime Video en aumentar suscriptores y el ojo de águila de Noemí Galera, que lleva años dedicándose a los procesos de casting, nos encontramos un formato que considera su mayor baza atraer a esta generación y convertirla en su público mayoritario. 

Los integrantes de la generación millenial seguimos formando parte de los fans, pero ya no estamos en el foco de interés del programa. Lejos quedan esos concursantes de los 2000 y ese «¡Me he equivocado, olé!» de Rosa de España en medio de una actuación. Ahora la mayoría de concursantes ya han pasado por varios concursos musicales y saben a lo que se someten en la academia. Ya no sorprenden las visitas de artistas famosos, ni una posible gira, y son más conscientes que nunca del sitio donde están. Lo espontaneo, más natural y los perfiles más “obreros” han desaparecido.

Como bien sabe casi toda España, Bustamante, antes de perseguir su sueño musical, trabajaba en la construcción con su padre en su querida San Vicente de la Barquera; por no hablar del caso de Vero, auxiliar de peluquería de formación y monitora de aerobic de profesión. En 2025 un perfil así es casi impensable, porque esas trayectorias ya no son las buscadas por los directores de casting y se convierten en la nota discordante de la edición.

El ejemplo más claro este año es lo que sucede con Guille Toledano, jefe de cocina y que se define como fan absoluto del Atlético de Madrid; su presentación durante la Gala 0 y en mitad del resto de sus compañeros fue lo más cerca que ha estado el ser humano del viaje en el tiempo.

Adiós albañil, hola estudiante de arte dramático

Esa esencia “dosmilera”, donde perfiles como el de Chenoa despuntaban por su temple y experiencia en el escenario, ya no existe. 

Los concursantes tienen más formación, pero no necesariamente muchos kilómetros hechos con la furgoneta de su orquesta o noches trabajadas en salas de casino como fue el caso de la propia Chenoa. Lo cotidiano en esta nueva edición, cristalización total del proceso que ha ido subordinando la identificación del público (“yo podría ser ese”) a la búsqueda del virtuoso hiperformado, son concursantes que estudian dobles grados, teatro musical, son bailarines de claqué o graduados en danza española y han recorrido infinidad de países. 

No decimos que estas características sean lo que garantice el éxito o la popularidad de cada concursante. De hecho, la última ganadora de OT es Naiara, cantante de orquesta; y en esta nueva edición el propio Guille parece despuntar entre los favoritos cada semana. Popularidad o éxito aparte, lo que llama la atención es que el conjunto de concursantes ha cambiado, un reflejo de una gran parte de la generación a la que OT se quiere dirigir en 2025.

Hablamos de ese público joven, en su mayoría universitario; una generación responsable de una cifra récord en matriculaciones en 2024, que también estudia en el extranjero, sabe idiomas y entre su ocio habitual está el viajar de forma más o menos recurrente. En este contexto, ¿cómo no iba Tinet Rubira y todo el entramado de OT a diseñar una selección de concursantes hecha a medida para la generación Z?

Ot25

Lejos quedan esas primeras ediciones de Operación Triunfo donde el reto semanal recaía en los compañeros que tenían que defender una canción en inglés y lo sufrían como si de arameo se tratase. Y, sí, allá por el año 2001 el público empatizaba o se sentía representado escuchando el inglés macarrónico de Rosa en “It´s Raining Men”, pero en pleno 2025 eso nada tiene que ver con la realidad y, elitista o no, OT lo sabe perfectamente. Ellos quieren la representación de una generación moderna y preparada, con el inglés de serie y el doble de cualificación que la que luego les piden en Linkedin.

¿Carlos Lozano dando paso a una versión de Bad Bunny?

Este viraje y puesta a punto del concurso no es algo nuevo. 

Si bien este año se ha hecho más evidente que nunca, fue en 2017 cuando se produjo la verdadera transformación del programa, adaptándose a los códigos de las nuevas generaciones. Aquel OT 2017 con su canal 24 horas y chat de YouTube que echaba humo revolucionó a una generación que no había experimentado el fenómeno OT anteriormente. No fue más que el inicio, porque OT 2023 llegó de la mano de una plataforma de streaming como Prime Video, intuyéndose el lavado de cara al que querían seguir sometiendo al formato. 

A nivel personal yo echo de menos a Capde, un profesor de OT que estuvo hasta hace dos ediciones, y que ya se le notaba incómodo ayudando a los concursantes con ciertos ritmos urbanos, pero es cierto que la propia Operación Triunfo se ha reinventado no sólo desde el casting. Pablo Lluch y Vic Mirallas, jóvenes, talentosos y en la misma longitud de onda del actual programa, completan ahora el claustro permitiendo que los alumnos den rienda suelta a su creatividad. 

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A estos nuevos profesores no les tiembla el pulso al ayudar a sus participantes a entonar frases como «Quiero comer tu culito, que hoy no desayuné»: el Amorfoda de María Escarmiento en 2018 fue llamativo, pero en esta edición versionar a Bad Bunny es casi lo mínimo esperable en una Gala 0.

Cambiar el estilo, el modo de votación, crear un app o actualizar el jurado puede renovar el formato y aumentar la audiencia… Pero al final la única clave está en los concursantes. La juventud quiere sentirse vista en estos concursos y ese amenazante “elitismo” viene de la mano de una mayor formación, y por consiguiente, un mayor interés en todo lo que engloba a la música. En las primeras ediciones teníamos intérpretes; ahora quieren ser músicos.

Cada vez hay más concursantes que se interesan por la producción musical, la composición e instrumentalización y en dar ese toque propio a versiones de canciones que el público ya conoce. Participantes de estos últimos años como Natalia Lacunza, Alba Reche o Paul Thin son precisamente quienes mejor representan ese cambio de perfil. En esta nueva edición sigue aumentando el número de aspirantes que buscan dar su toque, tanto en la composición como en la producción, ya sea con un estilo que se decanta por el musical (como es el caso de Max) o creando tu versión del gigante de la música que es “El sitio de mi recreo”  (elegido por Claudia durante su nominación en la Gala 2).

Sólo el tiempo dirá si alguno de estos concursantes tienen un star power como para cobrar las listenings parties a 16 euros a lo Aitana: dependerá del potencial de los chicos. Lo que está claro es que Operación Triunfo ha pasado de ser el “sueño americano” de los que hacían gorgoritos en la ducha a un proceso de selección repleto de jóvenes hiperformados. Como para echarles en cara que el programa no es un reflejo de la sociedad joven española.

Imagen | Prime Video

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La nueva edición de ‘Operación Triunfo’ está siendo criticada por elitismo: es exactamente lo que buscaban sus creadores

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Lara Ben-Ameur

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