Rusia ha confirmado una de las grandes incógnitas de la guerra en Ucrania. Corea del Norte les acompaña, y no solo con tropas

Desde que se inició la invasión rusa en Ucrania, una duda se ha mantenido a pesar de las aparentes evidencias. Ni los vídeos, ni los testimonios, ni siquiera la captura de prisioneros de Corea del Norte por parte de Ucrania terminaron por confirmar a todo el planeta que, efectivamente, Pyongyang estaba combatiendo con Moscú. Ese momento de duda ha llegado a su fin. Ambas naciones han confirmado hasta dónde llegan sus lazos.
Es oficial. Después de meses de rumores, Rusia y Corea del Norte confirmaron públicamente que las tropas norcoreanas han estado combatiendo en suelo ruso junto a las fuerzas de Moscú en la guerra contra Ucrania. El anuncio, realizado casi en simultáneo por Vladimir Putin y Kim Jong-un, celebró el papel de miles de soldados norcoreanos que, según ambos líderes, contribuyeron decisivamente a la “liberación completa” de la región fronteriza rusa de Kursk, territorio que había sido brevemente ocupado por tropas ucranianas durante el verano anterior.
Así y según las cifras que se mueven, Corea del Norte ha enviado ya unos 14.000 soldados, principalmente fuerzas especiales, y reemplazado a los más de 4.000 que, según estimaciones de Corea del Sur, han muerto o resultados heridos desde 2023. Pero hay mucho más, ya que demás del envío de personal militar, Pyongyang ha suministrado millones de proyectiles de artillería y misiles balísticos que Moscú ha utilizado contra ciudades ucranianas.
Objetivo común. El reconocimiento conjunto de esta colaboración marca no solo una intensificación militar sino también diplomática, en un momento en que ambas naciones buscan reforzar su posición internacional frente a Estados Unidos. Para Rusia, la implicación directa de tropas extranjeras le permite arrebatarle a Ucrania un importante recurso de negociación (el control parcial de Kursk) justo cuando Trump presiona por una resolución rápida del conflicto.
Para Corea del Norte, haber vertido sangre en el campo de batalla ruso crea una especie de deuda simbólica y política en Putin, ampliando el margen de maniobra de Kim Jong-un en futuras negociaciones con Washington, incluyendo su estancado programa nuclear.
Simbolismo y propaganda. Contaba el New York Times que en Corea del Norte, Kim ordenó erigir un monumento en honor a los soldados caídos en Rusia, gesto que busca institucionalizar esta alianza como una hermandad sellada por el sacrificio militar. Putin, por su parte, exaltó a los combatientes coreanos como héroes dignos del mismo reconocimiento que sus pares rusos, una declaración destinada tanto a reforzar la narrativa interna del Kremlin como a consolidar una cooperación internacional que cada vez depende más de regímenes autoritarios.
La alianza se sustenta no solo en intereses tácticos sino también en beneficios concretos: Corea del Norte, sujeta a duras sanciones, estaría recibiendo a cambio ayuda económica directa y tecnologías militares avanzadas que podrían mejorar su capacidad armamentística. Según los expertos, no se descarta que Pyongyang envíe más tropas o amplíe su presencia en el conflicto con el objetivo de profundizar sus vínculos estratégicos con Moscú.
Un arsenal clandestino. Según el Guardian y centrados en la ayuda armamentística, el uso de un misil balístico norcoreano en un ataque ruso que dejó 12 muertos en Kiev ya había puesto en primer plano la profundidad de esta colaboración. Se trataba de un misil KN-23, dotado de una ojiva de hasta una tonelada, que según los servicios de inteligencia ucranianos y surcoreanos forma parte de una entrega más amplia de al menos 148 misiles KN-23 y KN-24 enviados por Pyongyang desde finales de 2023.
A ello se suma el suministro de millones de proyectiles de artillería, cohetes de lanzamiento múltiple y sistemas de artillería de largo alcance, que han llegado al frente mediante 64 envíos marítimos y ferroviarios cuidadosamente rastreados, representando hasta el 70% del armamento de artillería usado por Rusia en algunos frentes.
La guerra como campo de pruebas. Es otra de las vertientes de esta alianza. Explicaba el medio británico que más allá de lo cuantitativo, el aporte norcoreano tiene un valor estratégico que excede la simple reposición de reservas obsoletas: muchas de estas armas son modernas, y su despliegue en Ucrania ofrece al régimen de Kim Jong-un un laboratorio real para probar y perfeccionar su tecnología militar.
Misiles de la serie Hwasong-11, morteros autopropulsados y lanzadores múltiples no solo refuerzan la ofensiva rusa, sino que permiten a Corea del Norte evaluar el rendimiento en combate de sus propios sistemas de armas. A medida que la guerra se prolonga, analistas del Stimson Center y del Open Nuclear Network prevén una escalada en el suministro armamentístico, incluyendo misiles antitanque, drones de desarrollo conjunto y sistemas antiaéreos que ya están siendo estudiados para futuras entregas.
Geopolítica del trueque. Para los expertos como Hugh Griffiths, exintegrante del panel de seguimiento de sanciones de la ONU, sin la ayuda de Kim Jong-un, Putin no podría sostener su actual ofensiva. A cambio del envío de armas y soldados, Pyongyang estaría recibiendo componentes estratégicos y conocimiento técnico que podrían transformar sus propias capacidades ofensivas, tanto en la península coreana como fuera de ella.
Redibujando los equilibrios. En definitiva, esta cooperación bélica entre dos de los regímenes más aislados del mundo representa un nuevo capítulo en la guerra de Ucrania, uno que adquiere así una dimensión cada vez más internacionalizada. Mientras Ucrania disputa la narrativa sobre el control de Kursk y mantiene la esperanza de utilizar ese terreno como moneda de cambio en negociaciones de paz, la implicación norcoreana transforma ese frente en un símbolo del reacomodo global de alianzas.
Al participar de forma directa en el conflicto europeo, Pyongyang no solo se posiciona como un actor militar más ambicioso, sino que redobla su desafío al orden internacional liderado por Occidente. De fondo y entre líneas, lo que se consolida es un eje Moscú–Pyongyang con implicaciones a largo plazo para la seguridad regional en Asia, la estabilidad europea y el ya tenso pulso entre Estados Unidos, China, Rusia y sus respectivos aliados.