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Los boomers confían en pastillas y suplemento, la generación Z en "snacks funcionales": dos formas de buscar lo mismo

En cualquier farmacia, supermercado o reel de Instagram, los suplementos se han vuelto imposibles de ignorar. Están en cápsulas y polvos con sabor a frutas, pero también en cafés, snacks y batidos. Prometen de todo: más energía, mejor sueño, menos estrés, músculos más definidos o incluso una piel más luminosa

Pero no todo el mundo se cuida igual. Mientras algunos consumidores de más de 50 años confían en pastillas y protocolos antienvejecimiento, los más jóvenes buscan el mismo efecto en un café o un snack. La brecha no está en si toman o no suplementos, sino en cómo se los toman.

Dos formatos, dos generaciones. Por un lado, un público más adulto confía en que el bienestar se ha convertido en un plan médico-estético. En un reportaje para Wall Street Journal, muchos pacientes llegan a consulta por caída de cabello o arrugas, y además de cirugías plásticas o «cirugías líquidas», se apoyan en cápsulas de multivitamínicos, omega-3, colágeno, probióticos o el cada vez más popular NAD+. Concretamente, en España, el 75 % de la población ha tomado algún suplemento, por lo que el fenómeno está en pleno auge. 

Por otro lado, como ha detallado The Food Institute, los millennials y la Generación Z rechazan el ritual del frasco de pastillas. Están mirando más hacia una práctica que consideran más «natural», es decir, a través de la alimentación: cafés enriquecidos, tortitas con proteína, refrescos con fibra o electrolitos. Su motivación no es tanto frenar el envejecimiento como optimizar la energía diaria, manejar el estrés y encajar la nutrición extra en su estilo de vida. 

¿Mejorar la salud o miedo a envejecer? Se está observando con los cambios estéticos, pero los suplementos son un reflejo de una obsesión cultural. El NAD+ se vende como el suplemento “antiaging” por excelencia: al restaurar niveles celulares, promete energía y juventud. La dermatóloga Saranya Wyles ha señalado que sus precursores orales incluso podrían proteger a pacientes de alto riesgo frente al cáncer de piel, aunque advierte que los cambios visibles no siempre son dramáticos. En paralelo, la Gen Z no habla de arrugas sino de rendimiento diario: sentirse con energía en la universidad, manejar el estrés o regular el ciclo menstrual.

En medio, voces críticas. Rocío Périz, experta en salud hormonal, alerta: “El peligro de la nutricosmética no está en su existencia, sino en el uso que hacemos de ella. La gente toma suplementos sin conciencia”. Cree que la clave está en educación y personalización: no todos los suplementos valen para todos, y más dosis no significa más efecto. En definitiva, unos temen envejecer, otros buscan vivir mejor el presente, pero ambos grupos persiguen lo mismo: controlar su cuerpo desde dentro.

¿Están en lo correcto la Gen Z? La respuesta corta: depende. Siempre que se pueda, los nutrientes deberían llegar a través de la comida. Los alimentos integrales no son solo un “portador”, por ejemplo un filete de salmón aporta omega-3, pero también proteína, vitamina D, selenio y otros compuestos que actúan de manera conjunta y que es imposible reproducir en una pastilla.

Ahora bien, según el portal médico WebMD, hay circunstancias en las que la dieta no basta y la suplementación sí tiene sentido. Los motivos son variados: ácido fólico en las embarazadas, la vitamina D en invierno, la vitamina B12 para veganos o personas mayores e, incluso, probióticos. En esos casos, suplementar no es un lujo sino una herramienta médica. La diferencia clave es el motivo: en una persona sana con dieta variada, los multivitamínicos apenas tienen efecto probado. De hecho, la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición explica: “Mucha demanda, poca eficacia”. En cambio, en alguien con un déficit documentado, un suplemento puede ser decisivo.

Algo que nadie te cuenta. El entusiasmo por los suplementos suele dejar en segundo plano un aspecto clave: la seguridad. Aquí la dosis lo es todo y no sobrepasar lo indicado en la etiqueta o lo que aconseje un profesional. El problema es que muchas veces la línea entre lo útil y lo dañino es más delgada de lo que pensamos.

Los ejemplos abundan. El propio NAD+ ha generado reportes de palpitaciones cuando se administra por vía intravenosa, otro ingrediente es el glutatión que en exceso puede dañar el hígado y riñones. Incluso la astaxantina, vendida como antioxidante natural, puede provocar piel anaranjada, molestias digestivas o presión arterial baja si se abusa. En el caso de las vitaminas liposolubles (A, D, E y K) tampoco están exentas de riesgo: al acumularse en los tejidos pueden causar desde mareos hasta calcificación de órganos. 

El último riesgo es menos visible pero igual de real: el marketing sin filtro. En redes sociales proliferan los reclamos de suplementos “detox”, “naturales” o “fortalecedores del sistema inmune”, términos que no tienen definición científica clara y que, como advierte BBC, suelen escapar a la regulación. Y la frontera se difumina: esas mismas etiquetas aparecen ahora en cafés funcionales, gominolas “glow” o batidos con claims imposibles.

Lo que cuenta. Al final, sea en un frasco o en un café con proteína, lo que buscamos es lo mismo: sentirnos mejor, vernos más jóvenes o tener más energía. La diferencia está en cómo lo integramos y en qué expectativas ponemos. La ciencia insiste en un orden: comer bien, moverse, dormir, manejar el estrés. Solo después, y con criterio, considerar un suplemento.

El futuro no parece ser una píldora milagrosa, sino fórmulas específicas, personalizadas y, sobre todo, bien justificadas. Hasta entonces, la decisión de abrir un bote debería pasar menos por la moda y más por la evidencia.

Imagen | Pexels

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