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El plan para limpiar el aire capturando CO₂ acaba de recibir un golpe de realidad: la Tierra no tiene tanto espacio como creíamos

Durante años, la captura y almacenamiento de carbono (CAC o CCS por sus siglas en inglés) ha sido una de las grandes promesas tecnológicas en la lucha contra el cambio climático. La idea es simple: si no podemos dejar de emitir CO₂, se puede capturar desde el aire y enterrarlo de manera segura en formaciones geológicas profundas. Pero este ‘plan B’ está comenzando a perder el sentido.

Qué se pensaba. Siempre hemos dado por sentado que el ‘almacén’ que habíamos tenido en mente era prácticamente infinito para almacenar todos lo que quisiéramos. Las estimaciones hablaban de una capacidad de entre 10.000 y 40.000 gigatoneladas de CO₂, que nos permitiría ‘vivir’ tranquilos sin tener que reducir nuestras emisiones de la noche a la mañana.

Cuál es el problema. Un nuevo y demoledor estudio realizado por un equipo internacional de científicos ha venido a darnos un baño de realidad a todos: el almacén es mucho más pequeño y tiene unas condiciones muy estrictas a la hora de usarlo.

La nueva cifra, que los autores han definido como un ‘límite planetario prudente’ es de 1.460 gigatoneladas de CO₂. Esto es casi un orden de magnitud inferior a las estimaciones más optimistas que se tenían encima de la mesa. Es como descubrir que el disco duro que se creía que era de 40 terabytes, en realidad solo tiene 1,5 terabytes de almacenamiento útil.

Cómo lo saben. Para llegar a esta conclusión, los investigadores no se limitaron a calcular el volumen total de las cuencas sedimentarias del planeta. En su lugar, hicieron lo que nadie había hecho a esta escala: aplicar una serie de filtros de riesgo y exclusión basados en la prudencia y la prevención de daños. Crearon el mapa más detallado hasta la fecha de donde no se debería almacenar el CO₂.

Las «peros» que reducen la capacidad. En la investigación, los expertos apuntaron a diferentes razones para poder ir quitando capacidad de almacenamiento a nuestro planeta. Estos se pueden resumir en los siguientes puntos:

  • Riesgo sísmico: se han descartado todas las áreas con actividad sísmica moderada o alta, ya que inyectar aquí CO₂ a alta presión puede reactivar fallas geológicas que provoquen terremotos.
  • Áreas protegidas y polares: atendiendo a los acuerdos internacionales como el de Kunming-Montreal, se excluyen todos los parques naturales, reservas de la biosfera y áreas ambientalmente sensibles.
  • Cercanías a las ciudades: para proteger a la salud humana y evitar la contaminación de acuíferos, se estableció una zona de exclusión de 25 km alrededor de las áreas urbanas, ya que una fuga de CO₂ podría acidificar el agua potable.
  • Profundidad del océano: la tecnología actual de extracción offshore se concentra en aguas relativamente someras. El estudio establece un límite práctico de 300 metros de profundidad marina, ya que ir más allá dispara los costes y los riesgos, como recordó el desastre de la Deepwater Horizon.
  • Fronteras internacionales: almacenar carbono bajo el territorio de otro país es un campo de minas legal y político. El estudio asume que las cuentas transfronterizas serían, en la práctica, muy difíciles de utilizar sin complejos y, a día de hoy, inexistentes acuerdos internacionales.

Un recurso finito y precioso. La principal conclusión a la que llega el estudio es que el almacenamiento geológico no es ilimitado. Es un recurso finito, como el petróleo o el litio, y hay que gestionarlo con una visión intergeneracional. Es, como dicen los autores, una «cuenta de ahorro» que pertenece a esta y a las futuras generaciones.

Ahora mismo se utiliza para poder mitigar las emisiones actuales y seguir pudiendo quemar combustibles fósiles, y además revierte el calentamiento global, ya que al almacenar este gas el objetivo es bajar la temperatura del planeta en general. Pero el conflicto es evidente: cada tonelada que usamos hoy para el primer objetivo es una tonelada menos que las generaciones futuras tendrán para su época.

Hay un límite. Quizás el dato más impactante del estudio es este: si dedicáramos la totalidad de este límite prudente de 1,460 gigatoneladas exclusivamente a eliminar el carbono de la atmósfera, solo podríamos reducir la temperatura global en un máximo de 0,7 ºC.

Esto pone un tope muy real a las populares estrategias ‘overshoot’ que confían en que podremos superar el límite de 1,5 °C y luego ‘enfriar’ el planeta con tecnologías de captura masiva. Este estudio nos dice que nuestra capacidad para dar marcha atrás es, en el mejor de los casos, muy limitada.

La urgencia de reducir emisiones se multiplica. Si no podemos confiar en una limpieza masiva a posteriori, la única vía segura para reducir las emisiones de forma drástica y urgente, tenemos un problema. El estudio demuestra que, al ritmo actual, muchos escenarios climáticos agotarían este presupuesto de almacenamiento antes del año 2200, dejando a las futuras generaciones sin herramientas para gestionar el clima.

Ricos y pobres en almacenamiento. El análisis también revela un nuevo panorama geopolítico con claros ‘ganadores’ y ‘perdedores’ en esta carrera. Los ganadores son países como Rusia, Estados Unidos, China, Brasil y Australia que conservan un gran potencial de alanceamiento incluso después de aplicar todos los filtros de riesgo.

En el otro extremos tenemos a los países ‘pobres en almacenamiento’ como son los pertenecientes a la Unión Europea, India o Noruega, que ven su potencial drásticamente reducido. Esto significa que, para cumplir sus objetivos, podrían tener que depender de otros países para almacenar el CO₂ capturado, creando nuevas dependencias económicas y logísticas.

Un golpe de realidad. Este estudio no significa que la captura de carbono sea inútil. Seguirá siendo una tecnología crucial para descarbonizar industrias como la del cemento o el acero. Lo que significa que no es la panacea que algunos esperaban. No es una excusa para retrasar la acción climática. Es un recordatorio contundente de que no existen soluciones tecnológicas mágicas que nos eximan de la tarea más dura y urgente: dejar de emitir gases de efecto invernadero.

Imágenes | Peter Burdon

En Xataka | He medido durante semanas el CO2 de mi despacho. Y ahora ventilo religiosamente cada hora y media

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