
Fernando Davila
Adrián Marcelo: el nuevo profeta del chisme disfrazado de entrevista — Un análisis sobre la banalidad viral y su costo cultural
En la era de la economía de la atención, donde cada clic es oro y cada reproducción alimenta un negocio multimillonario, la figura de Adrián Marcelo se erige como un fenómeno sintomático de la patología mediática contemporánea: la cultura de la controversia sin sustancia.
Adrián Marcelo, con su estilo aparentemente “desenfadado” y su humor ácido, ha convertido el formato de la entrevista digital en un campo minado de insinuaciones, revelaciones y chismes que funcionan como carnada para audiencias cada vez más ávidas de escándalo. Bajo la fachada de una charla informal, su proceder consiste en exprimir confidencias de sus invitados (algunos dispuestos, otros ingenuamente vulnerables) para alimentar la máquina insaciable del clickbait.
Desde un punto de vista técnico, nada de esto es nuevo: la farándula y la prensa amarillista han existido desde que el periodismo aprendió a monetizar la intimidad ajena. Lo preocupante en el caso de Adrián Marcelo no es la polémica en sí, sino el modo en que disfraza la especulación y la manipulación como contenido “honesto” y “sin filtros”, en una sociedad ya saturada de posverdades y medias verdades.
Un producto rentable, una sociedad empobrecida
Los algoritmos de YouTube (y de cualquier plataforma que mida éxito en vistas y minutos de retención) premian exactamente lo que Adrián Marcelo fabrica: clips cortos y explosivos que despiertan morbo, encienden debates estériles y perpetúan una espiral de superficialidad informativa. Cada click se traduce en ingresos publicitarios, patrocinios y fama digital, alimentando un sistema donde la veracidad importa menos que la capacidad de polarizar.
Esta fórmula no es un “pecado menor”. La normalización de la exposición irresponsable de la vida privada y la fabricación de controversias tiene un efecto corrosivo en el ecosistema mediático y en la salud cultural de la sociedad. La entrevista, que debería ser un instrumento de reflexión, diálogo y construcción de conocimiento, se prostituye como vehículo de gossip de pasillo.
Impacto cultural y social: la violencia normalizada
El problema no se limita a la banalidad. En muchos casos, estas entrevistas dan lugar a linchamientos digitales, difamaciones y odios colectivos alimentados por información parcial o distorsionada. La violencia simbólica (esa que no deja moretones visibles pero mina la reputación y la dignidad) se vuelve entretenimiento. La audiencia, convertida en tribunal, sentencia sin contexto, se burla y olvida pronto… hasta que llegue el siguiente “escándalo”.
Mientras tanto, los comunicadores responsables, que apuestan por la investigación, el rigor y la profundidad, quedan desplazados de los algoritmos, invisibilizados por una industria que prioriza la viralidad a cualquier costo.
¿Comunicación o entretenimiento basura?
Sería ingenuo negar que Adrián Marcelo “comunica”. Pero sería perverso llamarlo buen comunicador. Lo que produce es, en esencia, un espectáculo voyeurista disfrazado de periodismo. Su impacto no es elevar la conversación pública, sino empobrecerla, reduciéndose a un fuego cruzado de rumores y sarcasmo.
Esta dinámica confirma una tendencia peligrosa: el desplazamiento de la información relevante y verificada por contenidos vacíos de contexto, que priorizan la inmediatez y la reacción visceral sobre el pensamiento crítico. Es la antítesis de una comunicación que edifique ciudadanía y cultura democrática.
Adrián Marcelo, y otros personajes de su estirpe, no existen en el vacío: prosperan porque una audiencia masiva así lo consume, y porque las plataformas lo incentivan. Señalar solo al entrevistador sería ingenuo. El fenómeno expone el verdadero problema: una sociedad que ha confundido la intimidad ajena con contenido y la indignación con entretenimiento.
En definitiva, estos productos no abonan a la comunicación en el sentido noble de la palabra: no informan, no educan, no transforman. Solo entretienen, muchas veces a costa de la verdad y de la dignidad de otros. Y mientras tanto, seguimos haciéndoles ricos por perpetuar el ciclo.
Que cada quien decida: ¿seguiremos premiando el chisme o exigimos contenido que nos respete como audiencia?
