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Y resucitó al tercer día…

El presidente López Obrador reapareció frente a una pintura de Francisco I. Madero, en Intendencia, en donde en 1913, el Apóstol de la Democracia y el vicepresidente José María Pino Suárez estuvieron presos antes de ser llevados al sitio en donde iban a asesinarlos.

Es el lugar que López Obrador eligió para regresar después de 72 horas de silencio, tras el “váguido” que sufrió el domingo pasado en Mérida, antes de degustar unos antojitos, y que desató 72 horas de rumores, chismes y especulaciones.

El Diario de Yucatán habló ese día sobre un “presunto infarto o una complicación cardiaca” del presidente en la Base Aérea Militar número 8. Relató el diario que AMLO “se sintió mal y se desvaneció ante el asombro de funcionarios del Fondo Nacional de Fomento al Turismo y representantes de las empresas que lo acompañaron”.

“Trascendió que el presidente López Obrador quedó como si estuviera inconsciente, lo que causó gran preocupación de su equipo de seguridad y cercanos colaboradores”, apuntó El Diario.

En su reaparición, tres días después de aquel suceso, el Presidente dijo que tenía la responsabilidad de informar sobre su estado de salud y relató lo que había ocurrido: luego de una intensa gira por el sureste, en la que sufrió “cambios de clima”, tuvo una crisis, se le bajó de repente la presión y, “estando en una reunión… como que me quedé dormido. Fue una especie de váguido, hablando coloquialmente”, dijo. “Sí tuve esa situación de desmayo transitorio por la baja de presión”, admitió.

El día en que esto ocurrió, el vocero Jesús Ramírez Cuevas negó que el Presidente se hubiera sentido mal o se hubiera desvanecido. Aseguró que AMLO continuaba con su gira, según lo planeado.

Minutos más tarde, un tuit desde la cuenta del Presidente contradijo al vocero: sí había suspendido la gira debido a que “salí positivo a Covid-19”.

Según El Diario de Yucatán, el presidente había abordado un avión de la Fuerza Aérea rumbo a la Ciudad de México.

Las contradicciones, y el silencio de Ramírez Cuevas al ser descubierta la mentira, desataron una verdadera orgía de especulaciones. Se habló de la muerte del mandatario, de una parálisis en la mitad del cuerpo, de un tremendo accidente cerebro-vascular.

En la tarde-noche del domingo, en las redes había una atmósfera de locura, y una catarata de memes que celebraban el supuesto infarto e incluso el fallecimiento del mandatario.

Al día siguiente, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, remplazó a AMLO en la “mañanera”. Un reportero lo interrogó sobre el desvanecimiento que El Diario de Yucatán afirmaba que había ocurrido. El secretario respondió que era “una absoluta mentira” y que “seguramente miente El Diario de Yucatán”. “Tienen podrida el alma”, agregó.

Las plumas afines al lopezobradorismo se lanzaron contra el diario. Y al mismo tiempo, sin recato alguno, opositores citaron supuestos informes de médicos y especialistas que anunciaban que el Presidente había perdido el habla, la movilidad, incluso la capacidad para ejercer el cargo. Se llegó a decir que había sido trasladado a un hospital de Georgia para ser atendido por neurocirujanos.

La respuesta oficial fue el silencio.

En un acto celebrado el martes pasado en Tabasco, Beatriz Gutiérrez Müller calificó todo de “rumores, chismes, argüendes” y se lanzó contra quienes “son capaces de… exagerar, amplificar, modificar, alterar”. “En la língüística –dijo, dando lección de su dominio del lenguaje– se dice deturpar los hechos”.

La respuesta oficial siguió siendo el silencio, hasta que AMLO resucitó al tercer día para demostrar que “el muerto que vos matáis, goza de cabal salud”.

En un video de 18 minutos recordó que también Francisco I. Madero había padecido “mucho a la prensa calumniosa”. Recordó que el Apóstol fue “víctima de una pandilla de rufianes” que lo llamó “loco, espiritista, pigmeo”. Recordó también que “en su momento” ofendieron mucho al cura Hidalgo, y que los conservadores, “gentes de malas entrañas que siempre andan deseándole el mal a otros”, exhibieron su cabeza durante diez años.

Dijo que el presidente Cárdenas (uno de los tres presidentes “que hay que recordar”), “también padeció una campaña muy fuerte de los oligarcas”. Y agregó que ahora que él se ha vuelto a enfermar, le llama mucho la atención “el odio de algunas personas que quisieran que yo desapareciera”.

“Los veo muy solos, muy vacíos, con mucho odio”, agregó, y recomendó “aplicar el principio del amor al prójimo”. Por último, recordó el caso de Charrascas, un personaje que para no asistir a un duelo a muerte solicitó: “Que me den por muerto y que vayan y chinguen a su madre” (no lo dijo así, pero eso es lo que dijo Charrascas).

El Presidente cerró su mensaje diciendo que el hecho de que lo den por muerto le ha ayudado mucho a lo largo de su trayectoria. Desde luego, esta vez sí lo ayudó: su desvanecimiento en Mérida le cayó como anillo al dedo para exhibir la catadura de sus adversarios y compararlos con zopilotes.

La víctima de siempre aprovechó el “desmayo transitorio” que sufrió para victimizarse una vez más, y colocarse al lado de los próceres que alguna vez padecieron las embestidas de los oligarcas, de las “gentes de malas entrañas”.

Por supuesto, las mentiras de sus colaboradores y el extraño silencio que dio origen a la especulación no formaron parte de su mensaje. El “desmayo transitorio”, políticamente, le cayó como anillo al dedo. Tal vez saldrá de este episodio fortalecido. No estaría mal, sin embargo, que tomara nota del odio que ha sembrado durante su gobierno, y que asomó durante 72 horas con una violencia y una virulencia inéditas. Que tomara nota de que ya cosecha lo que ha sembrado, y por bien de México fuera capaz de cambiar de semilla.

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