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Solamente quieren vivir, jugar y reír.

David Agustín Belgodere

¡Los niños con cáncer queremos vivir!, suena una consigna a lo lejos, que retumba en el alma misma de la Nación. Esos gritos de quienes gritan por vivir, pero, sobre todo, de quienes luchan por reír y jugar, son el mismo grito del Quijote clamando por justicia. Sin duda un mal que pudiese ser evitable, en un México donde solamente se curan males ficticios, pues los evitables no son prioridad. Así es el cáncer, brutal y casi criminal, pues carcome vidas, agota cuerpos, aniquila esperanzas y roba alegrías. Ante esta enfermedad que per se es injusta, la indiferencia juega un papel de cómplice del dolor y de la muerte, con quienes firmó un convenio que pareciese diabólico.

Ante esos ojos que brillan de calidez, pero que lagrimean por la desesperanza, un tren que devora manglares se abre camino, con el dolor como rieles. Ante la tristeza de un padre y de una madre que lloran desconsolados, se desmontan manglares, para montar oleoductos. Ante la agonía de los sueños de vida de miles y miles de infantes, el Lago de Zumpango visualiza también su agonía, por una obra que no pagará semejante sacrificio.
 
Y otra vez nos preguntamos: – ¿Y si humanizamos la tragedia?, sin recibir respuestas, expectantes de un gobierno fincado sobre ruinas de papel. Es así que vemos desmoronarse todo, las instituciones, las esperanzas, la vida y la República misma, mientras esos pequeños gritan: – ¡Los niños con cáncer queremos vivir!

Las respuestas no llegan, pues las prioridades son otras. Mientras tanto, las escusas tienen cuchillas, tan afiladas y lastimantes, que desgarran todo a su paso… y mientras las dolencias crecen, las esperanzas se acaban, pues la incertidumbre es mucha, los sueños parecen tener caducidad y la solidaridad parece no bastar, en un lugar donde todas las potestades son de un miope.

Hay que humanizar toda tragedia y hacer nuestro todo dolor, para que nuestra voz suene a metralla frente a un poder ensordecido y cegado, que poco piensa en un pueblo lastimado y mucho en sus canonjías. Es hora de marchar, cantar y exigirle al poder, con todo ahínco, todos juntos, que dé respuestas y nos deje de tratar con desdén.

No olvidemos que son nuestros niños y solamente quieren vivir, jugar y reír.

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