En 1939 Londres temía una guerra inminente, así que miles de personas tomaron una decisión radical: una masacre de mascotas

«No es muy conocida porque no es una historia bonita. No encaja con la idea que tenemos de ser una nación amante de los animales». Quien habla es Hilda Kean, una historiadora británica que hace unos años dedicó un libro a lo que, como ella mismo reconoce, quizás sea el episodio más truculento, triste, delirante y desde luego traumático que vivió Gran Bretaña en los albores de la Segunda Guerra Mundial, mucho antes del Blitz. ¿Cuál? «La Gran Masacre de Perros y Gatos».
Así, con mayúsculas, como la propia Kean tituló su libro.
¿Qué dice el periódico? Agosto de 1939 no fue un buen mes para leer los periódicos británicos (ni los franceses, polacos, americanos ni en general los de la mayoría de naciones de Occidente). No al menos si lo que buscabas eran noticias serenas y tranquilizadoras. Faltaban solo unos días para el estallido de la Segunda Guerra Mundial y los diarios llegaban cargados de vaticinios funestos.
Lo compraron muy a su pesar los ingleses que se asomaron a los periódicos la última semana de agosto, días antes de que los soldados nazis avanzasen sobre Polonia y que eso precipitase la entrada de Francia y Gran Bretaña en el conflicto, el 3 de septiembre. Allí, en sus páginas, los lectores se encontraron con un folleto que heló la sangre a más de un lector. Por su contenido. Y sus implicaciones.

«Lo más compasivo». El documento era simple. Y sobre todo directo. Se distribuyó el 28 de agosto, con el visto bueno del Ministerio de Seguridad Interior y después de que el National Air Raid Precautions Animals Committee (NARPAC) redactase un aviso con «consejos para los dueños de animales». Su contenido era básicamente el siguiente: «Si es posible, envíen o lleven sus animales domésticos al campo antes de que se produzca una emergencia. Si no pueden dejarlos al cuidado de vecinos, lo más compasivo es sacrificarlos». El mensaje se difundió a través de casi todos los diarios de Gran Bretaña e incluso se radió en la cadena BBC.
No solo eso. El folleto incluía el anuncio de un instrumento para la «destrucción humanitaria» de animales de compañía, una pistola de perno cautivo similar a las que se emplean para sacrificar ganado en las granjas. Como señala Clare Campbell, autora de ‘Animals Under Fire 1939-1945’, otro libro dedicado a aquel episodio de la Segunda Guerra Mundial, el anuncio cayó como un jarro de agua fría en una sociedad en la que se escuchaban con fuerza los tambores de guerra.
Fue, en sus propias palabras, «una tragedia nacional en ciertes».
Una cifra: 400.000. El anuncio surtió efecto. Sobre todo si se tiene en cuenta que esa misma semana, el 3 de septiembre, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania. Al día siguiente del anuncio ya se pudo ver a gente de Londres llevando a sacrificar a sus mascotas y Kean estima que tras el inicio del conflicto, solo durante la primera semana, se acabó con la vida de 400.000 animales. Y, eso recalca, «solo en Londres». Los cálculos sobre el número de perros, gatos y demás animales ejecutados varían, pero algo tienen en común: son escalofriantes.
«Básicamente se dijo a las personas que mataran a sus mascotas y lo hicieron. Mataron a 750.000 en una semana. Fue una verdadera tragedia, un completo desastre», se lamenta Campbell en la BBC. Otras fuentes apuntan a que ese dato (algo más de 750.000 animales) fue el total de animales de compañía ejecutados.
Según los cálculos de NARPAC, en toda Inglaterra había entre seis y siete millones de perros y gatos, 56 millones de aves de corral y más de 37 millones de animales de granja, lo que suscitaba una pregunta: en caso de guerra en suelo británico, de bombardeos y racionamiento, ¿cómo diablos alimentar a todos los animales?

