Tras la Guerra Civil, Franco quiso colonizar la España vaciada. Así que se inventó 300 nuevos pueblos

A lo largo y ancho de España hay más de 8.100 municipios, pueblos grandes y pequeños, de costa, de montaña, bañados por las aguas del Cantábrico, el Atlántico o de clima mediterráneo. También los hay muy antiguos, como Brañosera, fundado en el siglo IX, y otros tan recientes que sus primeros moradores todavía pueden hablarnos de sus orígenes. Es el caso de las 300 poblaciones impulsadas por la dictadura franquista como parte de su política de colonización.
Los pueblos «inventados» por Franco.
Una cifra: 55.000. La idea resulta tan descabellada, tan descomunal, que a menudo se dice que motivó uno de los desplazamientos de población más importantes de la España del siglo XX. Entre 1940 y 1970 el régimen franquista fundó alrededor de 300 localidades en 27 provincias (la mitad en Andalucía y Extremadura) que acabaron provocando a su vez el desplazamiento de 55.000 familias, gente que un buen día hizo las maletas y abandonó sus municipios natales atraída por las promesas de esos asentamientos de nuevo cuño.
«Pueblos de colonización». El colosal proyecto se desarrolló bajo el auspicio del Instituto Nacional de Colonización (el INC, una entidad creada tras la guerra civil para sacar adelante la política agraria franquista) y sus promesas resultaban desde luego sugerentes: a las familias dispuestas a mudarse a los nuevos asentamientos se les ofrecían viviendas y amplias tierras de regadío en las que labrarse un futuro. Todo esto en propiedad. Al menos en teoría.
De entrada los colonos debían cumplir ciertos requisitos. Los lotes se repartían supuestamente por sorteo, aunque hay quien sostiene que no todos los candidatos partían con las mismas posibilidades: lo ideal era que formasen parte de familias numerosas (con hijos dispuestos a trabajar) y se ajustasen al arquetipo soñado por el franquismo: católicos devotos, laboriosos y a ser posible sin vínculos con represaliados. Tampoco todos partían con las mismas condiciones.
Como recuerda ABC, en 1945 el Gobierno aprobó una orden que regulaba cómo podían acceder a las casas los colonos, algo que dependía de sus ahorros.
Bajo la tutela del INC. Quienes podían adelantar parte del valor de la tierra (el 20%) entraban en una fase que el INC denominada como «acceso a la propiedad». Luego debían pagar el resto del importe para convertirse en dueños de sus casas y fincas. La cosa cambiaba para los colonos más humildes. A ellos les tocaba pasarse cinco años en «período de tutela», una etapa durante la que el instituto supervisaba qué cultivaban y se quedaba una porción de las cosechas a modo de pago.

Villalba de Calatrava, un poblado de colonización de la comarca del Campo de Calatrava (Ciudad Real).
¿Cuánto tiempo se pasaban así? Depende. ABC cita una localidad en la que ese tutelaje se prolongó hasta casi finales de los 60, un tiempo al que luego las familias tuvieron que sumar la etapa de «acceso a la propiedad». El diario habla también de plazos de 25 años para terminar de pagar las tierras (30 en el caso de las viviendas) con intereses más que considerables, del 3% o incluso el 7%.
Para completar el cuadro, el INC disponía de una estructura que se encargaba de «tutelar» a las familias de colonos a través de cargos intermedios. En primer lugar estaban los ingenieros agrónomos, autores de los planes. Sus directrices pasaban al perito y por debajo de este estaba el mayoral, quien supervisaba a los agricultores.
¿Y cuál era el objetivo? Con los nuevos asentamiento el régimen franquista perseguía varios objetivos. El programa le servía para impulsar la transformación agraria (con extensiones de regadío), ampliar la superficie cultivable, repoblar y transformar el campo español, pero también tenía un trasfondo ideológico.
Con los nuevos asentamientos, muchas bautizadas con nombres que hacían mención al nuevo régimen y sus referentes (Alberche del Caudillo, Villafranco del Guadiana o Águeda del Caudillo), la dictadura buscaba proyectar también una nueva imagen y alimentar su publicidad. La expansión de los nuevos poblados coincidió con la apuesta de la dictadura por las infraestructuras hidráulicas.
«La estrategia política del Nuevo Estado sustituye la redistribución de la tierra (objetivo de la Segunda República) por una política de colonización basada en la transformación del rural que permitiera asentar en pueblos de colonización un campesino autosuficiente», recuerdan desde el Ministerio de Agricultura, del que dependió el Instituto Nacional tras su creación, en octubre de 1939.
Un programa con luces… La política de colonización del franquismo tuvo repercusiones sociales, económicas, agrícolas e incluso paisajísticas «innegables», como reconocen desde el ministerio. Y no solo porque auspiciase la creación de cientos poblados para la repoblación de la ‘España vaciada’ y de posguerra. Entre los desplazados hubo quien a su llegada a los asentamientos se encontró con infraestructuras y servicios inimaginables en las villas de las que procedían.
«Cuando llegamos aquí fue como soñar despierto», relata El País un agricultor jubilado que llegó a Villalba de Calatrava (Ciudad Real) junto a sus padres en 1964, cuando tenía 12 años. «Había un cuarto de baño, con su taza y lavabo. ¡En aquellos años eso no lo tenía nadie! Era muy chiquito, pero tener algo así era fuera de serie». La idea era que en los nuevos asentamientos los colonos pudiesen optar a una vivienda en propiedad y tierras de cultivo fértiles, contribuyendo de paso a la economía de la España de posguerra y la conversión de campos en regadío.
… y también con sombras. No todo fue positivo. Pese a las promesas de viviendas y tierras, a muchos colonos alcanzar la propiedad les costó años de sudor entregando parte de sus cosechas. «Éramos unos esclavos», confiesa a El País otro antiguo colono de La Bazana, a donde llegó con apenas 17 o 18 años. En 2018, ya pasados los 85, recordaba: «Te pagaban lo que querían por las cosechas, y luego llegó un punto en que dejaron de comprarlas porque los portes desde Badajoz eran muy caros». El cultivo de las nuevas tierras no siempre resultaba sencillo, igual que no lo era seguir las pautas marcadas por los ingenieros y mayorales del pueblo.
Otros dejaron sus localidades de toda la vida para trasladarse a asentamientos de nuevo cuño en los que no tenían arraigo, se vieron rodeados de desconocidos y (en ocasiones) se encontraron con obras a medio acabar. «Cuando me concedieron la parcela, no había casas libres y tuvimos que vivir en las cuadras del corral de un vecino los animales», explica otro antiguo colono de Talavera la Nueva (Toledo) al periódico ABC. «Llegamos sin carretera, ni médico, ni colegio, ni agua potable. Fue la conquista del Bajo Guadalquivir, igual que la conquista americana».

