España ha cometido un grave error: fijar sus horarios de trabajo mirando el reloj en lugar del termómetro

Salgo de casa a las 16:00 y, armado de valor, me dirijo a recoger el coche del mecánico. Ha terminado con él y las revisiones prevacacionales le tienen el taller colapsado, por lo que me ha pedido que lo recoja cuanto antes. En el portal, me cruzo con un vecino que entra de la calle sofocado, con la frente perlada por gotitas de sudor y actitud derrotada, como si hubiera cargado una pesada losa.
«¿Hace calor?» –le digo conociendo ya respuesta— «Siempre ha hecho calor en verano, pero esto es un infierno» –me responde—. «A quien se le ocurre salir a la calle con el calor que hace», le digo mientras abro la puerta del portal y doy un paso atrás recordando la visión apocalíptica de Sarah Connor abrasada por las llamas nucleares en ‘Terminator’.
Siempre ha hecho calor en verano
Según los datos de AEMET, es cierto que como me había dicho mi vecino, siempre ha hecho calor en verano…pero no tanto. Las temperaturas registradas en las últimas semanas dejan al pasado junio como el más cálido de la serie histórica, y se une a la larga lista de récords de meses extraordinariamente cálidos.
La propia NASA respaldaba con datos que lo veranos de ahora son más cálidos que los de antaño, teniendo en cuenta que sus registros se remontan a 1880. Además, estos episodios de calor cada vez son más frecuentes porque los veranos cada vez son más largos. De media, se estima que el verano climatológico se ha ido estirando entre cuatro y quince días por década.
Nuestros abuelos se adaptaban
Si bien es cierto que España siempre ha sido un país con veranos calurosos, hay un factor que no debemos pasar por alto: hoy no afrontamos los rigores del calor como lo hacían nuestros abuelos, porque nosotros no cambiamos nuestras jornadas laborales en función de la temperatura como hacían ellos.
Cuando era niño, mi abuelo me contaba que «en sus años mozos», salía antes de que se hiciera de día al campo para trabajar la tierra «con la fresca» antes de que la losa del calor de la campiña andaluza cayera sobre los jornaleros. A mediodía, cuando el sol más apretaba, se sentaban debajo de un chaparro (encina) a comer a la sombra y luego se echaban la siesta hasta primera hora de la tarde.
Después, iban al cortijo en el que trabajaba y realizaba allí otras tareas de limpieza, mantenimiento y cuidado de animales hasta el final de la jornada. Siempre al resguardo del sol. En invierno habitualmente lo hacían al revés y llegaban al campo cuando se había disuelto la escarcha.
Es decir, aprovechaban los primeros rayos de luz para realizar las tareas agrícolas más duras para así evitar las altas temperaturas y el rigor del sol en las horas de mayor insolación. Por mucho que fuera la temporada de siega, de vendimia o de siembra, trataban de evitar las horas centrales del día, y en su lugar, adelantaban o retrasaban sus jornadas de trabajo para adaptarse a la climatología. No había un horario cerrado y estricto para todo el año.
En cambio, en la actualidad, la adaptación de las tareas y jornadas laborales es mínima y los horarios se han estandarizado. Ya no importa si es un trabajo de oficina, de albañil o de cartero, y no se tiene en cuenta si en la calle está helando o el mercurio marca los 46 ºC. El horario es el mismo para todos durante todo el año.
Horarios inflexibles al calor
Esa estandarización de los horarios hace que sea normal que un empleado del servicio de mantenimiento municipal, uno de los colectivos que más accidentes laborales y muertes por golpes de calor ha sufrido en los últimos días, esté limpiando las aceras a las dos de la tarde en plena ola de calor, o que un instalador esté colocando un rótulo en una fachada a las tres.
Según datos del Instituto de Salud Carlos III facilitados por el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST), asegura que al año se producen unas 1.300 muertes atribuibles al calor. En torno al 4% de los accidentes mortales que se producen en el ámbito laboral están causados por golpes de calor por la exposición prolongada a temperaturas extremas.
Las profesiones más expuestas son aquellos que no pueden desarrollar su actividad principal al aire libre: sector agrario, operarios de limpieza y obras públicas, montadores, obreros de la construcción o jardineros. El estrés térmico también afecta a profesiones que se desarrollan en interiores que por la naturaleza del trabajo, quedan expuestos a maquinaria o fuentes de calor como industrias, hostelería, lavanderías, invernaderos, etc.

Andalucía, Cataluña, Madrid, Aragón y Galicia se sitúan a la cabeza en cuanto a mortalidad a causa del calor, coincidiendo en muchos de esos casos con personal empleado en los sectores que hemos mencionado antes.
A diferencia de nuestros abuelos, estos sectores ahora tienen horarios fijos que, en muchos casos, se desarrollan de entre las 8 de la mañana y las 18 horas, dejándoles expuestos a trabajar durante aquellas horas que nuestros abuelos trataban de evitar a toda costa.
Las herramientas están ahí
La aprobación en 2023 del Real Decreto Ley 4/2023 vino a flexibilizar la adaptación de horarios y tareas que ya disfrutaban nuestros abuelos, de forma que las empresas, más que mirar el reloj, deban mirar el termómetro para diseñar las jornadas laborales de sus empleados durante episodios de calor extremo.
La Ley de Prevención de Riesgos Laborales ofrece la posibilidad a las empresas de modificar los horarios e incluso de recortar las jornadas laborales durante estos episodios de calor para proteger a sus empleados.
Además, a raíz de la DANA que arrasó Valencia, la ley se amplió añadiendo la posibilidad de disponer de un permiso retribuido de cuatro días cuando, en casos extremos, no se pueda adaptar la jornada laboral y sea imposible llevarla a cabo sin exponerse a un riesgo real para la salud. La última modificación también contempla la posibilidad de que las empresas puedan acogerse a un ERTE climático. «Nadie tiene que correr riesgos», insisten desde el Ministerio.
Sin embargo, pese a las herramientas que permiten a las empresas proteger la salud de sus empleados, el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo asegura que los accidentes laborales durante las olas de calor aumentan un 17%. Muchas de ellas son evitables con solo adelantar o retrasar la jornada laboral de forma puntual durante estos episodios.
Victoria Chacón, portavoz de CGT en una de las empresas contratistas del servicio de limpieza de Barcelona para el que trabajaba una de las últimas víctimas de esta primera ola de calor de 2025, daba una de las claves de esta falta de adaptación de los horarios en episodios de calor extremo: «Antes empezábamos a trabajar a las 5:30 de la mañana. Este año, para ahorrarse pagar media hora de trabajo ‘nocturno’, empezamos a las 6 h», denunciaba desde ElDiario.es.
Aitana Garí, directora del Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST) ha explicado que tanto entre las empresas como entre los propios trabajadores «falta cultura en la evaluación de los riesgos climáticos».
Según los datos facilitados por el Ministerio de Trabajo, solo en 2024, Inspección de Trabajo realizó 11.500 actuaciones sobre condiciones meteorológicas adversas, que han dejado 275 infracciones y 4.175 requerimientos. El incumplimiento de la normativa de prevención de riesgos laborales supone multas que van desde los 2.451 a 49.180 euros para las sanciones graves, hasta de 49.181 a más de 980.000 euros para las muy graves.
En 2021, la cuantía de las sanciones a empresas por este motivo ascendieron a 175.000 euros. En 2024, ese importe llegó a casi 1,4 millones de euros.
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