Colas de varias horas. Las cifras son pasmosas. Los testimonios, también. Aunque Alemania no bombardeó Londres hasta un año después, a comienzos de septiembre de 1940, en muchos hogares británicos se desató una psicosis que les llevó a amontonarse frente a las clínicas y organismos que se dedicaban a sacrificar animales. Se habla de colas de varias horas y dueños de perros, gatos y pájaros que esperaban pacientemente en filas que daban la vuelta a la manzana y se extendían a lo largo de cientos de metros. Todo para despedirse de ‘Toby’ o ‘Félix’.
«Nuestros técnicos, llamados a desempeñar esa lamentable tarea, jamás olvidarán la tragedia de aquellos días», reconocía a la cadena BBC Maria Dickin, fundadora del Dispensario Popular para Animales Enfermos, o PDSA por sus siglas en inglés.
Como los crematorios no trabajaban por las noches (para no dar pistas a los bombarderos alemanes en caso de que la Luftwaffe se decidiese a lanzarse sobre el cielo de Londres) el trabajo se les fue amontonando. Hay quien sostiene que la Liga Nacional de Defensa Canina agotó todas sus reservas de cloroformo y que se optó por sepultar a animales en los terrenos que el PDSA tenía en Ilford, donde está el popular cementerio de mascotas fundado en Londres en la década de los 20.
¿Por qué lo hicieron? La gran pregunta. Las autoridades británicas no ordenaron expresamente el sacrificio de mascotas y Kean incluso desliza que NARPAC dio instrucciones para ganado, sin entrar en detalles sobre cómo actuar con los animales domésticos. Incluso, recuerda Atlas Obscura, con el paso de las semanas (demasiado tarde) acabó lanzándose un aviso para aclarar que quienes se quedasen en sus hogares «no debían sacrificar a sus animales». Entonces… ¿Por qué tanta gente hizo cola para que acabasen con la vida de sus perros y gatos?
La respuesta más probable es: miedo. Las guerras no solo acarrean el riesgo de ataques aéreos, sino también estrecheces, penurias y sobre todo racionamiento de alimentos. Y eso es algo que la población que acababa de afrontar la Gran Guerra tenía muy presente. Campbell recuerda aún cómo uno de sus familiares que vivió los albores la segunda conflagración tomó una decisión radical en 1939.
«Poco después de la invasión de Polonia se anunció por radio que podría haber escasez de alimentos. Mi tío anunció que Paddy, la mascota de la familia, tendría que ser sacrificada al día siguiente», rememora la historiadora británica.
Mascotas y guerra, ¿un lujo? Entre quienes sacrificaron a sus compañeros peludos había gente que no soportaba la idea de que pasasen hambre o soportasen los bombardeos alemanes. Había quien temía el racionamiento de comida, quien tuvo que dejar su hogar para enrolarse en el ejército o sencillamente quien creía que la guerra y el cuidado de una mascota resultaban realidades incompatibles.
«La gente estaba preocupada por la amenaza de los bombardeos y la escasez de alimentos y consideraban inapropiado tener el ‘lujo’ de una mascota en tiempos de guerra», recuerda Pip Dodd, del Museo Nacional del Ejército, en la BCC.
En un artículo sobre el desastre de 1939 publicado en Naukas, Juan Pascual apunta que cuando la guerra se recrudeció y empezó el Blitz se vetó el paso de animales a los refugios antiaéreos y los dueños de mascotas lo tuvieron también (más) complicado para encontrarles comida. A todo eso se suma que la concepción y visión que hoy tenemos de ellas no es exactamente la misma que hace 90 años.
¿Estaban todos de acuerdo? No. Organizaciones de defensa de los animales, como el PDSA o RSPCA, además de los veterinarios, «se oponían a la matanza de mascotas», recuerda Kean. Además de los sacrificios masivos les preocupaba que la gente abandonase a sus animales en la calle, a su suerte. Otras voces abogaron por medidas menos drásticas o no recurrir al sacrificio hasta que fuera «absolutamente necesario». Una de las voces más enérgicas fue la de la duquesa de Hamilton, quien intentó crear una red de hogares en el campo dispuestos a acoger a perros y gatos.
La aristócrata llegó a emitir un mensaje por la BBC para pedir voluntarios e incluso, recuerda la cadena, envió a sus empleados a rescatar mascotas del East End de Londres. Con el tiempo fundó un santuario en un aeródromo.
Los animales a su cuidado no fueron los únicos que encontraron una segunda oportunidad durante la guerra, sobre todo a partir de septiembre de 1940, tras el inicio de los bombardeos. El Hogar para Perros y Gatos de Battersea alimentó a 145.000 perros durante la guerra y hubo quien se las apañó también para, pese a todas las complicaciones, la escasez y las normas que complicaban el acceso de animales a los refugios o el racionamiento, mantener con vida a sus animales.
Imágenes | PhotosNormandie (Flickr), __ drz __ (Unsplash), Wikipedia, National Archives (vía Pingnews en Flickr)