Europa ha prometido gastar 250.000 millones de dólares en energía de EEUU. El problema es que EEUU seguramente no la tenga
En la fachada del campo de golf de Turnberry, entre los greens escoceses y los apretones de mano, Europa y Estados Unidos evitaron una guerra comercial con un acuerdo que ha sido recibido con alivio, pero con considerable escepticismo. Como titular, suena a victoria diplomática, pero la realidad energética esconde una complejidad mucho mayor.
El pacto arancelario. Donald Trump calificó el acuerdo como “el más grande de todos”, al anunciarlo desde su resort escocés. Por su parte, Ursula von der Leyen destacó que habían evitado llegar a unos aranceles del 30 %, los cuales Washington había amenazado con imponer si no se alcanzaba un acuerdo antes del 1 de agosto.
El acuerdo establece un arancel del 15% sobre las exportaciones europeas a Estados Unidos, acompañado de compromisos de inversión e importación que buscan “reequilibrar” una relación comercial históricamente asimétrica. Sin embargo, entre los titulares sobresale una cifra: 250.000 millones de dólares anuales en compras europeas de gas natural licuado (GNL), petróleo, carbón e incluso combustible nuclear estadounidenses. Y ahí comienza el problema.
¿Tiene Estados Unidos la capacidad? La respuesta, como ha analizado el periodista Clyde Russell en Reuters, es un claro “no”. En 2024, el valor total de las exportaciones energéticas de Estados Unidos a la Unión Europea —incluyendo crudo, gas, carbón y productos refinados— fue de aproximadamente 65.000 millones de dólares. Para alcanzar los 250.000 millones prometidos, deberían cuadruplicarse.
Incluso si Europa comprara el 100 % de las exportaciones estadounidenses de crudo, gas y carbón —y ningún otro país recibiera una sola gota de energía estadounidense—, seguiría estando muy por debajo del objetivo. Russell lo ha calificado como “una ilusión”, comparable al fallido acuerdo “fase 1” entre Trump y China en 2019, cuando se prometieron compras energéticas de 200.000 millones que jamás se cumplieron.
Entonces, ¿cuál es la motivación? La explicación se encuentra más en la política que en la logística. La UE ha preferido evitar una escalada que amenazaba con paralizar sus exportaciones industriales, en especial en sectores sensibles como el automovilístico, farmacéutico o semiconductores. Como ha explicado el columnista Pierre Briançon en Reuters, se trata de una “capitulación disfrazada de éxito”. El nuevo arancel del 15 % multiplica por diez el promedio anterior (1,6 %) y no va acompañado de concesiones arancelarias equivalentes por parte de EEUU, más allá de algunos sectores puntuales como la aviación o ciertos químicos.
Mientras tanto, el bloque europeo promete también 600.000 millones de dólares adicionales en inversión directa en Estados Unidos durante el mandato de Trump, incluyendo compras de armamento. Todo ello en un contexto de tensión creciente por la guerra en Ucrania, la dependencia de la OTAN y la presión estadounidense sobre las regulaciones tecnológicas europeas.
De Moscú a Texas. Una de las justificaciones clave presentadas por Von der Leyen es que este viraje energético refuerza la independencia europea respecto a Rusia. Según ha señalado en The Telegraph, importar gas y petróleo de EEUU permitirá al continente “liberarse del chantaje energético ruso”.
Sin embargo, como han señalado varios diplomáticos citados por el Financial Times, esto también significa una dependencia más profunda de un socio comercial imprevisible y volátil. “Trump sabe exactamente dónde está nuestro umbral de dolor”, confesó un embajador al rotativo británico. De hecho, no es la primera vez que Trump amenaza directamente a la UE con aranceles punitivos si no hay concesiones inmediatas.
Además, el medio londinense ha detallado que la UE tenía listo un paquete de represalias por valor de 93.000 millones de euros, pero nunca se activó por falta de consenso interno. Alemania, Irlanda e Italia presionaron para suavizar las medidas y proteger intereses nacionales. La “bazuca comercial” de Bruselas nunca se disparó.
Sobrevuela una palabra: renovables. Este giro energético también pone bajo presión la transición ecológica europea. El pacto no menciona compromisos concretos en renovables, y al contrario, Trump aprovechó la cumbre para cargar contra la energía eólica, calificándola de “la forma de energía más cara” y una “estafa”, según ha recogido The Telegraph.
Esto plantea una contradicción: mientras Bruselas promueve proyectos como Invest AI para crear gigafactorías de chips e impulsar la digitalización verde, se compromete al mismo tiempo a gastar sumas astronómicas en combustibles fósiles. Una disonancia que, como ha recordado el experto Mujtaba Rahman en declaraciones a NYT, “refleja la preocupación europea por otros escenarios geopolíticos más que por la coherencia energética”.
¿Están ganando tiempo? Por preguntarnos, esto es lo primero que se me viene a la mente: parece que Europa ha comprado tiempo. Tiempo para evitar represalias inmediatas, para mantener a Trump moderadamente satisfecho, y para que la próxima administración —sea la misma o no— rediseñe las reglas del juego. Una estrategia que recuerda al “run the clock” con el que China navegó la guerra comercial de 2019.
Mientras tanto, ni los 250.000 millones existen, ni el gas fluye aún, ni los detalles están cerrados. Como ha resumido el periodista Tim Wallace: “Lo que hoy parece una victoria táctica, mañana puede revelar su coste estratégico”.
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