España le dijo a EEUU que no quería sus F-35. Y ahora le acaba de decir que por aquí no pasa su artillería para Israel

La primera escena contundente tuvo lugar la semana pasada. La decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de enviar el buque de acción marítima Furor P-46 para escoltar a la flotilla internacional Global Sumud suponía un hito en la política exterior española contemporánea. La segunda, que se ha conocido hace unas horas, tiene un alcance más “nuclear”: España está vetando el envío de armas de Estados Unidos a Israel.
Solidaridad y geopolítica. Como decíamos, el envío del Furor P-46 se engloba en la seguridad de la flotilla integrada por medio centenar de embarcaciones civiles con activistas de 45 países, entre ellos figuras como Greta Thunberg o Ada Colau, que busca llevar ayuda a Gaza y romper simbólicamente el bloqueo naval israelí, tras haber sufrido ataques con drones en aguas griegas.
Con más de 65.000 palestinos muertos desde el inicio de la ofensiva israelí en octubre de 2023 y una población sometida a hambre, desplazamientos forzados y ruinas, el gesto español cobra relevancia política y moral. Sánchez defendió en la Asamblea General de la ONU que se respeten el derecho internacional y la seguridad de la navegación en el Mediterráneo, subrayando que España no permanecerá indiferente ante una catástrofe humanitaria de esta magnitud.
El Furor P-46 frente a la italiana. El despliegue español contrasta con la respuesta italiana bajo el mando de Giorgia Meloni, que pese a criticar la misión como “innecesaria y peligrosa”, ha enviado dos fragatas, la Virginio Fasan y la Alpino, ambas con capacidades de combate antisubmarino, misiles de largo alcance y tripulaciones de más de 160 marinos. El Furor P-46, en cambio, es un buque de acción marítima de menor tamaño (2.840 toneladas, 93,9 metros de eslora y 51 tripulantes), armado con un cañón Oto Melara de 76 mm y dos ametralladoras MK-38.
Aunque limitado en potencia militar frente a las fragatas italianas, su despliegue transmite un mensaje diferente: no se trata de disuasión bélica, sino de protección simbólica de civiles y de un compromiso con la legalidad internacional. Si se quiere, incluso el hecho de que las ametralladoras del Furor sean de origen israelí añade una paradoja cargada de significados, situando a España en un terreno donde la diplomacia se mezcla con la presión simbólica y política.

El Furor P-46
Un veto histórico. La otra cara de la estrategia española ha sido el veto al tránsito por las bases de Rota y Morón de aviones y buques estadounidenses cargados de armamento destinado a Israel. Aunque el convenio bilateral de defensa de 1988 otorga a Estados Unidos amplias prerrogativas de uso, Madrid conserva la última palabra y ha aplicado las cláusulas que excluyen “cargas controvertidas”.
Dicho de otra forma, esto ha obligado, por ejemplo, a desviar cazas F-35 israelíes hacia las Azores, y llevó incluso al avión oficial de Netanyahu a evitar el espacio aéreo español para acudir a la ONU. La medida refleja una voluntad de ejercer soberanía plena en infraestructuras estratégicas, desmarcándose de la lógica estadounidense sin romper la alianza. Si en 2002 el Gobierno de José María Aznar permitió, mediante una orden secreta, que aviones con prisioneros para Guantánamo hicieran escala en España, el Ejecutivo de Sánchez opta hoy por marcar distancia con Washington, consciente de que la sensibilidad política sobre Gaza no admite ambigüedades.
Comparativa histórica: de Irak y Libia a Gaza. La postura actual recuerda inevitablemente la gestión española en conflictos anteriores. En 2003, Aznar se alineó con George W. Bush y Tony Blair en la invasión de Irak, en una decisión que generó rechazo masivo en la sociedad española y acabó erosionando su capital político. Una década después, en 2011, bajo el Gobierno de Zapatero, España participó en la intervención de la OTAN en Libia, enviando cazas y fragatas en operaciones de combate contra Gadafi, aunque presentándolo como parte de una misión de protección civil.
En ambos casos, España actuó como aliado obediente dentro del marco atlántico, priorizando la cohesión con Washington y Bruselas sobre la afirmación de una política propia. Gaza representa el reverso: ahora la nación se coloca como voz crítica en la UE, enviando un buque no para combatir, sino para proteger una flotilla civil, y prohibiendo el tránsito de armas hacia un aliado tradicional de Estados Unidos como Israel.
El Mediterráneo como tablero. El escenario no es casual. El Mediterráneo oriental se ha convertido en un espacio de fricciones geopolíticas donde confluyen los intereses de Israel, Turquía, Egipto, Grecia y ahora de las potencias europeas. Con su implicación, España busca reforzar su perfil como potencia mediterránea con agenda propia.
El envío del Furor P-46 y el veto a Rota y Morón sitúan a Madrid en la delgada línea entre la solidaridad humanitaria y la presión diplomática, entre el gesto simbólico y el cálculo estratégico. El mensaje, a priori, es claro: España no pretende ser un mero espectador ni un simple apéndice de la política estadounidense, sino un actor que pretende recuperar espacio en un tablero donde la UE busca aún una voz común.
Giro y proyección. La combinación de medidas configura un cambio de fondo en la política exterior española. De socio secundario en Irak y Libia, España apunta a ser actor con nombre propio en Gaza, articulando una estrategia que conjuga tres ejes: solidaridad humanitaria, defensa del derecho internacional y afirmación de soberanía en sus bases estratégicas.
Si se quiere también, al apostar por una línea distinta a la de Washington (ya lo había hecho con el “rearme”) y alinearse con un discurso más cercano a la opinión pública europea, el Gobierno de Sánchez busca reposicionar a la nación como potencia moral en el Mediterráneo y como referencia en la defensa de causas humanitarias. Por supuesto, queda por ver si esta estrategia será sostenible ante la presión diplomática y las tensiones con socios aliados, pero lo que ahora mismo parece indiscutible es que marca un giro histórico respecto al papel que España había desempeñado en conflictos internacionales durante las últimas décadas.
Imagen | Pikiwikisrael, CarlosVdeHabsburgo