Opinión

POR: EL HUSMEADOR

¡TRUMP SACUDE LA ONU! El Rey del Caos Regresa a la Asamblea con un Discurso que Deja a Líderes con Cara de Funeral y al Mundo con Más Preguntas que Respuestas

Nueva York, 23 de septiembre de 2025 – Imagínense la escena: el magnate convertido en presidente, Donald J. Trump, pisa el suelo sagrado de las Naciones Unidas por primera vez en su segundo mandato, y lo primero que pasa es una escalera eléctrica descompuesta que se detiene en seco con él y Melania a bordo. ¿Sabotaje? ¿Maldición de los burócratas globalistas? Trump, fiel a su estilo, lo convierte en anécdota dorada: «Estas son las dos cosas que me da la ONU: una escalera mala y un mal teleprompter», bromea minutos después, ante un auditorio de líderes mundiales que parecen haber mordido un limón agrio. Y así, con un discurso de 56 minutos que duró casi una hora, Trump no solo se ríe de los tropiezos técnicos, sino que pateó el avispero de la diplomacia internacional, cuestionando la existencia misma de la ONU en su 80 aniversario. ¿El resultado? Aplausos tibios, caras de piedra y un eco que resuena: ¿está salvando al mundo o solo avivando el fuego? En un salón repleto de banderas y egos inflados –donde el tema oficial era «Mejor juntos: 80 años y más por la paz, el desarrollo y los derechos humanos»–, Trump llegó como un elefante en cristalería. Arrancó fuerte, jactándose de haber terminado «siete guerras interminables» en solo siete meses de su regreso a la Casa Blanca, sin una pizca de ayuda de la ONU. «¿Cuál es el propósito de las Naciones Unidas?», lanzó al aire, retórico y demoledor, acusando al organismo de limitarse a «escribir cartas fuertemente worded* y nunca seguirlas». (* cartas redactadas con un lenguaje firme, contundente o crítico, generalmente usadas en diplomacia para expresar desaprobación o exigir acción, pero que a menudo carecen de consecuencias reales. Trump usó el término de forma irónica para criticar la ineficacia de la ONU, sugiriendo que solo emite quejas escritas sin impacto tangible.)

No es para menos: la ONU, con su Consejo de Seguridad paralizado por vetos rusos en Ucrania y estadounidenses en Gaza, parece más un club de debate que un árbitro global. Trump, que en los 2000 ofreció renovar el edificio por 500 millones de dólares (oferta rechazada, por supuesto), remató: «Es una pena que yo tuviera que hacer estas cosas en lugar de la ONU». Ouch. Los delegados, desde Macron hasta Ramaphosa, se removieron en sus asientos, mientras el magnate pintaba a la organización como un lastre inútil, exacerbando problemas en vez de resolverlos. Pero el plato fuerte fue el sermón trumpiano sobre soberanía y fronteras, un hit parade de sus obsesiones que dejó a Europa temblando. «Sus países se están yendo al infierno», espetó a los aliados europeos, culpando a la «invasión de ilegales como nunca se ha visto» por el colapso cultural y económico del Viejo Continente. Mencionó Londres y su «terrible alcalde» (un guiño a Sadiq Khan), advirtiendo de un futuro con «Sharia law» si no cierran las puertas. Y no paró ahí: arremetió contra la ONU por financiar –con 372 millones de dólares en 2024– lo que llamó un «asalto a las fronteras occidentales», proporcionando comida, refugio y tarjetas de débito a migrantes rumbo a EE.UU. «Millones y millones» entraron bajo Biden, dijo, pero ahora «está totalmente parado». Invocó a Nayib Bukele de El Salvador como héroe por meter a deportados en «prisiones terroristas», y urgió a todos: «Cada nación soberana debe controlar sus fronteras, o serán abrumadas por gente que nunca han visto, con costumbres diferentes». En X, el discurso explotó: muchos usuarios lo resumieron como «defensa total de la soberanía», mientras otros ironizaban sobre los «rostros agrios» en la sala. ¿Diplomacia o reality show? Trump lo hace ver cómo lo mismo. No conforme con el show migratorio, Trump desmontó el altar del cambio climático como un «estafa verde» y un «engaño global». «Si no se alejan de la scam de la energía verde, su país fallará», tronó, tildando de «estúpidos» a los profetas del apocalipsis como Greta Thunberg –cuya intervención de 2019 en la ONU contrastaba como día y noche con este sermón pro-fósil. Elogió a Europa por seguir comprando petróleo ruso (irónicamente, mientras los critica por no cortar), y ofreció armas estadounidenses para que los aliados armen a Ucrania, pero sin compromisos nuevos de Washington. Sobre el conflicto: «Le deseo lo mejor a ambos países», dijo tras reunirse con Zelensky, sugiriendo que Kiev podría recuperar todo su territorio si la OTAN derriba aviones rusos en su espacio aéreo. En Gaza, rechazó el reconocimiento de Palestina por Francia y otros, defendiendo a Israel contra acusaciones de genocidio como «mentiras basadas en propaganda de Hamás». Y China, claro, salió escaldada: «Produce más CO2 que todas las naciones desarrolladas juntas». Ursula von der Leyen, jefa de la Comisión Europea, hasta le dio la razón en lo del petróleo ruso, pero el tono general fue de lección magistral: «América pertenece al pueblo americano, y ánimo a todos a defender a sus ciudadanos». Al final, Trump suavizó con un cierre poético –»Lo que hace al mundo hermoso es que cada país es único»–, pero el daño estaba hecho. Salió entre aplausos educados, no efusivos, y el mundo digiere un mensaje que huele a «America First» puro, con toques de aislacionismo y populismo. En las calles de Nueva York, protestas por Gaza y Ucrania recordaban que la ONU no es solo un foro para discursos; es un espejo de divisiones reales. Macron, detenido por el convoy de Trump, bromeó sobre sus «aspiraciones al Nobel» si termina la guerra en Ucrania. ¿Lo hará? ¿O este regreso a la ONU es solo el prólogo de más caos controlado por el hombre que convierte crisis en oportunidades de tweet? Una cosa es segura: Trump no vino a ser parte del club; vino a recordarles que el rey ha vuelto, y con él, el circo global. El mundo escucha, pero ¿obedecerá? Mañana, las reuniones bilaterales dirán más que mil cartas «fuertemente worded».

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