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EEUU estudió qué pasaría si entra en guerra con China. Ahora ha iniciado una carrera desesperada por duplicar misiles

Cuando China levantó el telón de su desfile militar escenificó mucho más que el poder armamentístico que dispone. Fue un mensaje claro y directo que tuvo su reacción a los pocos días, cuando Estados Unidos movió ficha mandando su nueva plataforma de misiles a Japón. Luego se descubrió que, si de misiles se trata, hay 3.500 apuntando en la misma dirección. Desde entonces, Estados Unidos ha iniciado una carrera desesperada: la de duplicar su propia fabricación de misiles por lo que pueda pasar.

El despertar estratégico. Lo contaba en una exclusiva el Wall Street Journal. El Pentágono ha encendido todas las alarmas ante la evidencia de que sus arsenales de misiles no alcanzarían para sostener un conflicto prolongado con China. La invasión rusa de Ucrania y el consumo masivo de interceptores en Europa ya habían dejado clara la fragilidad de la base industrial estadounidense. 

Sin embargo, contaba el medio que fue la guerra de doce días entre Israel e Irán, en la que Washington lanzó centenares de misiles de alta gama para sostener a su aliado, la que terminó de vaciar los depósitos y precipitó un plan de choque. El mensaje que circula en los despachos del Pentágono es claro: el arsenal actual no basta para defender a Taiwán ni a las bases aliadas en el Pacífico si estalla un enfrentamiento directo con Pekín.

La nueva creación. Para afrontar esa realidad, el Departamento de Defensa ha creado un órgano extraordinario, el Munitions Acceleration Council, dirigido personalmente por el vicesecretario Steve Feinberg, que llama cada semana a los principales ejecutivos de la industria para exigir incrementos inmediatos. La estrategia busca duplicar, e incluso cuadruplicar, la producción de los doce misiles considerados críticos: desde los interceptores Patriot, hasta el Standard Missile-6, los Long Range Anti-Ship Missiles, los Precision Strike y los Joint Air-Surface Standoff Missiles

El propio secretario de Defensa, Pete Hegseth, y el jefe del Estado Mayor, el general Dan Caine, han presidido reuniones con gigantes como Lockheed Martin, Raytheon o Boeing, pero también con nuevos actores como Anduril Industries y con proveedores clave de componentes, desde propelentes sólidos hasta baterías.

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El destructor de misiles guiados USS John Paul Jones (DDG-53) de la Armada de Estados Unidos lanza un misil RIM-174 Standard ERAM (Standard Missile-6, SM-6)

El cuello de botella industrial. El reto es monumental. La fabricación completa de un misil puede tardar hasta dos años. Las líneas de producción se han enfriado tras décadas de desinversión, proveedores secundarios han desaparecido y piezas críticas como los buscadores frontales de Boeing se han convertido en verdaderos cuellos de botella. Ampliar turnos, añadir metros cuadrados de planta y formar personal especializado requiere miles de millones de inversión y compromisos firmes de compra. 

Como recuerdan los expertos, las empresas no producen sin contrato: necesitan garantías de que el Pentágono no retirará la financiación en medio del esfuerzo. Aun así, algunos proveedores han dado pasos por adelantado. Northrop Grumman, por ejemplo, ha invertido más de 1.000 millones en expandir su capacidad de motores cohete, con la expectativa de duplicar la producción en cuatro años.

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Patriot

Prioridad: el Patriot. El caso más urgente es el del Patriot PAC-3, cuya demanda global se ha disparado. En septiembre, el Ejército otorgó a Lockheed un contrato de casi 10.000 millones de dólares para fabricar 2.000 misiles en tres años, pero el objetivo del Pentágono es alcanzar esa misma cifra cada doce meses, lo que supone cuadruplicar el ritmo actual. 

Para ello, Boeing se ha visto obligada a ampliar miles de metros cuadrados de su planta para ensamblar más buscadores, mientras Lockheed estudia nuevas inversiones en líneas de montaje. Los portavoces insisten en que podrán entregar por encima de su capacidad declarada, pero todos reclaman más dinero y compromisos plurianuales que den estabilidad al salto productivo.

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Precision Strike Missile

Nuevo modelo de adquisición. La presión es tal que el Ejército anuncia “cambios masivamente sustantivos” en la forma de comprar armamento. Se exploran fórmulas como licenciar tecnologías a terceros fabricantes, atraer capital privado o garantizar extensiones de programas de registro para dar visibilidad de demanda a toda la cadena de suministro. 

La administración Trump ya destinó 25.000 millones extra en cinco años mediante el Big, Beautiful Bill, pero los analistas coinciden en que será necesario multiplicar por varios órdenes esa cifra para cumplir los objetivos. El esfuerzo, además, se enmarca en un debate mayor: cómo mantener una base industrial capaz de sostener guerras de alta intensidad en un mundo donde los arsenales se consumen en semanas.

De fondo: China. La razón última de esta aceleración es la perspectiva de una guerra en el Pacífico. Un enfrentamiento por Taiwán exigiría proteger simultáneamente bases estadounidenses y aliadas, garantizar corredores marítimos y enfrentar a una Armada china cada vez más equipada con misiles hipersónicos y enjambres de drones. 

La superioridad estadounidense dependerá no solo de la calidad de sus sistemas, sino de su capacidad para reponerlos rápidamente en caso de conflicto prolongado. El Pentágono teme descubrir demasiado tarde que no dispone del volumen necesario para sostener el pulso. De ahí la carrera contra reloj para convertir a la industria en un arsenal de guerra a gran escala.

El riesgo de la brecha. El esfuerzo de aceleración revela la contradicción estructural de Occidente: armas cada vez más sofisticadas y caras que se consumen a un ritmo industrial, frente a adversarios dispuestos a inundar el campo de batalla con soluciones de bajo coste y producción masiva

En ese sentido, la lección de Ucrania parece clara: los misiles de millones de dólares pueden agotarse en cuestión de meses, y reconstruir las reservas lleva años. Si Estados Unidos quiere mantener su disuasión frente a China, deberá demostrar que puede sostener no solo la innovación tecnológica, sino también la producción masiva de la que depende la supervivencia de su red de alianzas.

Imagen | Lockheed Martin, MApN, U.S. Navy

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