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La vivienda ha devuelto a España y Europa al S.XIX: barrios y bloques enteros que no son para familias, son para trabajadores

La idea de que una empresa construya viviendas para atraer o retener mano de obra explotó en el siglo XIX, cuando el paternalismo industrial impulsó la creación de barrios enteros ligados a fábricas, minas o siderurgias. Todas seguían la misma lógica: garantizar alojamiento, servicios básicos e incluso un estilo de vida para una plantilla cautiva, a menudo en zonas donde no había infraestructura previa. Lo que cambia ahora es el contexto. Ya no se trata tanto de paternalismo empresarial o de proyectos “utópicos” de orden social.

Se trata de dar respuesta a la crisis inmobiliaria y demográfica.

Retener la mano de obra. Sí, en Europa, el problema de la vivienda se ha convertido en un obstáculo directo para la actividad económica. En Bretaña, la empresa FenêtréA decidió actuar por su cuenta tras constatar que cada alquiler disponible atraía centenares de solicitudes y que muchos candidatos rechazaban puestos por falta de techo. 

Su director, Dominique Lamballe, lanzó la construcción del lote Horizon Brocéliande: 41 casas con garaje, levantadas en Beignon, que podrán comprarse o alquilarse con prioridad para empleados. La inversión de más de siete millones de euros busca garantizar el crecimiento de una compañía que cada año incorpora decenas de trabajadores y que prepara una nueva planta de aluminio. En una región rural sin transporte adecuado, el alojamiento próximo se convierte en condición de supervivencia para la empresa.

El espejo español: turismo. España ofrece ejemplos aún más visibles, sobre todo en zonas turísticas donde el auge del alquiler vacacional ha reducido la oferta de larga duración a mínimos. Meliá se ha visto obligada a comprar un hostal en Menorca y a adquirir terrenos en Ibiza, Mallorca y Canarias para crear viviendas para su personal, tras llegar a alojar empleados en habitaciones de hotel para evitar bajas. 

Spring Hoteles ha comprado dos edificios inacabados en Tenerife para transformarlos en 107 viviendas que arrendará a personal y mandos a precios subvencionados, entre 200 y 400 euros. Barceló y Gloria Thalasso se suman a la búsqueda de soluciones, conscientes de que la falta de vivienda amenaza el propio modelo turístico. El fenómeno refleja cómo, en Baleares o Canarias sobre todo, los hoteleros han pasado de ser señalados como parte del problema a verse obligados a asumir un rol de promotores residenciales.

San Agustin Hotel Ifa Beach

Zona hotelera en el sur de Gran Canaria

El caso irlandés. En Irlanda, la crisis habitacional ha alcanzado tal magnitud que compañías privadas han optado por adquirir viviendas en bloque. Ryanair compró 40 casas junto al aeropuerto de Dublín para destinarlas a sus tripulantes, conscientes de que sin un techo asegurado no habría forma de reclutar nuevo personal. 

La medida levantó críticas por absorber parte de la escasa obra nueva, pero su consejero delegado defendió que sin ella no habría plantilla. Otras compañías como Musgrave, Supermacs o Killarney Hotels también ofrecen decenas de pisos en alquiler subvencionado. Los sindicatos denuncian que los salarios, muy por debajo de la escalada de los alquileres, hacen imposible atraer empleados si no se incluye alojamiento. La falta de inversión pública tras 2008 dejó un vacío que ahora intentan cubrir empresas privadas, a menudo como último recurso.

Europa Central y una vía. La República Checa explora un modelo distinto, respaldado por el Banco Europeo de Inversiones y Česká spořitelna, que financian un proyecto de 700 apartamentos destinados a trabajadores públicos en la capital. Con un presupuesto de casi 190 millones de euros y criterios de eficiencia energética, se busca garantizar vivienda asequible a maestros, enfermeras, policías o funcionarios que no pueden asumir los precios de mercado en una ciudad saturada. 

