Uno de los mayores problemas de la Educación en España es también el más ignorado: los profesores trabajan demasiado

Ayer, el Gobierno anunció que iba a blindar por ley la reducción del horario lectivo en el aula del profesorado de Infantil, Primaria, ESO y Bachillerato. La idea es que las recomendaciones de la ley educativa actual (la Lomloe, apbada en 2020) pasen a ser normas de obligado cumplimiento por las autonomías. Así, los maestros tendrían un máximo de 23 horas semanales y los profesores de instituto uno de 18.
En este contexto, «blindar por lay» significa recabar apoyos en un Congreso enormemente polarizado y, claro, eso ha creado un enorme debate público. No sólo sobre la capacidad del Gobierno para hacer realidad la medida, sino también sobre la medida en sí.
Y el escepticismo es comprensible. Durante años, muchas de las mejoras laborales para los profesores no han estado exactamente alineadas con el bienestar de los alumnos. El mejor ejemplo es jornada continua en los colegios: aunque la evidencia disponible dice que es mejor el horario partido, cada vez más colegios españoles la implementan. Y la presión de los sindicatos en este sentido ha sido clave.
Sin embargo, a poco que nos ponemos a mirar los datos, todo parece indicar que la reducción de horas lectivas sí es una buena medida para los alumnos.
La situación en España no es buena. Sobre todo en Primaria, los docentes dedican a la enseñanza directa un 20% más de tiempo que el promedio de la Unión Europea: 854 horas a lo largo del curso frente a 703.
Esto, en parte, es una herencia de la crisis. En aquel momento, el Gobierno de Rajoy amplió las horas de docencia directa a 25 en primaria y a 20 en los institutos. Con el tiempo, algunas comunidades han reducido esos límites (en Galicia los maestros imparte 23 horas y en Castilla La Mancha los profesores, 19), pero la realidad es que generalmente las recomendaciones de la LOMLE han sido ignoradas.
Y la evidencia señala que descargar a los profesores es buena idea. Para empezar porque no tiene efectos negativos en los estudiantes. Casi todas las iniciativas de reducción de carga de trabajo reportan los mismos resultados: una mejora del bienestar de los trabajadores y ninguna consecuencia negativa significativa.
Para continuar, porque es una medida mucho más costo-efectiva que reducir el ratio de las clases. En el fondo, aunque reducir el número de alumnos por clase es una medida buena, llega un punto en que el costo de seguir bajándolo (la instalaciones que se necesitan crear para ello) no compensan. Reducir la carga lectiva para los docentes tiene un efecto parecido.
Y, para acabar, porque este tipo de medidas ayudan a redimensionar el trabajo no lectivo que realizan los profesores. La burocracia escolar es cada vez más grande y eso erosiona la calidad de la enseñanza. Dar clase es la tarea más ‘intrínsecamente atractiva’ para los profesores, pero también es la que más desgasta. Ser capaces de equilibrar el impacto de cada tarea en la carga de trabajo final es clave en los mejores programas de innovación de la enseñanza.
¿Es suficiente? Más allá de viabilidad real de la propuesta, es inevitable preguntarse si es suficiente. La educación es «una herramienta poderosísima para intervenir en los problemas de segregación, oportunidades, rendimiento y conflicto». Pero seguimos dando bandazos sin tener ningún plan encima de la mesa.
Imagen | Taylor Flowe
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