Los "cayetanos" van a hacer ruido a las plazas. Y no es solo por la afición a la tauromaquia
El pasado domingo, Morante de La Puebla participó en la tradicional corrida de Beneficiencia en Las Ventas de Madrid. El entusiasmo de los asistentes era patente ante lo que se consideró un hito histórico: el matador abría por primera vez la Puerta Grande de la plaza, lo que le consagra como un referente de la tauromaquia actual. Pero sobre todo, sirvió para corroborar que los toros no son ya el entretenimiento popular de hace décadas, sino una especie de artefacto cultural para un nicho muy específico de jóvenes conservadores.
Los moranties. Morante de la Puebla está considerado uno de los toreros más relevantes de la actualidad, así que no sorprende demasiado su éxito, pero sí que ha llamado la atención la juventud de sus seguidores. Primero con un vídeo viral subido por la propia cuenta de Las Ventas donde enfervorizados seguidores se dirigían a la Puerta Grande. Allí se generó un tumulto y unos atascos que llevaron a la policía incluso a visitar después al torero en el hotel para pedirle identificación y explicaciones.
El fervor de los jóvenes les llevó incluso a intentar llevar al torero en hombros hasta su hotel, a un par de kilómetros de Las Ventas, lo que habría obligado a cortar una arteria principal de Madrid, la calle Alcalá. Pero esta es solo la última muestra de fervor juvenil por la Fiesta Nacional.
Poder «cayetano». Un fervor que se alinea perfectamente con el resto de las reivindicaciones de la juventud «cayetana«, que han hecho suya la asimilación de la fiesta nacional que se ha hecho desde la derecha. Estos jóvenes no tienen complejos en identificarse con una ideología conservadora y han tomado los toros desde una perspectiva identitaria. Sucesos como el del fin de semana con Morante dejan claros los códigos: convierten a los toreros en estrellas del rock e identifican la diversión y el combate ideológico con un festejo que saben que es polémico.
La juventud del Papa. Estos jóvenes (que no son un bloque, sino que se diversifican en muy distintos estratos sociales e intenciones reivindicativas, exactamente igual que pasa con sus contrapartidas «adultas») están reivindicando creencias que hasta hace muy poco se consideraban vetadas a estas edades, como el catolicismo, convirtiendo en fenómenos pop masivos a grupos como Hakuna. Y tienen su propio panteón de ídolos modernos, entre el kitsch y la provocación, donde destacan cultos como el de Victoria Federica o Tamara Falcó.
Arma arrojadiza. En los últimos tiempos, los toros se han convertido en un arma arrojadiza entre facciones políticas, pero en sentido contrario a como ha sido habitual durante la historia de la tauromaquia: los partidos conservadores defienden la tauromaquia asociándola a la tradición y a los valores netamente españoles, y las formaciones de izquierdas abogan por su desaparición. En 2023, por ejemplo, se discutió si los toros debían estar incluidos en el Bono Cultural Joven que daba 400 euros para gastar en cine, música y otros productos culturales. El Tribunal Supremo acabó obligando al ministro socialista Miquel Iceta a incluir los toros en el Bono.
Pelea de toros. Diez años antes, el PP en el Gobierno regulaba la tauromaquia y concedía un Premio Nacional de 30.000 euros. Es decir, consideraba de facto a los toros como un bien cultural, que es la consideración que la izquierda lleva años intentando rebatir. En 2024, Sumar eliminó el Premio Nacional de Tauromaquia. La respuesta del PP y varios gobiernos autonómicos conservadores: crear galardones alternativos reforzando el apoyo institucional a los toros. En 2025, 664.000 firmas obligaron al Congreso a debatir si se eliminaba la protección legal de la tauromaquia como patrimonio cultural. La prohibición o regulación de las corridas quedaría en manos de las autonomías. Un auténtico peloteo de prohibiciones y permisos que convierten a los toros en pura guerra cultural.
Y esto se refleja en los votantes: el apoyo es bajo entre los votantes de izquierda (solo un 5,2% de los votantes del PSOE se declara a favor), mientras que entre los votantes de PP y Vox supera el 58% y 61% respectivamente.
¿Es para tanto? Pero mientras que los toros cada vez se ven más en redes sociales, las cifras no acompañan del todo, aunque hay signos de recuperación: Entre 2010 y 2013, la actividad taurina cayó de 16.698 a 15.883 eventos anuales, tocando mínimos históricos durante la pandemia. Sin embargo, desde entonces, el sector ha registrado una recuperación: en 2023 y 2024 se han superado los 6,2 millones de espectadores y se han celebrado más de 20.950 festejos en 2024, la cifra más alta de los últimos quince años. Pero hay que coger estos datos con pinzas: estas cifras engloban las grandes corridas y también las festividades populares tipo encierros y vaquillas.
Sin embargo, y aunque proyectos como «el streaming de los toros» naufragaron, es indudable que hay un interés renovado entre los jóvenes por la tauromaquia. Aunque las cifras, como es habitual en festejos como estos, que se diversifican de muy distintas formas, son difusas.
El toreo, de entretenimiento a reivindicación. Por otra parte, un repaso a la historia del toreo permite comprobar que su percepción popular ha dado bandazos desde sus orígenes. En nuestro país la primera referencia histórica data del año 1080, ya vinculado al entretenimiento para la nobleza, donde permanecería durante la Edad Media. Pese a ciertos choques con la Iglesia (en 1567 el papa Pío V amenazó con la excomunión a quien apoyara las corridas), siguió durante siglos vinculado al poder, con reyes muy aficionados a las corridas, como Felipe III o Felipe IV. Pero en los siglos XVI y XVII se empezaron a soltar vaquillas y toros en calles y plazas, y aparecieron festejos como los toros de fuego o los toros embolados.
La corrida, sin embargo, permaneció vinculada a la aristocracia hasta el reinado de Felipe V, que las prohibió. Las corridas recalaron en el pueblo, que las acogió como un espectáculo brutal y sangriento, siendo muchos matadores matarifes y carniceros procedentes de los mercados.
Los ricos no saben torear. Paradójicamente, durante décadas el espectáculo taurino intentó ser combatido por sucesivos gobiernos y reyes vinculados a la Ilustración, como Carlos III, que en 1778 prohibió las corridas. El absolutista Fernando VII las restauraría para complacer a los cada vez más poderosos intereses económicos que había en ganaderías y plazas. La polémica se aplaca en el primer cuarto del siglo XX, cuando se toman medidas como proteger a los caballos, sobre todo de la vista de los espectadores, y que así no tuvieran que contemplar animales destripados por el toro en la plaza. Los ganaderos redujeron el tamaño y la ferocidad del toro, creando así el toreo moderno, más asequible para todos los públicos.
Cabecera | Paul Kenny McGrath en Unsplash
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