Un hombre metió un AirTag en sus zapatillas y las donó a la Cruz Roja. Y entonces descubrió cosas extrañas
No importa la ciudad. Ni el país. Ni la época del año. En Europa es difícil visitar una localidad mínimamente grande y no encontrarse al menos un puñado de contenedores para la donación de ropa, sobre todo en puntos concurridos, como áreas comerciales, urbanizaciones o los alrededores de iglesias. La idea es ponérselo fácil a la gente que quiere dar una segunda vida solidaria a esos pantalones, esa camisa, ese vestido o esos zapatos que ya no nos sirven, pero… ¿Qué ocurre con todas esas prendas? ¿Dónde terminan?
Hace poco Moe.Haa, un influencer alemán, decidió responder esas preguntas de una forma original: con ayuda de un AirTag, unas zapatillas deportivas viejas y un vuelo internacional que ha acabado generando una polémica considerable.
¿Dónde acaba mi ropa? Esa es la pregunta que hace no mucho se hizo Moe.Haa, un influencer que un buen día decidió acercarse a un contenedor de donaciones de la Cruz Roja de Alemania y arrojar unas zapatillas deportivas. La clave es que el de Moe.Haa no era un calzado cualquiera. Antes el joven había hecho una incisión en la suela de goma para insertar un AirTag y luego cubrirlo con una plantilla, de tal forma que la pieza pasase totalmente desapercibida.
Los AirTag, recordemos, son dispositivos de localización que gracias al Bluetooth y la vasta red de aparatos de Apple repartidos por el mundo informan constantemente de su ubicación. No son localizadores GPS como tal, pero sí resultan muy útiles para averiguar dónde has dejado las llaves o la cartera, sobre todo en áreas en las que hay gente con iPads, iPhones o Apple Watches. Y eso precisamente era lo que quería Moe.Haa: seguir el rastro a sus zapatillas.
¿Qué averiguó? Que aquellas viejas zapatillas empezaron a viajar. Literalmente. En la pantalla del influencer el dispositivo trazó un itinerario de cientos de kilómetros que incluso atraviesa varias fronteras. En su vídeo Moe.Haa muestra cómo deja sus zapatillas en un contenedor de Starnberg, Bavaria, y desde allí viajan primero a Múnich y luego a Puch (Austria), Kranj (Eslovenia) y Zagreb (Croacia). La ruta no finaliza ahí. Antes de detenerse, el influencer comprueba que el calzado hace aún otro salto hasta Cazin, en Bosnia y Herzegovina. En total cerca de 800 kilómetros.
El viaje resultaba fascinante de por sí, pero Moe.Haa comprobó otro cosa: sus zapatillas no se habían detenido en un punto cualquiera de Cazin, sino en lo que parecía ser una tienda de ropa de segunda mano. Para aclarar el misterio el joven se subió un avión, voló hasta Bosnia y Herzegovina y condujo luego hasta el cantón de Una-Sana. Allí localizó la tienda en cuestión de Cazin y (¡bingo!) identificó las zapatillas con el AirTag oculto en una estantería.
¿Y qué hacían allí? Lo primero que comprueba el joven es que el local no se dedica a distribuir ropa gratis entre gente necesitada. Sus zapatillas estaban a la venta. Costaban 20 marcos, unos 10 euros. Intrigado, Moe.Haa se acerca con ellas a la caja para comprarlas y allí la empleada le aclara que su jefe es un bosnio que vive en Alemania. El influencer le pregunta entonces si el dinero está relacionado con donaciones y la respuesta de la dependiente es tajante: no. «¿Cómo puede ser que se vendan aquí, a 800 km de distancia, sin que los empleados informen de que se trata de una donación a la Cruz Roja», se pregunta al final del vídeo.
¿Qué dice Cruz Roja? El vídeo de Moe.Haa ha generado tal revuelo que Cruz Roja Alemana (DRK) acabó recurriendo también a TikTok para dar explicaciones y resolver dudas. En su web la ONG también aporta algunas pistas. Según sus estimaciones, cada año la DRK recoge entre 70.000 y 80.000 toneladas de prendas usadas, una inmensa cantidad de textil que en su mayoría resulta inservible.
La organización calcula que solo puede aprovecharse la mitad. El resto sirve únicamente «como materia prima». De la mitad que sí es reutilizable entre 4.000 y 5.000 t se dedican a la finalidad que los donantes tienen en mente cuando entregan su ropa: se destina a personas necesitadas. Eso, aclara DRK, supone solo el 10%.
El resto de la ropa aprovechable se dedica a otro fin distinto. «Se vende», confirma la ONG. Las prendas acaban así en manos de empresas especializadas y DRK recibe a cambio fondos que, insiste, le permiten costear su labor y financiar iniciativas en Alemania y Baviera. ¿Por qué no se envían esas piezas en buen estado a otros lugares, como los países africanos con mayores tasas de pobreza. El motivo es muy sencillo: los costes logísticos resultan «prohibitivos».
Imágenes |
En Xataka |