«Una bicoca para terratenientes». En el origen de los nuevos asentamientos del franquismo hay sin embargo muchos más matices y derivadas, como recordaba el pasado octubre el historiador Antonio Cazorla, autor de ‘Los pueblos de Franco’, en una entrevista con el digital Ctxt. Muchos de los poblados se crearon en tierras expropiadas a grandes latifundistas extremeños o andaluces, lo que, en contra de lo que podría parecer, les brindó una auténtica oportunidad de negocio.
«En realidad solo se expropiaba menos del 30% del total de la tierra. El resto, que solía ser la de mejor calidad y más convenientemente localizada, se la quedaba el terrateniente, pero irrigada con dinero del Estado, con lo que el valor de la tierra aumentaba al menos un 400%, y a veces más del 1.000%», apostilla. «El resultado es simple. Sin invertir un duro, y sin riesgo alguno, el terrateniente aumentaba su patrimonio entre un 280 y 700%. Y había otras formas de beneficiarse. Mientras, los colonos lo tenían que pagar todo a un interés del 5% anual de media».
«Su mayor éxito fue local». Cazorla señala que «el gran fracaso» de la colonización fue que «no palió la miseria de la inmensa mayoría del campesinado pobre español», y desliza una explicación: «No lo hizo porque fue un instrumento, uno más de una política más amplia de la dictadura para evitar un cambio social en el campo basado en la redistribución de la riqueza». En su opinión, su «mayor éxito» fue local, como en la costa almeriense, donde contribuyó a impulsar la agricultura intensiva mediante enarenado y el uso de invernaderos.
La revolución inesperada. A pesar de que las nuevas localidades nacieron ligadas al franquismo y hace unos años volvieron a ser noticia porque la Ley de Memoria Democrática obligó a algunas a modificar sus nombres para eliminar referencias al régimen en su topografía, los 300 pueblos auspiciados por el INC se han convertido en referentes de modernidad en otro ámbito: el artístico.
Contra todo pronóstico (o no) muchos se miran ahora como tesoros arquitectónicos y urbanísticos. ¿El motivo? Para su desarrollo el régimen fichó a arquitectos novatos que acabaron consagrándose en el oficio, como José L. Fernández del Amo, Fernando de Terán o Antonio Fernández Alba.
Conservadores y vanguardistas (depende). «Existe entre la comunidad científica unanimidad en la relevancia de la obra arquitectónica de la política de colonización, expresada fundamentalmente a través de la construcción de los nuevos pueblos de colonización», concede el ministerio. La clave la daba hace un año en elDiario.es Laureano Debat, coautor de ‘Colonización. Historias de los pueblos sin historia’. «Los pueblos de colonización eran franquistas, católicos y carcas en lo ideológico. Pero vanguardistas en lo estético».
Imágenes | Junta de Castilla-La Mancha, Wikipedia
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