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Cuando la "ira de Dios" hizo desaparecer la Luna: o cómo Colón usó un eclipse para engañar a los nativos de Jamaica

Cuando Colón salió de Cádiz el 11 de mayo de 1502, estaba en la cuerda floja. Sí, había «descubierto» América, había visitado casi todas las islas del Caribe y había sido llegado a Tierra Firme, pero lo cierto es que llevaba 10 años extendiendo cheques que no podía pagar.

Mientras los portugueses hacían progresos en la India, los españoles estaban estancados (y descontentos) en unas islas sin atisbo de las riquezas prometidas. La promesa de llegar a Asia navegando hacia el oeste se desvanecía y los problemas en La Española habían acabado con los Colón embarcados, como presos, camino de Castilla un par de años antes.

Pero como era un zorro viejo, Colón tenía un plan: limpiar su imagen, conseguir el dinero suficiente para fletar un puñado de barcos y encontrar el dichoso paso a las Indias. Bien… digamos que las cosas no fueron exactamente como tenía planeadas.

Un callejón sin salida… Tras publicar una «biografía oficial» y haber cedido el 10% de sus hipotéticas rentas a la ciudad de Génova (con la intención de que los banqueros ligures financiaran su aventura), Colón logró pertrechar cuatro barcos y, pese a no tener permiso para desembarcar en La Española, inició el viaje al oeste ese 11 de mayo.

Tardaron un mes en llegar al Nuevo Mundo y, efectivamente, no pudieron desembarcar en La Española (de la que recordemos había salido con grilletes hacía dos años). Por lo que pasaron los siguientes meses recorriendo las costas de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Allí en la bahía del Chiriquí, los nativos le hablaron de un ‘paso a pie’ hasta el Pacífico, pero (receloso de dejar los barcos) no les hizo caso.

Para diciembre de 1502 ya habían renunciado a la búsqueda del «paso occidental» y se instalaron cercad un supuesto yacimiento de oro en Panamá durante unos meses, hasta que los guaraníes consiguieron echarlos de allí. Con los barcos destrozados por la broma, la siguiente tormenta con la que se encontraron los hizo naufragar en la costa de Jamaica a principios del verano de 1503. Colón y sus hombres estaban en un callejón sin salida.


Cuarto Viaje De Colon

Phirosiberia

Medidas desesperadas. Aquí entra en juego Diego Méndez, escribano mayor del viaje, que se partió en canoa hacia La Española esperando convencer al gobernador de Santo Domingo para que les rescatara. Tardó cinco días en llegar, pero Nicolás de Ovando, que no se fiaba de Colón, rehusó a ayudar a los náufragos y retuvo a Méndez durante meses.

La larga espera. Mientras tanto, en Jamaica, la cosa empezó bien: los marinos lograron entenderse con los lugareños y la cosa prosperó hasta que la esperanza de que Diego Méndez volviera con ayuda se desvaneció. Lo que sabemos sobre esos meses no es preciso porque, fundamentalmente, viene de fuentes colombinas y ya sabemos que Colón no era alguien demasiado fiable.

No obstante, sí podemos estar razonablemente seguros de que hubo un motín entre los náufragos y eso desembocó en un conflicto con los nativos. Independientemente de quién fuera el culpable, para primeros de 1504, los náufragos estaban a punto de morir de inanición.

Y entonces Colón tuvo una idea. Con todo el dramatismo que pudo, Colón avisó a los nativos que iba a hacer desaparecer la Luna. El explorador era un hábil cartógrafo y un experimentado astrónomo, por lo que no le costó mucho calcular que, efectivamente, el 29 de febrero de 1504 iba a haber un eclipse de luna en Jamaica (y esto es, precisamente, lo que da veracidad a la anécdota).

Los jamaicanos se asustaron y cedieron ante las pretensiones de Colón. Es decir, siguieron ayudando a los náufragos. para que luego digan que la ciencia no sirve para nada.

De vuelta a España. La jugada de Colón sirvió para que la mayoría de la expedición siguiera con vida, sí; lo que ocurre es que, apenas unos días después, un emisario del Gobernador les avisó de que nadie iba a ir a recogerlos. El almirante había ganado tiempo, pero para qué.

Eso es lo que debió pensar. Y tuvo mucho tiempo para pensar porque, hasta septiembre de 1504, Diego Méndez no fue capaz de convencer a un barco para ir a Jamaica a recogerlos. Tras una larga travesía desembarcó en Sanlúcar a final de año y murió dos años después en Valladolid.

Imagen | L’éclipse de lune de Christophe Colomb — 1879 sketch by C Flammarion

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