El proyecto, inspirado en iniciativas previas de Austria, es el primero de este tipo en el país y pretende servir de prototipo para toda Europa central, donde la falta de vivienda amenaza la provisión de servicios básicos. A la vez, refuerza la idea de que el problema ha trascendido a lo social y ya impacta en el propio funcionamiento del Estado.

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Un síntoma compartido: vivir condiciona el trabajo. Más allá de casos puntuales, el fenómeno es ya estructural. En Londres, los alquileres medios superan las 2.100 libras y han hecho casi imposible que maestros, policías y personal sanitario puedan vivir en la capital, lo que genera crisis de reclutamiento en sectores esenciales. La desaparición de parques residenciales destinados a funcionarios agravó la escasez

En Ámsterdam y Dublín, jóvenes graduados declinan puestos de trabajo al comprobar que sus sueldos no cubren el alquiler. Incluso en ciudades medianas como Rennes o Vigo, el auge del alquiler turístico reduce la oferta para residentes y fuerza a las empresas a improvisar soluciones. La vivienda, tradicionalmente vista como un problema social, se ha convertido en variable central para la competitividad económica.

Tallerriotinto

Taller de la Riotinto Company

Los precedentes del S. XIX. Lo decíamos al inicio, la decisión de que las empresas construyan casas para sus empleados recuerda inevitablemente a las colonias obreras de la revolución industrial. En Cataluña, a orillas del Llobregat y el Ter, florecieron colonias textiles que incluían viviendas, escuelas, capillas y economatos bajo el control del patrón. 

En Huelva, la Río Tinto Company levantó barrios completos para sus mineros, como la colonia Reina Victoria. En Reino Unido surgieron ejemplos como Port Sunlight de Lever Brothers o Bournville de los Cadbury, donde la fábrica organizaba no solo el trabajo, sino la vida social y cultural de las familias. En Francia, la “cité ouvrière” de Mulhouse llegó a acoger miles de trabajadores. Aquellas iniciativas tenían un marcado tinte paternalista: asegurar mano de obra estable en entornos aislados y, a la vez, disciplinar a la clase obrera bajo el paraguas de la empresa.

Proyectos utópicos y ordoliberales. En el tránsito al siglo XX aparecieron proyectos con aspiraciones más ambiciosas, desde las ciudades jardín de Ebenezer Howard en Reino Unido hasta los barrios obreros promovidos por grandes industrias en Alemania, influenciados por el ordoliberalismo. Se buscaba un urbanismo higiénico, con viviendas luminosas, servicios culturales y deportivos, destinado a trabajadores de acerías, plantas químicas o fábricas de automóviles. 

Aunque presentados como modernizadores, mantenían la dependencia estructural: el hogar seguía ligado a la empresa o al Estado. La diferencia con hoy es que las nuevas promociones no pretenden disciplinar a la población, sino responder a una crisis inmobiliaria que amenaza el empleo. Sin embargo, la semejanza es clara: la vivienda vuelve a ser el punto de fricción entre la prosperidad económica y la vida cotidiana de los trabajadores.

Una vuelta al pasado. Si se quiere también, los ejemplos en Bretaña, España, Irlanda o Praga muestran cómo la vivienda se ha convertido en un factor estratégico. Lo que antes fue paternalismo industrial o urbanismo utópico, hoy es pragmatismo empresarial: garantizar techo a los trabajadores simplemente para que el negocio pueda funcionar. 

Ayer se trataba de moldear comunidades estables y disciplinadas, hoy todo parece apuntar a asegurar plantillas frente a un mercado inmobiliario desbordado por todos lados. Con todo, en ambos casos parece latir la misma conclusión: sin vivienda no hay trabajo, y sin trabajo no hay progreso. Así, la historia vuelve a repetirse, pero con guion adaptado a los dilemas del nuevo siglo.

Imagen | Pexels, Wouter Hagens, U.S. Army Corps of Engineers Europe District

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