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Hay una loca, loca fiebre por el uranio en medio mundo: el único problema es que no hay centrales nucleares donde meterlo

El uranio, durante años relegado a un rincón del mercado de materias primas, vive un renacimiento. Sus precios se han disparado y los inversores lo persiguen con entusiasmo, convencidos de que la energía nuclear será clave en un mundo electrificado. Como apuntaba Jennifer Hughes en el Financial Times: “Los inversores en uranio y los científicos deberían tener mucho en común: ambos buscan grandes beneficios a partir de un pequeño punto de partida”.

Sin embargo, esta euforia financiera choca con una realidad incómoda: las centrales nucleares no se construyen al ritmo necesario y los cuellos de botella son enormes.

Un mercado pequeño y desbordado. El precio spot ronda hoy los 76 dólares por libra, después de haber superado los 100 dólares a principios del 2024. Buena parte de esta subida se explica por un mercado reducido: la mayoría del uranio se comercializa bajo contratos a largo plazo y el espacio del mercado inmediato es muy estrecho. Al mismo tiempo, los gobiernos acumulan reservas estratégicas. En el podcast Stock Movers de Bloomberg detallaron que el secretario de Energía de EEUU, Chris Wright, quiere reforzar los inventarios nacionales para reducir la dependencia de Rusia, que provee un cuarto del uranio enriquecido que alimenta a los 94 reactores estadounidenses. 

El resultado es claro: se compra más uranio del que hoy pueden consumir las centrales, una señal de que el apetito geopolítico y financiero va por delante de la capacidad real.

Una chispa que enciende la fiebre nuclear. ¿Por qué este auge? La explicación está en la electrificación global. Según analistas de Bank of America, para finales de esta década el consumo mundial de electricidad aumentará hasta un 30%, impulsado por la electrificación del transporte y el auge de los centros de datos de IA. 

Según la Agencia Internacional de la Energía, los centros de datos ya consumen unos 415 TWh al año —el 1,5% de la electricidad global— y su peso seguirá creciendo con la expansión de la IA. De hecho, Nvidia, Microsoft, Google, entre otras necesitan energía abundante, fiable y libre de carbono para sostener sus operaciones. De ahí que compañías tecnológicas hayan dado un paso insólito: apostar por la nuclear.

El giro de muchos países. La energía nuclear ha vuelto con fuerza, incluso en países que tenían una firme predisposición a la clausura. Alemania frenó su plan de apagón nuclear y Bélgica tomó la misma decisión. Indonesia, pese a su riqueza en carbón, incluyó la nuclear en un plan de inversión energética de 235.000 millones de dólares. Y Estados Unidos ha decidido cuadruplicar la capacidad nuclear reciclando el uranio.

Hoy existen unos 440 reactores en funcionamiento en el mundo, que aportan alrededor del 10% de la electricidad global y son la segunda fuente de energía baja en carbono después de la hidroeléctrica. 

El muro de la realidad: los plazos. Las promesas políticas chocan con las limitaciones industriales. Los proyectos suelen ser caros y lentos, con plazos que no encajan con la urgencia climática. A ello se suman las preocupaciones por los residuos radiactivos y el miedo a accidentes como Fukushima, aunque hasta Japón estña dispuesto a volver. De hecho, en EEUU se han construido solo tres reactores en el último cuarto de siglo, dos de ellos con sobrecostes desorbitados y retrasos significativos. Hoy no hay ninguna planta en construcción y para cumplir con los objetivos de Washington sería necesario iniciar las obras de 20 reactores de tamaño medio cada año, según cálculos de Morgan Stanley. Incluso China, famosa por su rapidez cuando decide invertir, tarda entre cinco y diez años en diseñar, aprobar y completar una nueva planta.

Rusia, el cuello de botella del ciclo nuclear. El gran problema está en la fase del ciclo nuclear que convierte el mineral en combustible útil. Ahí, Rusia es el actor dominante. Aunque países como Australia (28% de las reservas mundiales), Kazajistán (13%) y Canadá (10%) concentran grandes yacimientos de uranio, solo Rusia domina el enriquecimiento a escala global.

Canadá emerge como alternativa. Con minas en la cuenca de Athabasca, el país no solo extrae sino que también puede enriquecer uranio, lo que lo convierte en un proveedor “seguro y fiable”. Su nueva mina, operada por NexGen, podría desplazar a Kazajistán como líder mundial de producción en la próxima década. Por su parte, este último país acelera sus propios planes nucleares. Kazajistán tiene entre sus planes construir su primera central en Ülken, con apoyo financiero de Rusia pero alianzas tecnológicas con Francia y Corea del Sur, en un intento por reducir la dependencia del Kremlin.

Expectativas por delante de la realidad. El uranio ha pasado de ser un recurso olvidado a convertirse en una ficha central del tablero energético y geopolítico. Los precios lo reflejan y los inversores apuestan fuerte. Pero las infraestructuras nucleares avanzan con lentitud, la dependencia de Rusia en el ciclo del combustible sigue pesando y las resistencias sociales permanecen vivas.

Como advierte la experta en energía en su columna, quienes invierten en uranio esperan “demasiado, demasiado pronto”. El verdadero boom de la energía nuclear, si llega, tardará mucho más que un repunte en las cotizaciones.

Imagen | FreePik

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