Las propinas son tan sagradas como las hamburguesas en EEUU. Hasta que ha aparecido McDonald’s para abrir la caja de los truenos

En España hay un debate encima de la mesa. En el país siempre se había mirado a la “propina opcional” del 10% como una exótica costumbre de Estados Unidos, pero últimamente algo parece estar cambiando en la hostelería. Por el contrario, en Estados Unidos alguien ha abierto el melón de una de las grandes tradiciones del sector. Y no lo ha dicho cualquiera. McDonald’s ha puesto en tela de juicio las propinas y el sistema estadounidense.
Contexto. Lo contamos hace unas semanas. En Estados Unidos las propinas no son obligatorias por ley, pero es costumbre, casi diríamos que “obligación”, dejar una propina de entre el 15 y el 20%. La lógica detrás del comportamiento tiene que ver con que el salario mínimo federal estadounidense para trabajadores con propinas es de 2,13 dólares a la hora, una cantidad que no ha cambiado desde 1991.
De alguna manera, esa ínfima cantidad que recibe el camarero de turno ha convertido a la propina “americana” en una suerte de ayuda al trabajador que no tiene otra forma de aumentar sus ingresos. En la práctica, más forzada que la teoría, al comer en Estados Unidos en grupos de entre un mínimo de cuatro y seis personas, la mayoría de los establecimientos imponen una propina (gratuity) del 18% sin dar opción a no pagarlo. Por cierto, aunque la práctica esté tan asentada allí, tiene origen europeo. Se calcula que en Inglaterra en el siglo XVI.
McDonald’s abre el melón. Y aquí es donde aparece la todopoderosa compañía. El consejero delegado de McDonald’s, Chris Kempczinski, ha criticado en una entrevista televisiva el modelo de restaurantes que se apoyan en las propinas para cubrir el salario de sus trabajadores, calificándolo como un sistema que “traslada la responsabilidad del pago de la mano de obra al cliente”.
Según explicó, mientras McDonald’s no permite propinas y paga directamente los sueldos de sus empleados, otros locales pueden pagar tan solo 2,13 dólares la hora bajo la ley federal siempre que el ingreso final, sumando propinas, alcance el salario mínimo federal de 7,25 dólares. Con la reciente aprobación del “Big Beautiful Bill” impulsado por Trump, que exime de impuestos las propinas, ese esquema se refuerza y genera (a juicio de Kempczinski) una “desigualdad de condiciones” frente a cadenas de comida rápida que no se benefician de tales prácticas.
El trasfondo del fenómeno. El sistema de “tipped wages” ha ido extendiéndose más allá de la restauración tradicional hacia múltiples sectores del trabajo precario y la economía de plataformas. Recordaban en Insider que repartidores de apps como Uber Eats o DoorDash dependen de las propinas para complementar ingresos, y la presión sobre los clientes se ha intensificado con notificaciones que sugieren que la rapidez del servicio puede depender de la generosidad inicial del pedido.
Prácticas como el “tip baiting”, en el que un consumidor promete una propina alta para incentivar la entrega rápida y luego la retira, han generado conflictos y desconfianza. Al mismo tiempo, encuestas recientes revelan un creciente cansancio social hacia la proliferación de solicitudes de propina en todo tipo de establecimientos, lo que reabre el debate sobre si esta forma de compensación sigue siendo sostenible y justa.

La propuesta del gigante. Kempczinski, en nombre de la multinacional, sugirió que la solución pasa por obligar a todos los restaurantes a pagar el mismo salario mínimo base, sin importar las propinas recibidas. Estados como California, Alaska o Minnesota ya lo exigen, eliminando la figura del “submínimo por propinas” y garantizando sueldos directos más estables.
Según el directivo, extender este modelo a nivel federal reduciría la pobreza y la rotación laboral sin implicar pérdida de empleos, al tiempo que nivelaría la competencia entre cadenas de comida rápida y restaurantes tradicionales. En su visión, la actual disparidad favorece a quienes se apoyan en un sistema de compensación externalizado en los clientes, mientras empresas como McDonald’s asumen directamente los costes de personal.
La visión de un “doble carrill”. Hay mucho más, ya que Kempczinski describió la actual coyuntura estadounidense como una “economía de dos niveles”, marcada por la brecha entre consumidores de ingresos altos, que continúan gastando en productos premium y entregas a domicilio, y los de ingresos medios y bajos, que reducen sus visitas a los restaurantes, saltan comidas y optan por cocinar en casa.
Desde la oleada inflacionaria de 2022, la cadena ha enfrentado un malestar creciente por el encarecimiento de sus menús, lo que llevó a que los combos superaran los diez dólares y a que franjas enteras de clientes vieran la comida rápida como un lujo ocasional más que como una opción cotidiana.
Reajuste de precios como estrategia. Para frenar la caída de tráfico entre estos segmentos, McDonald’s relanzó un paquete de comidas a cinco dólares y reforzó las promociones en sus mercados principales, apoyándose en campañas publicitarias centradas en el valor. La estrategia apunta a mantener la marca como referente de accesibilidad en un entorno en que la competencia más pequeña carece de la escala para absorber los costes de la rebaja.
No obstante, los franquiciados (responsables de la mayoría de los locales en Estados Unidos) muestran preocupación por el impacto en márgenes en un contexto de salarios, alquileres e insumos en alza, aunque Kempczinski aseguró que el consenso a favor de estas medidas fue “casi unánime”.
Un conflicto entre modelos. Si se quiere también, el debate encierra además un choque cultural profundo: en Estados Unidos, las propinas han funcionado históricamente como complemento salarial, pero el auge de plataformas digitales y la presión inflacionaria han intensificado el desgaste de este modelo.
Mientras la industria de la restauración defiende su flexibilidad y capacidad para atraer clientes con precios aparentes más bajos, los críticos señalan que se trata de una forma de subsidio encubierto en la que los consumidores, y no los empleadores, financian buena parte de los salarios.
La intervención de McDonald’s refleja cómo grandes corporaciones globales ven en este desequilibrio no solo un problema ético y social, sino también una desventaja competitiva, reavivando un debate que toca la esencia de la política laboral estadounidense y su relación con la justicia salarial.
Imagen | Crusier, Tomwsulcer, Ramon FVelasquez
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